El 25 de enero de 1959 una
expedición compuesta por ocho hombres y dos mujeres, todos expertos esquiadores
y alpinistas, llegan en tren a una pequeña ciudad rusa denominada Ivdel,
situada en la provincia de Sverdlovsk Óblast, en los montes Urales. La mayoría
son estudiantes del prestigioso Instituto Politécnico de la universidad de Ekaterimburgo.
Son personas jóvenes, inteligentes,
deportistas experimentados. Tan solo un miembro, el guía y exmilitar Alexander
Zolotarev, superaba los 30 años.
Un camionero se ofrece a llevarlos
a Vizhai, más al norte; el último enclave poblado, punto de partida de
expediciones hacia las montañas. Tienen previsto llegar al cercano monte Gora Otorten,
a 1.234 metros de altitud, luego bajar 100 kilómetros hacia el sur, hasta el
pico Ojkachahl y, por último, volver hacia el norte siguiendo las orillas del
río Toshemka, famoso por sus yacimientos de fósiles del período devónico.
Hace mucho frío, es pleno
invierno; pero están preparados y entrenados.
El trayecto es muy exigente por
las condiciones climatológicas, pero el grupo es conocedor del entorno y de sus
peligros. El 27 de enero parten hacia la aventura. Yuri Yudin, de 24 años, ha
pasado mala noche.
Al día siguiente los síntomas de
Yuri se agravan. Tiene fiebre alta, dolores musculares y diarrea. Es
disentería. Tiene que volver a Vizhai.
El grupo de 10 se reduce a 9
miembros.
El 31 de enero el grupo llega a
las estribaciones de la montaña, en el valle del río Auspii. El tiempo ha
empeorado y la visibilidad es escasa. Cuando reanudan la marcha la mañana del 1
de febrero se desvían sin darse cuenta hacia el oeste, hacia la montaña Kholat
Syakhl, siguiendo la senda que había dejado un cazador de ciervos de la etnia mansi
el día anterior. Kholat Syakhl en idioma mansi significa “montaña de los
muertos”.
El nombre proviene de una antigua
leyenda: hace mucho tiempo nueve cazadores mansi se perdieron en los bosques
cercanos a esa montaña. Se los encontró muertos unos días más tarde.
El líder del equipo, Igor
Diatlov, de 23 años y estudiante del Departamento de Radio, estudia con cuidado
su posición exacta: se encuentran en la ladera este del Kholat Syakhl, a 10
kilómetros de su destino. El tiempo va a peor y no conviene arriesgarse a continuar
la marcha. Con buen ánimo, el grupo prepara el campamento para pasar la noche.
Toman imágenes; se les ve felices, relajados.
Apenas a un kilómetro se
vislumbra un bosque, pero la ladera tiene muy poca inclinación y no ven
necesario avanzar más y buscar un refugio mejor bajo los árboles.
A las 7 de la tarde cenan. La
mayoría se retira a dormir; unos pocos se quedan fuera charlando. La
temperatura ronda los -15 grados, aunque el viento provoca que la sensación
térmica esté por debajo de – 30.
Sobre las 10 de la noche todos se
encuentran dentro de la tienda. Algo sucede ¿Un estruendo? ¿Una avalancha? ¿Un
ataque?
Comienza el horror. Despavoridos,
temiendo por su vida, los jóvenes salen de la tienda rasgando la tela desde
dentro con sus cuchillos. Ni siquiera se detienen a descorrer las cremalleras.
Con poca ropa, descalzos, algunos en ropa interior, bajan corriendo por la
ladera en tres grupos. Detrás dejan su equipamiento, sus ropas de más abrigo.
Sólo les empuja la obsesión de llegar a los árboles, a un kilómetro y medio de
distancia.
Los tres grupos se llaman a
gritos en la oscuridad y se reagrupan bajo un enorme pino. Su situación es
desesperada. Sobre todo la de Yuri Krivonischenko, un mocetón de 1,80 metros,
24 años y estudiante de ingeniería. También está sufriendo Yuri Doroshenko, un
estudiante de económicas de 21 años. Ambos hombres sólo visten con ropa
interior; tienen sólo minutos antes de morir por hipotermia.
Ropa interior en montaña no significa
que fueran en calzoncillos, ojo; llevaban camisetas térmicas, jerséis,
pantalones largos y calcetines. Pero es una protección insuficiente frente al
helado viento.
Demostrando que no se habían
dejado llevar completamente por el pánico, el grupo consigue encender una
hoguera en la base del árbol. Los hombres arrancan desesperadamente ramas para
alimentar el fuego. Frenético, Krivonischenko intenta quebrar las ramas
utilizando su peso. Intenta escalar por el pino, y desgarra la piel de sus
maños intentando arrancar la corteza. El árbol guarda restos de la piel y la
sangre de Krivonischenko y Doroshenko. El esfuerzo les pasa factura. Se mueren
de frío.
Krivonischenko lleva dos camisetas,
unos pantalones cortos y otros largos encima; no lleva calzado, sólo
calcetines. Cae del árbol y queda boca arriba. Sangre en boca, nariz y oídos. El
golpe en el tórax hace que le salga espuma de la boca. Hay señales de que lo
han arrastrado por los brazos, seguramente para apartarlo del fuego. El calcetín
del pie izquierdo está parcialmente quemado. Tiene contusiones en piernas,
brazos y tórax. Presenta una herida en la cabeza, seguramente por la caída del
árbol. Doroshenko, a su lado, también se muere. La temperatura de la piel
desciende rápidamente y el metabolismo se retarda. A los 32 grados la mente
desvaría, la sangre, más viscosa, deja de fluir hacia los órganos. Se entra en
coma. Hay múltiples microinfartos. A los 20 grados hay asistolia y fibrilación auricular.
El corazón se detiene. El organismo se rinde al helor. Ambos fallecen.
Los forenses encontraron en los
pantalones de Krivonischenko restos de lágrimas.
Los amigos no pueden hacer nada.
Ellos mismos se están muriendo. El pino ha comenzado a arder hasta una altura
de 5 metros, pero ello apenas si les aporta calor. Rustem Slobodin, estudiante
de ingeniería de 23 años, se ha caído del árbol y tiene una fractura de cráneo
de 18 cm; pero no ha perdido el sentido. Tapan los cuerpos de Krivonischenko y Doroshenko
con ramas. Dyatlov le quita la camisa al cadáver de Doroshenko y se la pone.
Quiere sobrevivir. También le quitan la ropa a Doroshenko.
Los amigos deciden dividirse.
Dyatlov, Rustem y Zinaida Kolmogorova
intentan subir la pendiente, volver a la tienda. ¿Por qué una mujer se apresta
a realizar un esfuerzo tan físico en tales condiciones? La respuesta puede ser
muy simple; Kolmogorova, de 22 años, era estudiante del Departamento de Radio,
como Dyatlov. Y en los bolsillos de su compañero se encontró una fotografía de Zinaida.
Eran pareja. Murieron en un mismo empeño por sobrevivir. Quisieron morir
juntos.
Dyatlov cayó el primero. Apenas
si pudo recorrer 300 metros. Llevaba un abrigo de piel desabrochado, un jersey
y pantalones. No llevaba calzado.
Casi 200 metros más adelante
Rustem se afana por seguir. No puede caminar erguido y se arrastra penosamente.
Tiene heridas las manos, los brazos, los tobillos y las rodillas. La frente
abrasada y la piel arrancada en el antebrazo derecho.
Lleva una sola bota, en el pie
derecho.
Es posible que él encendiera el
fuego. En los bolsillos lleva una caja de cerillas, su pasaporte, un peine, un
lápiz…. Se detiene. Fallece.
Finalmente, a unos 150 metros,
apenas a 500 metros de la tienda y de la salvación, Zinaida.
Resistió más que los hombres
porque estaba mejor pertrechada. Llevaba dos gorros, dos camisas y dos jerséis,
tres pantalones y tres pares de calcetines. Pero no fue suficiente.
Los que esperaban más abajo
supusieron que sus compañeros habían caído. Desesperados, se adentraron en el
bosque, buscando un lugar donde guarecerse del viento. Alexander Zolotarev, un
veterano de la Segunda Guerra mundial, con 37 años, puso en marcha un plan que
podría haber dado resultado. Excavaron en la nieve un refugio, profundizando en
un barranco. Intentaron aislar el suelo de la nieve colocando ramas. Pero el
cansancio y la hipotermia hizo mella en sus maltrechos cuerpos y no pudieron
profundizar lo suficiente. Además, tres de ellos tropezaron y cayeron desde una
cierta altura.
Nicolas Thibeaux-Brignolles murió
a resultas de la caída. Tenía 24 era años y era estudiante de ingeniería. Tenía
una herida en la cabeza que le produjo una hemorragia fatal
Liudmila Dubinina, una joven
estudiante de económicas, apenas 21 años, tuvo una muerte horrible. La caída le
había roto varias costillas, una de las cuales le dañó el corazón. Le había
quitado a Krivonischenko el jersey y el pantalón.
Las fracturas en el pecho y una
nariz destrozada hacían que respirar fuese un suplicio. Murió con la cabeza
echada completamente hacia atrás, buscando un último aliento. La boca quedó completamente
abierta, expuesta a los carroñeros, que le arrancaron la lengua y el labio
superior.
Zolotarev le quitó la chaqueta a Dubinina.
El veterano guía también se había caído. Presentaba varios traumatismos que le
costaron la vida.
Sólo quedaba con vida Alexander
Kolevatov, estudiante del departamento de geotecnia de 25 años. No había
sufrido una caída y no estaba herido. Solo, abandonado de todos, murió de frío.
Hasta aquí la historia.
Si buscan sobre el misterio
Diatlov en internet verán decenas, sino cientos de páginas. La gran mayoría intentan
responder a la pregunta ¿por qué abandonaron la tienda aterrados, en medio de
la ventisca, sin abrigo ni pertrechos? ¿Qué sucedió aquella noche?
Calculo que un 70% de las páginas
optan por fenómenos extraños: luces misteriosas en el cielo, presencias extraterrestres,
prácticas militares con ultrasonidos o incluso la intervención de un Yeti ruso.
También se especula con que los estudiantes fuesen en realidad espías
embarcados en una misión secretísima y misteriosa que salió mal.
En fin… francamente, prefiero
formular teorías más plausibles.
La investigación llevada a cabo
por las autoridades soviética no sirve de ayuda. Termina con la conclusión de
que los excursionistas fueron víctimas de una “fuerza mayor desconocida”.
Vamos, que ni idea.
La explicación más verosímil
sería que huyeron de morir enterrados bajo la nieve. Responderían al estruendo
de un alud e intentarían escapar de la ladera.
Pero no hubo tal avalancha. Según
parece, las tiendas aparecieron en mal estado, pero no enterradas ni con un
destrozo que demostrara tal fatal avalancha. Una pequeña cruz de madera, clavada
en el suelo, permaneció enhiesta.
¿Pudo tratarse acaso de un error,
una confusión? El ejército soviético realizaba todo tipo de pruebas en la zona
de los Urales. ¿Acaso un caza supersónico MIG volando a baja altitud rompió la
barrera del sonido cerca del campamento? ¿Los excursionistas confundieron una
explosión sónica con una avalancha?
También es posible que se
produjese un pequeño alud de nieve fresca producto de la tormenta que sepultara
en parte la tienda. Los excursionistas, cogidos por sorpresa durante el sueño,
tardaron en poder abandonarla; para entonces ya sufrían de hipotermia. Ello explicaría
que rasgasen la tienda desde dentro. Quizás huyeron temiendo una avalancha
mayor.
¿Por qué saldrían con poca ropa? Es
posible que al menos algunos miembros de la expedición estuviesen aquejados del
denominado “desnudo paradójico”. A menudo, las personas que llegan a un nivel
extremo de hipotermia percibe una intensa sensación de calor, debida a la
dilatación de los vasos sanguíneos periféricos y la afluencia de sangre
caliente proveniente del interior del cuerpo. Desorientados, los pobres
desgraciados se quitan la ropa, lo que provoca una mayor bajada de la
temperatura corporal.
Son todas conjeturas.
Acabo con una anécdota: el acceso
a la zona fue prohibida a esquiadores y otros aventureros durante tres años tras
el incidente.
Pero hay más; ¿recuerdan lo de
los nueve excursionistas y los nueve cazadores? Pues bien; un año después del
suceso se produjo un accidente aeronáutico cerca del monte.
¿Saben cuántas personas iban en
el avión y perecieron?
Sí. Nueve.
Desde entonces, todas las
personas que visitan ésta zona evitan ir en grupos de nueve personas.
Pero es una casualidad. De eso estoy seguro.
Antonio Carrillo
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