Se encuentra
usted en Darvaza, Turkmenistan, en el desierto de Karakum, un lugar yermo y
gigantesco del Asia Central. Hace 41 años, un equipo de geólogos soviéticos
buscaba en el subsuelo yacimientos de gas cuando, súbitamente, la tierra se
hundió, dejando al descubierto una enorme fosa de 60 metros de diámetro y 20
metros de profundidad, tragándose todo el equipamiento e instrumental de los
científicos.
No era cuestión
perderlo todo; y los geólogos, preocupados por la fuerte emanación de gases
venenosos, decidieron prenderle fuego. En unas horas, días a lo sumo, se debía
consumir todo el gas.
Se prendió
la llama en 1971, y en la actualidad sigue ardiendo con la intensidad del
primer día. Seguro hay enormes depósitos de gas subterráneos, que abastecen el
cráter de combustible. Los lugareños llamaron al fenómeno "la puerta del
infierno".
Observe este
vídeo. Entenderá el porqué del nombre.
Sin embargo,
hay infiernos invisibles, tanto o más peligrosos que el cráter de Darvaza; no
se me ocurre mejor ejemplo que la ciudad de Centralia, en Pensilvania, EEUU.
El municipio
era un lugar próspero en el siglo XIX, que se enriqueció por el carbón de sus
tierras. Llegó a tener siete iglesias, dos teatros y cinco hoteles. Dos vías
férreas comunicaban Centralia con el resto del país.
Según
avanzaba el siglo XX, el abandono de las minas provocó su progresivo declive;
pero en absoluto era una ciudad muerta. Hasta que se produzco el silente
desastre.
En mayo de
1962, cinco voluntarios de la compañía de bomberos se aprestaron a limpiar el
vertedero municipal, situado en una mina abandonada. Le prendieron fuego, y
aguardaron a su extinción. Pero el fuego no se apagaba.
Oculto bajo
tierra, el fuego recorrió desatado kilómetros de túneles abarrotados de carbón.
Toda la ciudad estaba minada, y fue imposible detener el fuego. Sin embargo,
durante veinte años el infierno desatado pasó casi desapercibido. Sólo algunos
vecinos se vieron afectados por extrañas emanaciones de monóxido de carbono.
En 1979 el
empleado de una gasolinera verificó con una vara el nivel de combustible de los
depósitos subterráneos. Cuando la retiró, estaba muy caliente. Tuvo la idea de
bajar un termómetro amarrado a una
cuerda: la temperatura de la gasolina almacenada en el subsuelo alcanzaba los 78°C.
Poco tiempo después un niño estuvo a punto de perder la vida, cuando el suelo
cedió bajo sus pies.
La población
tomo conciencia del problema: cientos de metros bajo la superficie, un incendio
tremendo provoca temperaturas de cientos de grados; un auténtico infierno. El
fuego lleva 50 años quemando carbón, uno de los combustibles con mayor poder
calorífico que se conocen. Las entrañas de la arbolada Centralia ocultan un
inmenso y poderoso horno.
Hoy
Centralia consta como una población con 0 habitantes, y no tiene código postal,
aunque hay algunas casas habitadas. Carteles advierten del peligro de
adentrarse en la zona. Sin embargo, los indicios del horror son escasos:
fumaradas al sur del municipio, algunos árboles quemados, y una carretera con el firme agrietado.
¿Cuándo se
apagará el infierno subterráneo de Centralia? No antes de 250 años.
Durante
siglos, bajo la calma de los bosques, la tierra arderá en silencio, creando una
puerta hacia el infierno.
Antonio
Carrillo.
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