Por una vez, el texto no es mío ¡Qué más quisiera!
Es de mi amigo Antonio Téllez.
Gracias, Antonio.
Hay una idea que me
ronda desde hace tiempo. Tiene varias caras y todas ellas podrían considerarse
cuando menos sugerentes, tal vez inquietantes.
Surgió a raíz de un
curioso fenómeno que experimentó mi padre como consecuencia de la fuerte medicación
que se veía obligado a tomar para paliar los efectos del Parkinson que le había
sido diagnosticado unos años antes. Esa medicación podía provocarle cierto tipo
de alucinaciones, especialmente contemplar objetos o personas que no se
encontraban frente a él, cuya existencia sólo se generaba en su cerebro
medicado.
La primera vez que
tuve conocimiento de ello fue una de las tardes que iba a visitarlo. Al llegar,
y justo después de que nos besáramos, me dijo: “Sé que no es cierto pero acabo
de verte aquí, frente a mí, en este salón”. Aquello me resultó curioso y, a
pesar de que no volvimos a mencionar el asunto, a mí me dejó un extraño rastro,
me asaltaron pensamientos que, en contra de lo que pudiera parecer, nada tenían
que ver con la naturaleza de la alucinación sino con su propio significado y
(de pronto descubrí que eso era lo que me perturbaba) su integración natural en
el resto de acontecimientos “reales” que
habían formado parte de aquella jornada de la vida de mi padre.
¿Acaso era más real
cualquier imagen contemplada con la desgana habitual en la televisión que
aquella representación de mi cuerpo en el salón?, ¿o el rumor ininteligible de
un aparato de radio?, ¿o tal vez cualquier otro pensamiento, desde la más complicada
reflexión intelectual a la ensoñación más delirante?. Para mi padre, durante la
fracción de segundo que tardaba la desconfianza en poner en duda la visión
inmediata, mi imagen era tan real como la que, minutos después, polemizaba con
él, con el apasionamiento propio de nuestras discusiones, casi siempre de
contenido político.
Una cosa me llevó a
otra y, ya de vuelta en casa, me vi reflexionando acerca de todos los momentos
en los que nuestras vidas se desarrollan en realidad en las vidas de otros. Son
esos momentos en los que los demás nos piensan, nos sueñan, cuando formamos
parte del recuerdo de otra persona, protagonistas de un suceso en el que
participamos pero que, tal vez, nosotros ya ni siquiera recordemos. Y lo
curioso es que tales pensamientos, sueños o recuerdos pueden llegar a ser extraordinariamente
intensos para aquellos que los
experimentan, sin que en la inmensa mayoría de los casos seamos nunca
conscientes de ello.
Desde entonces esa
idea, esa sensación de que existe una parte de la vida de cada uno de nosotros
que se nos hurta, que permanece generalmente oculta a nuestro conocimiento,
vuelve a manifestarse con cierta insistencia . Y cuando tomo conciencia de ser
yo el sujeto de la vida oculta de otros, tras someter el suceso a un mínimo
test de dolor y de oportunidad, como si de un regalo se tratase decido revelar
esos momentos y me escucho decir: Anoche
soñé contigo. He estado pensando en ti esta mañana. O Ayer me acordé de cuando
nosotros….
Antonio Téllez
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