Mamá me tiene dicho que no divague.
“Yo no divago”, me defiendo.” La
realidad misma insiste en hacerlo”.
La realidad se asemeja al espectáculo
pirotécnico: de un único cohete estallan cien ramificaciones, iluminando la
oscuridad de nuestro cráneo con el fulgor de mil respuestas y muchas más
preguntas, con el brillo del asombro cotidiano que no nos permite caer en la
molicie de la senda trillada. Es un laberinto de recodos insospechados, un
devenir fabuloso en el que la razón se eleva bajo el impulso de la imaginación
y de la búsqueda.
Estar vivo es mirar. Es detenerse en la
lectura, porque algo ha desperezado a los duendes que nos habitan. Es desplegar mapas en la mente sin fronteras
ni visados. Es la libertad de soñar caminos nunca hollados por persona alguna.
Yo no divago. Sólo tengo los ojos abiertos.
Observo a mi gato. Se mueve con una elegancia
hipnótica. Se desplaza como si flotara, como un fluido silente y cauteloso, orgulloso
y perfectamente consciente de su importancia, de que lo observo.
La perra, a mi lado, fiel y complaciente, también
lo mira embelesada.
El caminar del gato es único. Mueve ambos
miembros de un solo lado a la vez; el delantero y trasero del lado izquierdo.
Después los del lado derecho. No alterna ambos lados, como el resto de los cuadrúpedos,
incluidos los otros felinos. Esta locomoción extraña es posible por su
constitución: el gato tiene más huesos que el ser humano, una enorme cantidad
de músculos poderosos y unas articulaciones muy flexibles. Su sistema nervioso
y un perfecto sentido del equilibrio ayudan a que su andar sea ágil y efectivo.
Con su pata trasera pisan casi en el lugar exacto donde vemos la huella que
dejó la pata delantera.
Es curioso; sólo hay dos animales que caminen
de esta manera: la jirafa y el camello.
El camello, mucho más torpe que el gato, se
balancea al caminar. Se le conoce como “el barco del desierto”. Sin embargo,
que su aparente torpeza no nos llame a engaño: el camello es una máquina de
resistencia casi perfecta, capaz de soportar las condiciones más duras durante
18 horas diarias. El camello se enfrenta al reto del Sahara, con sus 9 millones
de kilómetros cuadrados. Casi 18 veces la superficie de España.
Por cierto, en el colegio mi hijo ha
estudiado que el Sahara es el mayor desierto del planeta. Y no es cierto. El
mayor desierto de la Tierra es la Antártida, con 14,2 millones de Km2.
Que la presencia de agua congelada no nos llame a engaño: en el interior del
continente austral las precipitaciones apenas alcanzan niveles de 50mm al año.
Más acotaciones: he hablado de camellos
cuando debería haber hablado de dromedarios. Los camellos no viven en África,
sino en Asia. Tienen dos jorobas y el pelo largo, para soportar los rigores
climáticos de la altiplanicie tibetana o los cambios de temperatura del
desierto del Gobi. Este pelo frondoso posiblemente ayude a los camellos a
soportar la radiación procedente del sol cuando se encuentran en altitudes
superiores a los 3.000 metros. En esto me recuerdan a las llamas o las alpacas
de Sudamérica.
Pero…. ¡si son de la misma familia!.
Camellos, dromedarios, alpacas, llamas o vicuñas son todos miembros de la
familia camelidae. Todos ellos tienen los glóbulos rojos con forma elíptica
(curioso), una misma musculatura en las patas y una misma dentición. Tienen
tres cámaras en el estómago (no cuatro, como los rumiantes) y en vez de pezuñas
tienen dos dedos.
Y camellos y llamas escupen.
Y sí: los parientes americanos también se
mueven desplazando simultáneamente las dos extremidades del mismo lado. Por
tanto, no hagan mucho caso de lo que puedan leer por internet: como el gato
caminan el camello, el dromedario, la jirafa, la vicuña, la alpaca, la llama y
el guanaco.
Alguno se preguntará… ¿acaso el camello
procede de América? Lo cierto es que sí. De Norteamérica. Hace 40 millones de
años los camélidos apenas si llegaban a medir 80 cm. Mucho más tarde, hace unos
3 millones de años, cuando se congeló el estrecho de Bering, algunos camélidos
pasaron de América a Eurasia. Ni iban solos: otras especies también emigraron
hacia nuevos horizontes. Por ejemplo, el caballo.
Sí. El caballo procede de América. Es
paradójico que millones de años más tarde volvieran a la tierra de sus
ancestros embarcados en navíos españoles.
Dejo que el cerebro divague. Es bonito
encontrar conexiones y paradojas: el gato camina de manera extraña, de camello
lo hace también, el dromedario se protege del sol, esto lo emparenta con la
alpaca, los dromedarios proceden de América… pero ¿y la jirafa? ¿Seré capaz de
encontrar un nexo, algo más que entrelace este tapiz complejo y fascinante?
Pienso en una especie extinta de camélido
americano: el Oxydactylus. Se parecía a la jirafa, con largas patas y un cuello
muy largo, para comer de los árboles. Podría ser un antecesor; pero no. La
divagación sólo admite un límite: el rigor.
La jirafa tiene su origen en Europa, y tiene
un solo pariente cercano vivo, el raro (casi extinto) okapi. Cuando los
europeos descubrieron a los okapi pensaron que era un équido, emparentado con
las cebras, porque mostraba las mismas rayas blancas y negras en su parte
posterior. Pero las huellas demostraron que no tenían casco, sino dos dedos. Jirafas,
okapis, llamas, camellos… todos pertenecen a un mismo orden, el de los
artiodáctilos; los animales cuyas extremidades terminan en un número par de
dedos. Es un vínculo, lejano, pero vínculo al fin y al cabo.
¿Saben qué nos dio la pista sobre el vínculo
entre el okapi y la jirafa? La lengua. Ambos tienen la lengua negra, muy larga
(medio metro en el caso de la jirafa). Son capaces incluso de limpiarse el
interior de las orejas.
Y el okapi camina del mismo modo que la
jirafa, el camello o el gato. La lista se alarga. Sospecho que habrá más.
Me queda algo pendiente, un vínculo entre el
camello y la jirafa. Algo.
Recuerdo a Julio César y su campaña en
África. A su vuelta trajo consigo la primera jirafa. Los romanos, fascinados
ante este nuevo y extraño animal, lo llamaron el "camellopardo";
decían que tenía la cara del camello y las manchas del leopardo. En 1758 Linneo
le dio su nombre científico: Giraffa camelopardalis. Es su nombre
actual. Ya tengo la relación que buscaba.
Otro día hablaré de la jirafa y su relación
con los astronautas y el sistema circulatorio. Pero ya he divagado bastante por
hoy ¿no les parece?
En este laberinto la Antártida, Julio César,
la protección el pelo contra la radiación solar o la lengua negra nos han
llevado de la mano del asombro.
¡Es tan maravilloso estar despierto a la
vida!
Antonio Carrillo
Es genial, me encanta tanta divagación, el camellopardo a mí me ha recordado al Gatopardo...no sé por qué. Gracias
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