Imagen de Cristóbal Vila |
El tiempo.
Un tiempo orgánico, el tiempo que se percibe como la fina arena de un reloj que
se escapa de entre los dedos. Un tiempo que ha ido cambiando su velocidad y
ritmo con el paso de los siglos.
El tiempo humano.
Lo estudiaremos en cuatro apartados:
1.
Tiempo y diversión. Una explosión inmensa
2.
Tiempo y pausa. El mentiroso
3.
Tiempo y conocimiento. El hombre que anduvo 800 kilómetros
4.
Tiempo acelerado. El tiempo del reloj de arena.
5. Tiempo como arte. Comer en DiverXo
5. Tiempo como arte. Comer en DiverXo
El tiempo es un elemento esencial para comprender el fenómeno
humano, y nuestra historia comienza hace 3.614 años, con un hombre asomado al
mar Mediterráneo. Es primavera, y hay preocupación en su rostro.
No es de extrañar: su cultura está a punto de desaparecer afectada por la mayor catástrofe natural de los últimos 10.000 años.
No es de extrañar: su cultura está a punto de desaparecer afectada por la mayor catástrofe natural de los últimos 10.000 años.
1. TIEMPO Y DIVERSIÓN
UNA EXPLOSIÓN INMENSA
(circa)12 de abril de 1613
a.C. Un hombre mira hacia el norte desde lo alto de una cumbre de la isla de
Creta. Es un minoico; pertenece a la civilización más fascinante y misteriosa
de la antigüedad.
A su lado, un anciano proveniente de la isla de Thera comenta en voz
baja "será hoy". Hace tres meses abandonó su isla, que ahora se
encuentra completamente deshabitada. Ha habido tiempo suficiente para que la
población preparara la huída: llevan meses sufriendo terremotos y erupciones,
cada vez más fuertes. El gran volcán de Thera se está despertando con toda su
furia.
Finalmente, algo terrible sucede. Lo primero que perciben es un
lejano resplandor en el horizonte, seguido a los pocos segundos de una onda de
sonido tan enorme que tumba a ambos hombres. A pesar de encontrarse a 150
kilómetros, la explosión tiene efectos devastadores para Creta. Olas de más de
20 metros destrozan toda la costa norte, casi toda la flota minoica se ve
afectada; se inicia un invierno sin sol que destrozará las cosechas... Los
efectos de la explosión se sentirán a lo largo del planeta. En China, a más de
12.000 kilómetros, hay registros de la catástrofe.
La enorme caldera del volcán de Thera ha colapsado, y el océano
irrumpe violentamente en su interior. La presión provoca que la mitad de la
isla estalle en lo que se conoce como explosión cataclísmica, un suceso que
proyecta miles de millones de toneladas de toba y ceniza a 36.000 metros de altura.
Hablamos de una explosión equivalente a la de una bomba atómica de 700
kilotones. ¡53 bombas como la de Hiroshima explosionando a la vez en un sólo
punto! ¿Pueden imaginarlo?
Lo que antes era una isla redondeada
se ha transformado, en un instante, en una media luna. El viento sopla en
dirección sureste, y Egipto entra en la oscuridad. Un escriba muestra su
angustia: "El sol se ha ocultado,
nadie se ve la sombra, las cosechas han muerto, ahora debemos sobrevivir".
Se perdieron la cosechas durante este "invierno nuclear", y hubo
hambre y miedo. Hay restos de ceniza en los hielos de Groenlandia, y en los
anillos de los árboles de Canadá. Millones de toneladas de ceniza caen en el
Mediterráneo. La devastación es total.
Esta catástrofe supuso la desaparición de la civilización Minoica.
Una tragedia para la especie humana.
Los Minoicos surgieron como talasocracia comercial hacia el 2.000
a.C. Durante siglos dominaron los mares, y sus buques transportaron mercancías
de un punto a otro del Mediterráneo. Eran inmensamente ricos y respetados. Su
flota los mantenían a salvo de cualquier intento de invasión, y vivían una
existencia pacífica y próspera.
Con la civilización minoica sucedió algo único en la historia de la
humanidad: la riqueza se repartía de manera igualitaria entre todos los
minoicos. Por ejemplo, las clases más humildes de la sociedad, agricultores o
artesanos, vivían todas en casas urbanas confortables; disponían de varias
habitaciones y agua corriente, caliente y fría, canalizada por tuberías de
plomo. Ni Grecia, Egipto ni Roma fueron capaces de algo similar. Es un momento
y lugar únicos en la historia de la humanidad. Para que se me entienda: habrá
que esperar a la época de Cervantes (siglo XV d.C.) para que el pueblo llano
acceda de nuevo a una vivienda con varios espacios diferenciados, algo que sólo
los dirigentes se podían permitir.
Una sociedad del bienestar, muy próspera, en la que se dispone de
tiempo libre y, por consiguiente, aparece el arte, los juegos y los deportes.
De nuevo, en cualquier casa, incluso las más humildes, hay una asombrosa
manifestación artística en forma de frescos, ladrillos labrados o bajorrelieves
en piedra.
Los frescos nos muestran escenas asombrosas. Mujeres decoradas con
tocados y engalanadas con maquillajes que antes remiten al París de los felices
20 que a personas provenientes de un pasado de 4.000 años. ¡Estamos en la edad
de bronce, y hay indicios de una tecnología y nivel de vida impensables para
tal fecha!
Pero hay más: aparte de las prácticas deportivas y el gusto por el
arte, los frescos nos dicen algo más: las mujeres aparecen en una actitud
social de perfecta igualdad con el hombre. Ambos realizan las mismas tareas, e
incluso aparecen en las mismas competiciones atléticas, algo impensable en el mundo
griego posterior. Las deidades principales hunden sus raíces en un mismo
tronco: "La diosa madre", una expresión religiosa, igualitaria y
pacífica, proveniente del pasado paleolítico, de los albores del hombre.
¿Algo más? Quizás sí; algo importante. En la civilización minoica no
hay expresiones pictóricas ni restos arqueológicos que remitan a la violencia
ni a la conquista. Es una civilización sin murallas ni armas, sin imágenes de
batallas heroicas ni desfile de prisioneros de guerra. Creta es una isla, y
ninguna civilización podía disputar a los minoicos la supremacía en el mar. En
una época en la que se inician los intercambios comerciales a nivel global, los
minoicos hicieron posible transacciones entre todas las potencias de la época.
No representaban una amenaza para nadie, y gracias a ellos las clases
dirigentes egipcias o mesopotámicas podían acceder a productos de lujo
procedentes de lugares lejanos. Puede que Creta no fuera muy grande, pero la
enorme flota mercante les hacía inmensos. Como una vez leí a la entrada de un
astillero en Valencia, "construir
barcos es una manera de agrandar el suelo patrio." La civilización
minoica estaba presente en todos los puertos del mundo conocido.
Hablamos, en definitiva, de iniciativa, curiosidad, igualdad, pacifismo,
prosperidad; de invertir en arte y calidad de vida. Las imágenes cretenses
están impregnadas de alegría por vivir. Y de ocio.
Hay, en efecto, una cultura del divertimento de la que participa
toda la población. Los frescos nos muestran a hombres realizando asombrosas
piruetas frente a los toros, animales emblemáticos de su cultura y que les
acompañaban en forma de imágenes en sus barcos. Incluso ahora todo es
incruento; no hay escenas de maltrato animal. Sólo belleza y alegría. Baile y
música. Y deporte.
El tiempo del hombre perdió sustancia, impronta. Una mayoría de los
humanos vivían existencias monótonas, repetitivas o crueles por el hecho de ser
mujeres, pobres o esclavos. El ocio perduró como privilegio de unos pocos.
2. TIEMPO Y PAUSA
EL MENTIROSO
Detuvimos el tiempo con una explosión en Creta, y a Creta volvemos. Mil
años más tarde.
Epiménides era un joven bastante peculiar, que
vivió en el siglo VI a. C. Por ejemplo, le gustaba llevar el pelo
largo, algo inusual en su cultura.
Cuentan que un día su padre lo envió a un campo
para que cuidara de una oveja y que, desviándose del camino, se adentró en una
cueva, de las muchas que hay en Creta. Cuando al cabo se despertó, buscó al
animal infructuosamente.
Cuando volvió a la ciudad se encontró en casa
de sus padres a un anciano: era su hermano menor. La noticia conmocionó a toda
Grecia: había permanecido dormido en la cueva 57 años.
Durante el largo sueño, bendecido por Zeus,
tuvo contacto con el mundo de los muertos, el Hades, el inframundo en que
gobierna la desdichada Perséfone, una diosa antiquísima que pudo tener su
origen en la civilización minoica. Esta experiencia hizo de Epiménides un
hombre sabio y justo, que además adquirió el don de la profecía. En realidad,
toda su filosofía está impregnada del misticismo de lo que conocemos como
misterios órficos.
Estos misterios órficos representan un primer
intento de distinguir entre cuerpo y alma, y sobre tal base propugna una
existencia ascética para alcanzar un estado más elevado tras la muerte. Tiene
una clara influencia oriental; en concreto percibimos rasgos de Zoroastro en su
magia y su ética y, fundamentalmente, una clara remisión a la religiosidad vedana
procedente de la India. Representó a su vez una enorme influencia en Pitágoras
y en los presocráticos que poblaron la Magna Grecia (sur de Italia) del siglo
VI y, a través de ellos, en Platón.
Pero, ¿y el tiempo? El bíos orphicos, el estilo de vida órfico, implicaba un cierto
abandono de lo corporal en favor de un enriquecimiento espiritual. No era extraño
encontrar a sus seguidores deambulando por las ciudades griegas, inmersos en
una vida ascética y errabunda, en la que seguían unos pocos preceptos, como no
comer carne ni derramar sangre animal. Se creían poseedores de una sabiduría
ancestral y defendían la existencia de sucesivas reencarnaciones hasta alcanzar
un estado de plenitud que limpiara el alma de toda culpa.
Por supuesto, el tiempo era un elemento
primordial en la religiosidad órfica. Insertos en un Mediterráneo convulso, en
el que grandes potencias se disputaban la supremacía mediante la guerra, los
vagabundos órficos abogaban por una actitud contemplativa y pausada de la vida.
En el devenir humano perdemos conciencia del "ahora", embebidos en
proyectos, siempre más pendientes del mañana que del hoy. De hecho, entendían
la vivencia del "ahora" como un regalo (no en vano al "ahora" lo llamamos
"presente"). Debemos despojarnos de toda vanidad y, si acaso,
aprender del ritmo de la naturaleza, que en su latido mantiene un orden
profundo que llamamos primavera u otoño. Recordemos que Perséfone, maestra de
Epiménides, representa junto a su madre Demeter el mito de las estaciones.
Una enseñanza que Epiménides adquirió en el
Hades era la "catarsis", el arte de la purificación, que Pitágoras
ligó con la música. Gracias a la música, las artes y la meditación el alma se
purifica, y alcanza un nivel de armonía que permite su curación. Catarsis era
también el arte de dominar las emociones siendo perfectamente consciente de
ellas, tanto de las propias como de las ajenas. En este sentido, Epiménides le
concedería una gran importancia a lo que hoy llamamos empatía. Era, para
entendernos, un experto en lo que hoy llamamos "Inteligencia
Emocional".
Tenemos noticias de Epiménides tanto en su
faceta de poeta como de filósofo. En este último aspecto fue el inventor de una
famosa paradoja: la "Paradoja del Mentiroso".
Esta paradoja pertenece al grupo de las falsídicas, ya que aparenta
contradecirse a sí misma. Epiménides formuló simplemente la siguiente frase:
"Todos los
cretenses son mentirosos"
Epiménides es cretense y, por tanto, es
mentiroso. Ello implica que, al formular esta frase, lo que realmente dice -dado
que miente- es que todos los cretenses son veraces; pero no se puede evitar
caer en una contradicción permanente: si los cretenses dicen la verdad,
Epiménides también. Y son mentirosos ¿Lo sigue? Es una espiral que no tiene
fin.
Pero volvamos; hay noticias que nos llegan de Plutarco: estamos
en la época de la Olimpíada XLVI, y un barco se acerca a Creta.
Es un navío griego, ateniense sin duda. Nicias,
hijo de Nicérato, está al mando. Pide que le indiquen el paradero de
Epiménides. Trae consigo una llamada de auxilio: Atenas se muere, y sólo
Epiménides puede salvarla.
La ciudad, que sufre una terrible plaga de
peste, había acudido a pedir consejo al oráculo de Delfos, la cual señaló a
Epiménides como la única persona que podía purificar la ciudad. Atenas se había
condenado tras sacrificar a unos ciudadanos rebeldes que se habían protegido
escondidos en lugar sagrado, un delito terrible.
Cuando Epiménides, que ya era un anciano,
desembarcó en Atenas, el pueblo se arremolinó para disfrutar de su proverbial
maestría en la realización de sacrificios. Pero Epiménides era alguien
especial. Y lo que hizo cambió Atenas y al pensamiento occidental.
Se acercó a un campo y llevó consigo bastantes
ovejas, negras y blancas. Una vez reunidas, las condujo al Aerópago, símbolo
del poder de la nobleza en la ciudad. Allí dio instrucciones a los ciudadanos
atenienses de que las siguieran, dejándolas rondar a su aire. Los atenienses,
hombres de acción, recibieron con escepticismo tal orden. Con paciencia debían
dejar que el tiempo transcurriera al ritmo de unas ovejas perezosas, a las que
debían acechar sin molestar. Cuando un animal se acostaba, debía ser
sacrificado en el lugar.
La enseñanza de Epiménides parece clara. La
ciudad debía aprender a disfrutar de la pausa, seguir el ritmo de los animales.
La espera da lugar a la introspección, a la reflexión y al recogimiento. Fíjense
en esta última palabra: re-cogere,
volver a adquirir lo que se tenía desde el principio. Detenerse para, de esta
manera, encontrarse a sí mismo.
Esta "incubación" provocó cambios
profundos en Atenas. Los legisladores cretenses utilizaban el recogimiento como
herramienta que inspira buenas leyes. Epiménides fue tajante: dar buenas leyes
es curar. Hasta el momento de su muerte tuvo contactos frecuentes con Solon, el
creador del cuerpo legislativo que trajo la democracia a Atenas. El tiempo
libre que permitía la explotación de una enorme masa de esclavos se utilizó
para conformar un espíritu y un cuerpo cultivados en el orden, el saber y el
equilibrio. Y en el honor, un concepto que adquirirá mucha importancia en una
Atenas compuesta por individuos libres. Surgen con fuerza la filosofía y las
ciencias, y las artes viven un momento de autentico esplendor. Un ciudadano
ateniense participa activamente en el gobierno de la ciudad, acude por las
tardes al teatro, se ejercita en el gimnasio y se solaza en simposium en los
que se habla de política, filosofía o ciencia.
Sólo fracasó Epiménides en una enseñanza:
siguiendo la tradición cretense, Epiménides se opuso a la subordinación de la
mujer griega, y abogó por concederles un estatus similar al hombre. Por
desgracia, en esto los atenienses no le hicieron caso alguno. La mujer en
Grecia era un objeto que pasaba de casa de su padre a la casa del esposo, y su
vida se circunscribía al gobierno de su hogar y la crianza de sus hijos. Sólo a
las cortesanas (hetairas) se les permitía participar en banquetes e incluso
ofrecer su opinión. Autores como Aristóteles incluso dudaban de la existencia
de un alma femenina.
Finalmente, Epiménides volvió a casa. Los
atenienses le ofrecieron dinero, que él rechazó, e inició su último viaje de regreso
a su isla. Era muy anciano y murió al poco de volver al hogar. Es controvertido
el tema de su edad: Flegón dice que murió con 157 años, sus conciudadanos
afirmaron que tenía 299 años cuando se produjo el óbito. Jenófanes afirma
prudente que murió con "apenas" 154 años.
Cuenta Pausanias que cuando Epiménides murió,
descubrieron que su piel estaba tatuada con unas figuras extrañas, parecidas a
escrituras. Esto resultaba sorprendente, en tanto los griegos sólo tatuaban a
sus esclavos. De nuevo Epiménides se muestra un sujeto de lo más extravagante.
¿Cómo se explican estos tatuajes?
La única explicación posible es que Epiménides
tuvo contacto con las religiones chamánicas de Asia central, debido a que el
ritual del tatuaje se asocia a menudo a la iniciación del chamán de estas
religiones. Esto explicaría muchas peculiaridades de su filosofía, y el hecho
de que se le adivinen influencias orientales. En una época tan emocionante como
la "Era Axial", Epiménides sería un compendio de ideas, algunas
lejanas, otras más cercanas, todas ellas asentadas en el suelo fértil de Creta,
la tierra en la que floreció la civilización minoica.
La tierra en la que el tiempo encontró el ocio,
la diversión y la pausa.
Los frutos los veremos pronto: perduran hoy en
día y suponen los cimientos sobre los que se asienta nuestra cultura.
Pero para entenderlo, tendremos que iniciar
otro viaje. Éste a pie. Un tortuoso calvario de 800 kilómetros cuya meta es introducir
un palo en la tierra.
3. TIEMPO Y CONOCIMIENTO
EL HOMBRE QUE ANDUVO 800 KILÓMETROS
Un hombre espera a que un barco finalice su
atraque en el puerto de Alejandría. Es un esclavo público, un servidor del
Estado, que presta sus servicios en la institución más famosa e importante de
la ciudad: el museo.
Cuando suben a bordo, los funcionarios ordenan
una inspección a fondo del buque; no les interesa el cargamento ni la
tripulación. Alejandría es una ciudad única: su policía de aduanas busca
libros.
Nuestro hombre regresa al museo. Allí le informan que debe partir hacia una misión ordenada por Erastótenes, el director de la biblioteca. Se encamina hacia el despacho de Erastótenes, lo que le permite contemplar, una vez más, la magnitud del museo. Consta de varias dependencias: la mayor biblioteca del mundo, con más de 400.000 libros, laboratorios de ciencias físicas y naturales, un jardín botánico y un zoológico. En su interior se compila y analiza todo un saber de siglos. Manifiesta el espíritu de una ciudad, Atenas, que hizo del conocimiento su bandera. Lo prueba el hecho de que dos discípulos del sabio Aristóteles han sido los artífices de este gigantesco centro de estudios.
Cuando la expedición regresa a Alejandría, el
jefe de la misma se dirige al despacho de Eratóstenes. Le indica una cifra
exacta. Cuando se dispone a abandonar la habitación escucha una última
pregunta:
- ¿Ha habido algún problema?
Se lo piensa un momento, y contesta:
- Ninguno.
Eratóstenes hace una seña con la cabeza y se
queda solo, haciendo cálculos sobre un papiro. Tiene un skaphe, un reloj de su
invención, a su lado. Con el dato que le acaban de dar, y otros que ha
adquirido por sí mismo, medirá la circunferencia del planeta Tierra. 1800 años
antes de Colón no sólo tiene la certeza de que el planeta es una esfera; además
sabe lo que mide. Es extraordinario.
Carl Sagan (maestro divulgador) lo explica en este vídeo extraordinario:
En Grecia existía un listado de 7 sabios que
cambiaron el mundo para siempre: Cleóbulo de Lindos, Solón de Atenas, Quilón de
Esparta, Bías de Príene, Tales de Mileto, Pítaco de Mitilene y Periandro de
Corinto. Lo cierto es que hubo varias listas, y en algunas aparecía nuestro
Epiménides, el excéntrico sabio cretense. Estos hombres lograron crear un mundo
contemplativo y amante del saber, en el que por vez primera nuestra especie
utilizaba su tiempo para algo más que sembrar la tierra o guerrear;
establecieron hipótesis que explicaran los fenómenos terrestres y celestes, y
buscaron formas de comprobarlas empíricamente. Las matemáticas fueron un
instrumento poderoso en manos de estos hombres y de sus sucesores; fueron
capaces de predecir eclipses. De medir la circunferencia de la Tierra.
En estos los tiempos de Arquímedes o Eratóstenes, y en otros anteriores, existe una palabra: "schole".
Significaba ocio.
Son tiempos en los que el conocimiento no conoce de la prisa; menos de la competitividad o de las "evaluaciones".
El "ocio", pues, es lo contrario al "no (nego) ocio", al
negocio. Sin embargo, es fácil percibir que en la actualidad vivimos tiempos en los que la educación de más calidad es
un negocio; no transmitimos a nuestros jóvenes valores de pausa y cultivo, sino de competitividad.
Al conocimiento se le discute el valor de la siembra, y se memorizan programas, todos iguales, para poder aprobar un examen. Al poco, se olvida lo estudiado.
La siembra cae en el terreno baldío de la urgencia.
En mi opinión, la diferencia radica en
los medios de producción; en la antigüedad la mano de obra esclava facilitaba los excedentes necesarios para poder disfrutar de una vida más des-ocupada en buscarse el sustento.
Los griegos se dedicaban a la escuela (al ocio), a los symposium o al teatro,
porque disponían de tiempo.
La clave fue que dedicaran su tiempo a cultivar la mente. Esa es la mayor herencia del mundo griego.
Hoy, que disponemos de maquinaria y, en principio, podríamos diseñar una sociedad que buscara refugio en la pausa y el saber, hemos optado por algo muy distinto.
Y, con ello, se resiente el tiempo orgánico.
4: TIEMPO ACELERADO
EL TIEMPO DEL RELOJ DE ARENA
El
tiempo del hombre es un tiempo orgánico. Es el tiempo del latido, de las fases
lunares, de las estaciones y la siembra.
El
tiempo humano puede verse, porque es un tiempo de mareas, de relojes de arena,
de amaneceres. Así ha sido durante decenas de miles de años: el humano
transcurre al ritmo de la naturaleza. A su propio ritmo.
Sin
embargo, la modernidad supuso un cambio cuantitativo y cualitativo del tiempo.
El tiempo fue haciéndose más acelerado y preciso, y se hizo necesario inventar
un tiempo mecánico. Es algo que Junger describe en “El libro del reloj de
arena”. Con ello, el tiempo dejó de ser algo relativo. Si la brújula nos situó
en el espacio, el reloj nos situó en el tiempo. El tiempo se hizo igual para
todos, artesanos o labriegos, marinos o sacerdotes.
En
Alemania, en el siglo XVI, el reloj de una iglesia comenzó a tocar los cuartos.
Ya no bastaba con los años o los días. Ni siquiera las horas. El humano comenzó
a necesitar una percepción del minuto. Más deprisa. Más competitivos. Más
precisos.
Más
iguales.
Con
ello se alteró nuestra memoria operativa, la herramienta por la que procesamos
la información del presente sobre la base de lo que hemos aprendido en el
pasado, para así ser capaces de predecir el futuro. Con el tiempo mecánico,
inmisericorde, no disponíamos de tiempo para pensarnos las cosas. La vida
abandonó toda práctica contemplativa. Simplemente, pasaba por delante de
nuestros ojos, a toda velocidad.
El
presente se hace el amo del hombre. Lo inmediato impone su mandato. En la
Odisea, Ulises llega a una isla en la que tres de sus hombres comen de una flor
llamada "loto". Es deliciosa, ofrece la felicidad; pero hace perder
la memoria. Los que caen bajo su embrujo sonríen como bobos. Olvidan sus
prioridades, abandonan sus deberes y se produce una pérdida de valores. Ya no quieren
volver a casa, proseguir su camino de regreso; sólo seguir comiendo de la flor.
Viven sólo el presente, lo inmediato. No tienen proyectos, y por tanto son
menos libres: están alienados.
Viven
ajenos al transcurso del tiempo. En palabras de Khalil Gibrán, serían “extraños en medio de las estaciones y
prófugos de la procesión de la vida, que marcha en amistad y sumisión orgullosa
hacia el infinito”. Están solos.
Tendemos a olvidar algo: no somos eternos;
tenemos un número cerrado de divisiones celulares. El cuerpo nos pide que
respetemos su ritmo, y no lo hacemos. Nos invade la cultura del “fast food”, y alargamos la juventud
hasta más allá de lo razonable.
Alguien fallece con 70 años, y en su velatorio
se comenta “¡era tan joven!” En la
actualidad, tras la crianza de los hijos y los nietos, vivimos un tiempo muy
largo y, permítaseme, redundante. Es muy
probable que lleguemos cansados al final. Es incluso posible que estemos
hastiados desde antes. Teilhard De Chardín decía que “el
gran cáncer del hombre moderno es el aburrimiento”.
Vivimos tiempos de prisas e inmediatez,
partícipes en una carrera hacia ninguna parte. Hemos creado una sociedad de
analfabetos funcionales. La urgencia nos obliga a conformarnos con un
aprendizaje de titulares. ¿Y a cambio de qué? ¿Qué conseguimos con tanta prisa?
Tener.
Somos esclavos del consumo. “La esclavitud no se abolió, sólo se puso en
nómina”. Todos sabemos cuántas pulgadas tienen nuestras televisiones,
cuánta potencia tiene nuestro coche o qué marca de ropa vestimos, y cuánto
cuesta. Sin embargo, muchos de nosotros no sabemos cosas básicas,
imprescindibles para entender nuestra propia naturaleza social o animal. Pondré
un ejemplo:
La madrugada del 17 de enero de 1994, el
Observatorio Griffith, situado en Los Ángeles, recibió cientos de llamadas de
personas aterradas. El cielo era extraño, insólito. Las personas afirmaban ver "una
gigante nube plateada" en el firmamento. ¿Acaso estábamos asistiendo a una
invasión extraterrestre?
Acababa de ocurrir el terremoto de Northridge, y la ciudad se había quedado sin
luz. Lo que los ciudadanos estaban viendo aterrados eran estrellas. ¿No les
parece algo más que una anécdota?
Ariadna le entrego a Oreo un hilo para que no
se perdiera en el laberinto. Nosotros pasamos los fines de semana encerrados en
enormes centros comerciales. El Minotauro somos todos. Malgastamos nuestro
tiempo en actividades tan vacías que llamamos al tiempo de ocio “Tiempo Libre”.
¿De quién se tiene que liberar el tiempo? ¿De nosotros mismos?
No podemos evitarlo. Erich Fromm nos explica
que “el carácter social internaliza las
necesidades externas, enfocando de este modo la energía humana hacia las tareas
requeridas por un sistema económico y social determinado”. Parece que no
hay salida. Es el sistema el que nos tiene presos.
¿O no?
Propongo la única cura eficaz: la pausa. Hace
falta que vuelva Epiménides. Que nos recuerde lo que decía Empedocles: que “el mar es el sudor de la tierra”.
Es una frase que está llena de tiempo orgánico.
De tiempo humano.
De tiempo.
Resta un último artículo:
"El tiempo como arte. Comer en DiverXo"
Le dedicaré una entrada propia. Lo merece.
Antonio Carrillo
Me ha gustado mucho y la frase: "construir barcos es una manera de agrandar el suelo patrio." genial!
ResponderEliminarMaravilloso artículo... o artículos. Me encanta lo que escribes casi siempre. Para mí es un placer leerte. El tuyo es el único blog que "sigo" de manera habitual. Nunca me aburre. Siempre son historias interesantes... ¡y tan diversas entre sí! Gracias por compartirlas.
ResponderEliminarTus escritos me llevan inevitablemente a ese tiempo orgánico del que hablas. Siempre son un placer por lo interesantes y por tu forma de contar, tan especial. Gracias.
ResponderEliminarPor Dios Antonio, como siempre he quedado fascinado por lo que escribes, no he podido dejar de leer hasta el final. ¿De dónde sacas tantos conocimientos? Envidia sana... Espero con impaciencia la quinta parte.
ResponderEliminar