La bioquímica es un reino de
maravillas del que empezamos a saber mucho, y bastante más desconocemos.
Llama la atención que a una
escala atómica todo resulte tan complejo, con un número casi ilimitado de
reacciones y diálogos. Porque la vida consiste en dialogar, con el entorno y
con uno mismo, en una búsqueda permanente de eficacia energética.
En cada una de nuestras células
se produce un baile simultáneo y profuso de mensajes químicos y eléctricos,
miles de millones por segundo y, pese a ello, increíblemente coordinados en una
tarea compartida: la de mantenernos con vida.
Las enzimas son importantes en
esta función; son unas proteínas especiales que aceleran (catalizan) de forma precisa y específica determinadas
reacciones químicas. Son los principales agentes de lo que llamamos
metabolismo.
Hoy quiero hablarles de algo que
sucede en su interior. De algo muy importante. De hecho, la fosforilación, este
fenómeno que nos ocupará, es la clave de la cura del cáncer o la diabetes, está
detrás de enfermedades mentales o coronarias, y la industria farmacéutica tiene
centrados buena parte de sus recursos en el estudio de esta reacción
extremadamente simple, común y esencial para la vida.
Porque cuando algo falla en la
fosforilación, se resiente la salud; a menudo sobreviene la muerte.
Empecemos por el fósforo, un
elemento presente en el cuerpo humano y que le da nombre. Por ejemplo, hay trazas de fósforo en el semen, lo cual es útil para la policía científica: como el
fósforo reacciona ante la luz, especialmente la ultravioleta, se han
determinado agresiones sexuales en la escena de un crimen o en una autopsia por
las señales luminosas del fósforo del líquido seminal.
El fósforo aparece en el cuerpo
en forma de sales de ácido fosfórico. A estas sales las llamamos fosfatos. Pues
bien: la presencia o ausencia de esta sal es un factor que activa o desactiva
proteínas. Es una manera sencilla que tienen las células para “encenderse” o
“apagarse”.
Si se añade fosfatos, una
determinada función de la célula se activa.
Si se quitan, se desconecta.
A este proceso de encendido y
apagado es a lo que denominamos fosforilación. Hay enzimas especiales que añaden
o quitan fosfatos, y regulan así el funcionamiento de ciertas proteínas. Las
enzimas que añaden fosfatos se llaman quinasas. Las que lo quitan, se denominan
fosfatasas.
Pero este rollo: ¿de qué va?
Va de usted, de estar vivo. De
que respira, y llegan a sus células moléculas de oxígeno que oxidan los
nutrientes, generando así energía dentro de las mitocondrias en forma de una
enzima llamada ATP.
Usted respira para oxidar lo que
come. Y la fosforilación es el factor fundamental en la producción de ATP. El
90% de la energía que lo mantiene vivo procede de la fosforilación.
Se merece que hablemos de ella.
¿No creen?
¿Qué pasaría si no pudiésemos
contar con combustible? Si detenemos el sutil baile del metabolismo pasan cosas
curiosas (y terribles). La musculatura, por ejemplo, depende fundamentalmente
de la fosforilación en su acción de contraer o relajar los músculos. Nos movemos
gracias a un sutil desequilibrio iónico entre el Sodio y el Potasio y sus
diferentes cargas (como sucede con el envío de neurotransmisores) que consume
mucha energía; la fosforilación por una parte activa o desactiva los niveles de
calcio, fundamentales para el envío de señales eléctricas a los músculos. y
actúa igualmente sobre la mitocondria y la ATP como fuente de energía que se
transforma en movimiento (o en reposo si desactiva). Pues bien: cuando morimos todas
las reacciones que constituyen el metabolismo tienden hacia el equilibrio. Por
decirlo de alguna manera, deja de sonar la música y nuestro cuerpo deja de
bailar. De repente hay un equilibrio iónico, que en el caso de la musculatura supone
que todos los músculos se agarroten, en un esfuerzo que agota todas las
reservas de ATP. Sin fosforilación no hay más ATP. Nos quedamos sin gasolina
que relaje la musculatura.
La falta de fosforilación provoca
entonces lo que conocemos como “rigor mortis”.
Para que me entiendan: un 30% de
las proteínas (y el 70% de las enzimas) de su cuerpo se regulan a través de la
fosforilación.
Les propongo otro ejemplo de su
importancia: en una célula las quinasas (recuerden, las que añaden fosfatos y
activan las proteínas) se quedan atascadas en la posición de “encendido”. Esto
resulta peligroso, porque la fosforilación puede alterar incluso lo que llamamos la
“señalización celular”. Puede cambiar la expresión de los genes.
En efecto: un problema con la
fosforilación incorrecta es que provoca una mutación que activa sin control la
transcripción de ciertos genes. La célula mutada recibe órdenes erróneas desde
el núcleo, y aumentan las proteínas que se ocupan del ciclo celular, las cuales
generan frenéticas muchas células mutadas. La célula está siempre activa, sin
el control debido, y provoca el nacimiento de un tumor.
Dominar los efectos nocivos de
una mala fosforilación podría suponer la cura del cáncer.
Es por esto que los laboratorios
farmacéuticos prestan tanta atención a este mecanismo de encendido y apagado.
Una quinasa también está detrás del mal funcionamiento del órgano receptor de la
insulina, lo que se traduce en diabetes. Y la fosforilación también interviene en la
hipertensión.
Los ejemplos son tantos que no
puedo dedicar sino unas breves líneas a dos patologías en las que interviene la
fosforilación: El Cólera y la Peste Bubónica.
El cólera es una enfermedad
causada por una bacteria, la cual segrega una potente toxina que ataca a las
células del intestino. Lo que hace es activar proteínas presentes en la
membrana que facilitan el transporte de iones, líquidos y elementos entre las
células. El intestino se inunda de agua rica en Sodio. Potasio y Bicarbonato,
en tal cantidad que no es capaz de asimilarla. Por consiguiente, el Cólera es una enfermedad que
puede causar la muerte por deshidratación causada por unas diarreas tremendas; unas 40 deposiciones en 24 horas.
No es ninguna tontería: las
diarreas son una de las causas de mortandad más importantes en el tercer mundo.
Hay otro caso que me llama la
atención, porque en este caso la enfermedad no se activa a través de una quinasa,
sino que desactiva inyectando una fosfatasa a la célula. Hablo de la famosa Peste
bubónica o Peste Negra, que exterminó a un tercio de la población europea en el
siglo XIV.
La Peste Bubónica segrega una
toxina terrible, que interfiere en el proceso respiratorio mitocondrial
y la creación de ATP. Sin energía, la célula es blanco fácil para el ataque de el patógeno. Pero, además, la toxina segrega una fosfatasa que impide que la célula segregue macrófagos capaces de defenderla.
y la creación de ATP. Sin energía, la célula es blanco fácil para el ataque de el patógeno. Pero, además, la toxina segrega una fosfatasa que impide que la célula segregue macrófagos capaces de defenderla.
La Peste, la enfermedad
infecciosa que ha causado más muertes en la historia de la humanidad, desactiva
las defensas del organismo utilizando la fosforilación como herramienta de
ataque.
Lo lamento si este artículo le ha
parecido tedioso. Demasiadas palabras técnicas y un tanto farragoso. No he
sabido hacerlo mejor.
Pero quería hablarles de la
fosforilación, porque es parte esencial de los procesos bioquímicos que hacen
posible la vida.
Porque es apasionante saber cómo
el organismo trabaja para mantenernos sanos. O cómo las enfermedades utilizan
trucos siniestros para atacarnos.
Porque, después de leer estas
líneas, se conocen un poco mejor.
Al menos, tal ha sido mi
intención.
Antonio Carrillo
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