(Y a Jacobo, que espero que no empiece)
La nicotina es una droga.
Y es una droga cruel.
Es un alcaloide, como la morfina
o la cocaína, muy venenoso; pero en dosis bajas tiene un efecto estimulante, y
en dosis mayores un efecto reforzador del placer sobre el sistema límbico. Es
una de las drogas más adictivas que se conocen.
Digo que es cruel por cómo actúa:
primero provoca que el cerebro aumente la producción de dopamina, un
neurotransmisor que afecta a la recompensa, el humor o la atención. La cocaína,
las anfetaminas o la nicotina provocan en efecto que el cerebro libere más cantidad
de dopamina.
Por eso fumar es un placer.
Pero en realidad es una trampa.
La nicotina cambia la estructura bioquímica de las neuronas, racaneando la
cantidad de dopamina disponible. Si al principio nos ofrece la recompensa de
más dopamina, luego ralentiza la producción de esta sustancia, por lo que las
neuronas tienen que aumentar el número
de receptores de nicotina, para mantener los niveles. Pero hay más: llega un
punto en el que las neuronas no pueden generar más receptores, y encima
reaccionan más lentamente a la nicotina, por lo que el sistema de
recompensa/placer del cerebro se ve obligado a aumentar la dosis de nicotina
que se administra. Más y más, nunca es suficiente. No es una necesidad que se
fundamente en razones objetivas: el tabaco nos ofrece recompensas de humo, nos
engaña y convierte en adictos a una realidad falaz y terrible.
Nos esclaviza a sentir un placer
que nos es ajeno. Y que nos mata.
¿Cree que fuma para estar más
tranquilo? No es cierto. Fuma para calmar la abstinencia de nicotina a la que
ha acostumbrado a su cerebro; pero los niveles de estrés episódicos se
mantienen. Camuflados, eso sí, por efecto de la droga.
Mientras, la nicotina afecta a su
sistema circulatorio. Está dañando su corazón o sus arterias y venas con cada
cigarrillo. Y todo esto a cambio de nada.
Usted no necesita nicotina. La
nicotina le necesita a usted, y lo convierte en una marioneta utilizando trucos
de prestidigitador barato.
Pero hay más: la nicotina se
exhala acompañada de un residuo tóxico y cancerígeno, el alquitrán. Por cierto,
los carcinógenos que usted introduce en su cuerpo los elimina a través del
sistema excretor: la vejiga. Y sé de lo que hablo. Mi padre murió de cáncer de
vejiga hace poco más de un año; y el factor desencadenante fue su adicción al
tabaco.
El tabaco es una sustancia dañina
no sólo para quien lo consume: el humo de tabaco resulta dañino también para
quienes lo inhalan: los fumadores pasivos. Es una droga que afecta no sólo al
enfermo que ha caído en sus redes: los demás también pueden sufrir sus efectos.
Seguramente el fumador no sabe qué contiene el humo que expele: DDT (insecticida),
propano (combustible de cohetes), arsénico (sin comentarios), benceno, butano,
y cianuro de hidrógeno (gas utilizado para exterminar a los judíos en los
campos de concentración).
La respuesta es triste: porque es
un negocio muy rentable. Las empresas tabaqueras ganan mucho dinero, y las
Haciendas Públicas de los países recaudan miles de millones de Euros en forma de
impuestos. De hecho, el tabaco es un producto especialmente gravado sin que
haya grandes manifestaciones de protesta en cada subida ¿Por qué?
Porque los fumadores tienen un
sentimiento de culpa. Saben que lo que hacen es dañino para su salud, pero son
incapaces de salir de la trampa. Los no fumadores pueden aducir: “si no quieren
pagar, que lo dejen”. Pero no es tan fácil. Primero porque la nicotina, como
hemos visto, es una droga muy poderosa. Y segundo, porque tengo la sospecha de
que los enfermos de tabaquismo son víctimas de una campaña de manipulación
proveniente de la industria y del Estado.
Me explicaré.
Lo que voy a decir sonará un
tanto conspiranoico; lo asumo. Pero los psicólogos a los que consulto coinciden
mayoritariamente en que las campañas antitabaco subvencionadas con dinero
público, lejos de ayudar en la caída del consumo, actúan más como aliciente.
Un adolescente vive un momento de
desarrollo de los lóbulos frontales que le conduce a asumir riesgos. Es edad de
motocicletas, de retos absurdos con los amigos, de beber más de la cuenta y de
no pensar en el mañana. Eres joven, y lo que pueda pasar con tu vejiga dentro
de 40 años es algo tan lejano que no eres capaz de razonar sobre ello. El ahora
es el tiempo de la adolescencia, y demuestras tu valor afrontando retos
absurdos. Es una época en la que se fuma.
En estos cerebros maleables e
inestables la nicotina encuentra unas víctimas propiciatorias; al fin y al
cabo, es una droga legal. Y cierne su trampa sobre los receptores neuronales, a
los que somete en una esclavitud que, en la mayoría de los casos, durará toda
la vida.
La respuesta de la administración
es llenar las cajetillas de tabaco de mensajes avisando del peligro ¡FUMAR
MATA! Incluso se acompañan de truculentas imágenes de pulmones o bocas destrozadas
¿Acaso creen que así desincentivan a los jóvenes del consumo? Más bien es al
contrario. La psicología adolescente ve en esas imágenes un refuerzo del reto
de vivir al límite.
Y los consumidores adultos,
víctimas ya de la trampa, apenas si atienden a las advertencias. Ellos ya saben
que mata, y la mayoría querría dejarlo. Pero no pueden.
Hace cinco años me encontraba en
uno de los pasillos del hospital Clínico de Madrid, una mole inmensa de espacios
y laberintos interminables. Era de noche, y estaba solo. A lo lejos vislumbré
la figura enjuta de un hombre, que debía frisar los cuarenta años, la tez macilenta
y los ojos hundidos. Se apoyaba en un soporte
con ruedas del que colgaba una bombona de oxígeno conectada a una máquina.
Llevaba puesta la bata del hospital, que le quedaba grande, y respiraba gracias
a una máscara. Tardó una eternidad en llegar a donde yo estaba, a pasos cortos.
Cuando se acercó lo suficiente, se quitó con dificultad la máscara, y con una
voz débil, casi infantil, me preguntó
¿No tendrás un cigarrito?
Todo esto puede ser fruto de mi
imaginación; pero acabo de enterarme de algo que me causa estupor. En los últimos
años han proliferado los conocidos como cigarros electrónicos, unos artilugios
que administran la cantidad de nicotina que el cerebro necesita pero que no
aportan los otros contaminantes que hay en los cigarrillos. El fumador de estos
exhala vapor de agua. No es una panacea, y desde luego sigue presente el
problema del hábito y los efectos de la nicotina sobre el sistema circulatorio.
Pero al menos no se introduce alquitrán y otras porquerías al cuerpo; y es
inocuo para los demás.
Pues bien: las compañías aéreas
han recibido instrucciones tajantes de que se prohíbe el uso de tales aparatos
durante el vuelo ¿Por qué? No hay combustión, y por tanto no existe el problema
– real y serio – de un incendio en vuelo. Además, emite vapor de agua, por lo
que no contamina el ambiente ¿Por qué no se les permite a los afectados de
tabaquismo calmar su necesidad de nicotina con este nuevo invento?
Sólo se me ocurre una razón de
peso. Estos cigarrillos electrónicos no pagan impuestos; y el Estado no gana
dinero con ellos. El Estado es el que ha prohibido el uso de cigarrillos
electrónicos.
Imagino la presión de las grandes
compañías tabaqueras. Creo que merecemos una respuesta coherente y creíble.
Pero no la hay.
Ni la habrá.
Antonio Carrillo
Tienes toda la razón, Antonio.
ResponderEliminarFui víctima de este terrible vicio, al segundo intento conseguí dejarlo.
Es una decisión personal y que exige mucha disciplina, difícil, pero no imposible. No dejes de estimular a tu esposa para que lo abandone... algún día podrá hacerlo...
Saludos,
Dona