La araña no sueña con la mosca
que le alimenta.
Es posible que usted, lector, se
vea a sí mismo como alguien especial. Es normal. Al fin y al cabo, es el
protagonista principal – acaso único – de una trama que transcurre,
fundamentalmente, en el oscuro interior de su cráneo.
Lo llamamos vida. Y tiene mal
final.
La vida es un soliloquio
incesante que se alimenta de lo que nos aportan los sentidos. La vista, el oído
u olfato. No se descansa jamás, ni tan siquiera durante el sueño; Somos un cerebro
estimulado y condenado a tomar decisiones constantemente.
Vivir no resulta fácil, por
cansado. Es demasiada responsabilidad. Nadie puede pensar por nosotros. No
podemos delegar los sueños. Tampoco las ilusiones, expectativas o desesperanzas, de las que solo
nosotros sabemos.
Vivir no resulta fácil porque se
vive en secreto. Siempre.
Es posible, he dicho, que se
perciba como alguien especial. Pero ¿se da cuenta realmente de lo que es: un
organismo excepcional? ¿Un milagro que burla durante años la más cruel e
inevitable ley física, la de la entropía? ¿Es consciente de lo que hace todos
los días, de los viajes que emprende, de su capacidad inexplicable para construir universos metafóricos?
Lector; es usted único,
irrepetible y, por ello, valioso.
Permítame: Les mostraré unas
cuantas imágenes. Se tomaron en la superficie del planeta Marte por vehículos
enviados desde la Tierra; las sondas Viking 1 y 2, la Mars Pathfinder, los
rover Spirit y Opportunity (que sigue funcionando después de 13 años) o el
vehículo Curiosity, que lleva 5 años recorriendo la superficie de marte; un
utilitario de casi una tonelada de peso y 2,7 metros de largo.
Tenemos además varios satélites
orbitando el planeta, recopilando información.
Usted puede observar estas
imágenes y, por medio de su imaginación, pasear por la superficie de Marte.
Sorteando rocas, con la agilidad que proporciona una gravedad menor que la
terrestre, pueden asomarse a llanuras inmensas, a enormes dunas de arena. Hay
volcanes tres veces más altos que el Everest, cañones que ridiculizarían al
Cañón del Colorado.
Observe las imágenes y cierre los
ojos. Hace frío, unos 10 grados, aunque la temperatura varía bastante según las
estaciones y el hemisferio.
Le propongo que viaje con su
imaginación al polo sur, un lugar de hielos permanentes. En una llanura observa
fascinado que del suelo brotan columnas de polvo y gas. Son geiseres fríos,
compuestos de Co2 y arena.
Para enviar estas naves a Marte
hemos empleado miles de millones de dólares, toneladas de combustible,
incontables horas de trabajo de ingeniería.
Pero usted acaba de estar ahí.
Con el único gasto de cerrar los párpados.
La atmósfera de Marte es tenue,
pero ello no evita que sienta el viento, que puede soplar con una enorme
virulencia. El Sol es más pequeño que en la Tierra. Predomina el color rojizo
del óxido de hierro, y un enorme escalón divide el planeta en dos hemisferios
muy diferentes; el norte es llano. El sur es escarpado. No sabemos con certeza
la razón, pero usted tiene previsto visitar esta muralla de kilómetros que
rodea el planeta cerca del ecuador. Se sospecha que el choque con un planetoide
del tamaño de Plutón hace 4.000 millones de años pudo causar esta anomalía. Y
usted se imagina presenciando el cataclismo.
Es tiempo de volver a casa. Ha estado en Marte. Los
vehículos que deambulan por su superficie en realidad no ven nada. Somos nosotros
los que vemos a través de sus imágenes. En la parte posterior de nuestro cerebro
la imaginación ilumina valles y relieves. Nos basta cerrar los ojos para
imaginarnos a 150 millones de kilómetros. Usted es excepcional porque tiene la
facultad de salvar distancias imposibles, de llegar a lugares inverosímiles.
Incluso puede deambular por el foro de la Roma de hace 2.000 años ¿Qué se lo
impide? ¿A quién debe rendir cuentas de lo que sueña?
Permítaselo; sueñe con todo ello.
Que no le engañen con pobres distracciones. Lea, imagine, viaje. Embárquese en
el Nautilus del capitán Nemo, dirija una orquesta o sea campeón del mundo de
ajedrez. Y utilice el arma más poderosa para darle sentido a esta existencia:
la metáfora.
Estamos hechos de la materia de
la que está hecha la imaginación. La metáfora es tan real como el agua o la
leche que brota del seno. Nos alimentamos de imágenes, de símbolos. Bebemos de
la fuente de la ilusión, tangible en su ubicuidad. Firme en su ir y venir
maleable.
Como la araña.
La araña no sueña con la mosca
que le alimenta.
Sueña con tejer nubes con su seda
pálida.
Antonio Carrillo.
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