Habrá quien no se crea lo que va a leer. Sin embargo, puedo asegurar que las opiniones vertidas a continuación son veraces y recogidas de manera estrictamente literal. Todos los párrafos entrecomillados los he transcrito escrupulosamente, sin añadir ni una coma.
Lo que sigue es lo más parecido a un abismo. Pero es la realidad.
Introducción
Me confieso no muy mayor; 42 años. Y, sin embargo, he asistido (y asisto) cotidianamente a expresiones y gestos machistas, rancios y vergonzantes. La violencia de género se olisquea en una cafetería en la que desayuno todas las mañanas; un cliente de avanzada edad se dirige vociferante a la camarera ecuatoriana con expresiones como " mi novia", "mi amol", "mi amante", etc, con calificaciones molestas para la empleada y el resto de la clientela. Ella me ha dicho que es un cliente y no puede hacer nada. Que bastante mal está el trabajo como para responder. Simplemente, le sonríe.
¿Se extraña? Hace pocos meses asistí a un suceso espeluznante: el superior de una mujer altamente cualificada le dijo, textualmente, y delante de otros compañeros, "tú y yo deberíamos follar, que me gusta tener contenta a la gente bajo mi mando". Ella ni tan siquiera denunció los hechos a la empresa. Le siguió sonriendo el resto de la jornada.
En ambos casos se me pidió expresamente que no interviniera, por el bien de la mujer. Así estamos.
¿De dónde proviene tanta inmundicia? De todos lados. El desprecio hacia la mujer se da en todos los ámbitos, y lo que hemos avanzado es, al menos eso opino yo, bastante poco. Si algo así sucede en un entorno social europeo, supuestamente avanzado en civismo e igualdad de derechos, ¿qué no sucederá en el segundo y tercer mundo? La mujer es objeto de abuso sistemático, a veces de manera soterrada; pero basta con tener ojos y oídos para percibir lo que sucede en nuestro entorno. Y todos somos, de alguna manera, cómplices de esta basura. Especialmente los hombres. Una de cada tres mujeres en España ha sufrido abuso físico o psicológico.
Hace poco alguien me comentó lo curioso que resulta que sea Suecia el país que lidera el maltrato en Europa. No es así. Suecia es el país líder en denuncias por violencia de género. La mujer sueca que sufre maltrato lo denuncia. Cuenta con recursos, apoyo social y una cultura igualitaria que conoce desde niña. En España no hay menos maltrato, sino menos denuncias. Y somos muchos más.
Pero, de nuevo, ¿de dónde procede esta sinrazón? En qué suelo ha arraigado esta mala simiente?
La mujer buena
Un médico de renombre publicó un libro con recomendaciones relativas a la vida sexual. Está repleto de perlas del tipo:
"Es de recomendar que (las niñas) no usen prendas de ropa interior que rocen o aprieten demasiado sus partes sexuales, que no abusen del ejercicio de la bicicleta o de la equitación llamada a la jineta, porque el roce del sillín o de la silla de montar con sus órganos sexual puede despertar a destiempo o prematuramente sus sensaciones voluptuosas, que las llevan a provocárselas con manipulaciones vergonzosas."
El egregio doctor se embarca a continuación en cuestiones de gusto, estética y galanura:
"¡Cuánto más elegante y distinguida no es una mujer montando un traje de amazona con su sombrerete y su larga falda, que con pantalón de montar y a horcajadas sobre el caballo"
El tema del onanismo femenino le tiene especialmente preocupado a nuestro sabio consejero:
"Yo he visto más de un caso de masturbación femenina en muchachas alrededor de los veinte años, que me ha sorprendido por su pertinacia y por la dificultad en corregirlo. Casi me inclino a creer que es más difícil de corregir este vicio, o estado psicopático si se quiere, en el sexo femenino que en el masculino"
A estas alturas, ya le supongo con la boca abierta. ¡La mujer que se masturba sufre de un trastorno mental severo! Pues tenga cuidado con su mandíbula, que ni el cine se salva de las apreciaciones del afamado galeno:
"la mujer, más recluida en casa, con menos ocupaciones físicas, quizás más entregadas a lecturas peligrosas, más aficionada al cine, cuya peligrosidad en el orden moral no se puede negar, en una palabra, menos distraída por ocupaciones personales, tiene más facilidades para entregarse a placeres solitarios, por poco que su temperamento la incline a ello."
Apabullante. Me pregunto qué entenderá por lecturas peligrosas. Supongo que considera la lectura, en general, un hábito poco femenino y potencialmente dañino: la mujer que lee puede dedicarse a pensar por su cuenta. ¡Con lo relajante y útil que resulta la costura!
Especialmente humillante resulta su análisis sobre la mujer y los estudios:
"Lo médicos de familia (asistimos) a jóvenes adolescentes que han perdido el apetito, le aquejan insomnios, padecen de frecuentes jaquecas, se sienten decaídas, sufren desarreglos menstruales y presentan los síntomas de la cloroanemia: son estudiantes de bachillerato superior, que han de hacer esfuerzos superiores a su capacidad física e intelectual para seguir con provecho los estudios y llegan a finales de curso agotadas".
"si, terminado el bachillerato, la muchacha se decide o la obligan sus padres a seguir una carrera superior, es muy posible que aquellos trastornos aumenten y la salud física de la joven quede comprometida por mucho tiempo"
"Es verdad que esto no ocurre siempre y que hay chicas que superan magníficamente esas pruebas tanto en lo físico como en lo intelectual, pero estos casos son indiscutiblemente los menos."
¡Toma ya! Y a continuación, la traca, el desahogo final:
"y, en definitiva, ¿Para qué? Yo no sé que se haya hecho nunca una estadística del tanto por ciento de mujeres que, al terminar una carrera liberal, la ejerzan con provecho; pero estoy seguro de que si se hiciera, el resultado sería lamentable en contra de las profesiones liberales, ejercidas por mujeres"
“¿Cuántas mujeres médico, cuántas abogado, cuántas licenciadas en ciencias químicas ejercen con provecho su profesión? La misión de la mujer no es ésta. La mujer ha sido creada para madre de familia, y bastante y mucho tiene que aprender para cumplir debidamente tan alta misión"
¡Diga usted que sí! Costura y cocina. Y equitación a la española, por supuesto, que como todo el mundo sabe, los españoles estamos constantemente matando toros y montando a caballo.
Pero puestos a ser ofensivos, el caballero se explaya con una crueldad sibilina:
"Yo no sé a qué será debido, pero he de consignar un hecho que no se me podrá negar: y es el que la proporción de mujeres con título universitario que no se casa es muy superior al de las que lo hacen sin poseer título académico. ¿Será porque pierden su feminidad? ¿Porque las mujeres sabias asustan a los hombres ... Que no lo son?"
¡Marimachos inteligentes que quieren ser médicos, abogados o arquitectos! ¡Y habrá mujeres que quieran ser jueces! ¡Habrase visto tal desfachatez! Por cierto; mi profesor de historia en el curso preuniversitario, un sacerdote salesiano, protestó en clase porque se permitiera a las mujeres estudiar arquitectura. Sus quejas tenían apoyo en una lógica aplastante: "¿dónde se ha visto a una mujer subida a un andamio?"
Pero volvamos con nuestro médico, que, ya lo anuncio, escribió estas líneas no en época victoriana, finalizando el siglo XIX, sino bien avanzada la segunda mitad del siglo XX. Con respecto a la noche de bodas, supongo que ya se esperan lo peor:
”(el marido) sabrá comportarse en su primera noche con todo el respeto y la atención que merece la doncella que se le entrega, a cambio de que él sea para lo sucesivo su guardador y su sostén"
Y por si no quedaba claro, y como fundamento sociológico del machismo y de los malos tratos, deja caer la siguiente perla:
“¡Jamás, por ningún motivo, por muy fundado que parezca, la mujer deba rechazar una caricia del marido. Éste, en su fuero interno, quedará siempre reconocido a un acto de sumisión o entrega de la esposa, por poco educado que sea, y se sentirá cada día más atraído si ella sabe satisfacerle por completo y tiernamente su apetito sexual."
Termino con nuestro buen doctor. Caballeroso y gentil, se presta a rendir buenos consejos a las esposas, del tipo:
"la mujer ha de procurar conservar, y si es posible acrecer, todos sus atractivos corporales para mantener viva su atracción sobre el marido."
A estas alturas se preguntarán; ¿qué individuo era capaz de opinar algo así? ¿Y hacerlo público? Asómbrese; se trataba del Presidente de la Real Academia de Medicina de Barcelona.
La buena mujer
Apetece cambiar de tercio y desempolvarnos un poco. En realidad, lo que hemos leído es fruto de una época, de un tiempo, que se ha ido para no volver. Seamos benévolos con el doctor y no citemos su nombre. En realidad, no merece que le prestemos más atención. No por lo que ha escrito al menos.
Fijemos nuestra mirada en otro médico. Una mujer. Es una persona que acaba de publicar unas memorias de su vida. Tiene 103 años, y mucho de lo que hablar.
El título lo dice todo: "Elogio de la imperfección". La persona que nos habla se confiesa imperfecta, llena de dudas y lo bastante humilde como para reconocer que ha tenido que sacrificar parte de su vida personal a favor de su desarrollo profesional. Acaso optar por buscar la autorrealización a través del trabajo es tan respetable como dedicar una vida a criar y cuidar de una familia. Lo que el libro defiende es que, finalmente, se debe elegir, y toda elección implica una renuncia. La doctora del libro ha volcado en su trabajo lo que otras mujeres vuelcan en sus hijos. ¿Qué opción es mejor? La que la mujer elija libremente. Puede compatibilidad ambos ámbitos, el profesional y el familiar, en un equilibrio complejo, puesto que siempre habrá sacrificios en uno y otro lado de la balanza.
La doctora Rita Levi-Montalcini se volcó en la investigación, y ganó el premio Nobel de medicina. El premio es accesorio; fue feliz investigando, y no necesitó fundar una familia. Hizo una elección como persona adulta, con el mérito que supone saltarse los convencionalismos de los años 20 y 30. Además, como judía, tuvo que sobrevivir al genocidio fascista, que le obligó a montar laboratorios clandestinos en su propia casa.
La buena mujer no necesita ser una mujer buena. Puede ser todo lo ambiciosa o egoísta (que no egotista) que quiera. No tiene dueño; y menos ¿cómo era? Guardador y sostén. En estos tiempos en los que la mujer está dominando ámbitos profesionales impensables hace sólo 30 años, somos los hombres los que tenemos pendiente una tarea: la de buscar nuestro sitio.
Y no es fácil. Detrás del maltrato hay cobardía, qué duda cabe, pero también puede haber miedo. Miedo a la mujer inteligente, libre y valiente. Miedo a perder un estatus cómodo en el que nos hemos asentado durante generaciones. Miedo a que la mujer diga que no. Miedo a que diga que sí. Miedo a no reconocer la masculinidad en la ternura, a caer en un vacío en el que no nos encontremos.
¿Y la mujer? Debe ser libre de elegir. También de elegir el hogar, los hijos, si le place. Cuidado con este espejismo de libertad en el que la mujer realiza trabajos a desgana sólo porque hay una hipoteca que pagar, y no basta con un sueldo. Todos conocemos madres con el corazón dolido por dejar a su hijo de pocos meses en una guardería. Un país digno debe facilitar a la mujer una conciliación real y un apoyo económico suficiente. Por desgracia, y aunque hayamos creído lo contrario durante años, no somos un país rico. No hay dinero para algo así.
En Suecia no sólo hay más denuncias por maltratos; también hay un estado del bienestar que permite vivir la maternidad dignamente, con las mejores coberturas del planeta. Es curioso que ambos fenómenos se den en un mismo país. ¿Tendrá que ver una cosa con la otra?
Por acabar; la mujer no necesita seguir el ejemplo de la doctora Levi. Debe seguir su propia senda. Pero querría vivir en un país en el que no se ofenda a una camarera por ser mujer e inmigrante. Un país en el que mujeres y hombres ganen lo mismo por un mismo trabajo. Un país en el que el Jefe del Estado sea el primer nacido, hombre o mujer, y las religiones dominantes no discriminen a las mujeres.
Espero ver algún avance antes de partir. Como hombre, mi conciencia estaría más tranquila.
Antonio Carrillo.