martes, 20 de noviembre de 2012

La importancia de dominar un idioma



He decidido que mis hijos aprehendan un idioma.

Quiero decir: pretendo asentar en ellos el respeto a la palabra. Querría que adquirieran un léxico profundo, que les permita arropar todas las sensaciones, cosas y pensares.

Me haría feliz que cultivaran y respetasen el habla y la escritura, acicalados ambos como se limpia el cuerpo, aseados como la moral de un niño. Que a su paso por lugares y personas dejen la impronta de un verbo sereno.

Pretendo que mis hijos aprehendan un idioma, y he decidido que sea el castellano. Al fin y al cabo, es el idioma que escucharon en el seno de su madre, y lo hablan desde los tres años.

No convienen los experimentos en cuestiones de tanta importancia. El padre de Montaigne, un hombre harto peculiar, decidió que su hijo pasara los primeros años con unos humildes campesinos, pero, en tanto el niño alcanzaba la edad del balbuceo, contrató los servicios de un latinista alemán. Maestro y pupilo sólo se comunicaba en la vetusta lengua, enclaustrados ambos en un mundo clásico, con Virgilio, Séneca o Cicerón como amigos de la infancia; un universo mental que llevaba 1.000 años muerto. Las criadas tenían prohibido hablarle, y el padre y la madre tuvieron que aprender un latín rudimentario para poder comunicase con su hijo.

Con Montaigne parece que el experimento salió bien; o al menos eso afirma el autor renacentista. Pero el riesgo es excesivo. Todo idioma resulta trascendental, porque de su mano alcanzamos la condición de personas. Somos lo que pensamos y sentimos, cierto, pero nuestra naturaleza social nos obliga a compartirnos. Sin los otros no hay lenguaje, sino estéril soliloquio. Es por eso que el lenguaje nos conforma; porque la vida, el devenir, reside en los demás y la manera cómo nos insertamos en un cuerpo (órgano) social.

Las palabras son armas poderosas: definen y modifican la realidad. Un léxico amplio nos abre la ventana de la mente a un cosmos rico en matices, diverso y fascinante. Nuestra voz es un fiel reflejo de cómo está estructurada la mente, y la más bella de las formas se derrumba si no se sustenta en un hablar coherente. Porque, si bien la piel sufre el embate del tiempo, el lenguaje tiene en el mismo tiempo su aliado, y gana en lozanía con los años y la experiencia.

No hay mejor cura de rejuvenecimiento que cultivar el habla.

Además, el español es un idioma con futuro. La fortuna de que se hable en dos continentes le confiere una variedad y riqueza dignas de encomio. En este sentido, querría llamar la atención sobre un aspecto que considero esencial: es importante cómo se construye el castellano, la riqueza de su vocabulario, y no tanto la manera como se pronuncia. Lo digo por aquéllos que denostan el habla andaluza por su acento, o menosprecian los ritmos y cadencias sudamericanos por no acomodarse a un castellano neutro en su pronunciación. Sin embargo, en Cádiz, Colombia, México o Perú se habla un español significativamente más rico que en Madrid. Y lo digo con conocimiento de causa. Les propongo una prueba: comparen el habla de un adolescente pastuso (sur de Colombia) con el de un madrileño. Seguro que el colombiano emplea el doble de palabras, y no comete tantos errores gramaticales, como el horrible laísmo que impera en Castilla.

Si acaso, los jóvenes colombianos deberían vigilar la acometida de los anglicismos en el lenguaje cotidiano. Y es éste asunto, el de la conservación y cuidado del idioma, que nos compete a todos, ya que es obligado que preservemos el patrimonio cultural como un tesoro de gran valor. No hay herencia más importante.


Coda: viajo en un tren de cercanías desde Alcalá de Henares rumbo a Madrid. A mi lado, un grupo de adolescentes charlan sobre su futuro. Una joven comenta:

- "Mi madre no entiende. La he dicho que si quiero aprender inglés tengo que irme un año a Irlanda".

Aprender inglés es algo maravilloso. Ortega decía que dominar otro idioma significaba adquirir un alma distinta. Pero debemos ser coherentes. Antes de adentrarnos en el estudio de un segundo idioma, asentemos unas bases firmes que nos permitan dominar con soltura y seguridad nuestro idioma materno. No pretendamos construir una casa desde el tejado.

Como en otras tantas ocasiones, nos distraemos de lo fundamental. Afianzar nuestra lengua nos consolida como individuos. Y, a menudo, se tarda toda una vida en aprehender (con "h" intercalada) un idioma. Porque no es tarea fácil.

Pero merece la pena.

Antonio Carrillo.

martes, 13 de noviembre de 2012

Estatura


 
Lo confieso, tengo complejo de bajito.

Creo que se debe a mi baja estatura. 

Mido 1,72.

1,70, rebate la pérfida de mi mujer. Y, en estas lides, 2 centímetros no es asunto baladí. Si, por ejemplo, midiera 1,75, no sería bajito ni tendría complejo alguno.

¿Importa la estatura en el hombre? Sin duda. Montaigne lo explicaba con su genial pluma:


"Allí dónde reside la pequeñez, ni la anchura y curvatura de la frente, ni la claridad y suavidad de los ojos, ni la moderada forma de la nariz, ni la pequeñez de orejas y boca, ni la regularidad y blancura de los dientes, ni la suave espesura de una barba del color de la cáscara de una castaña, ni el cabello ahuecado, ni la redondez armoniosa de la cabeza, ni la frescura del color, ni el aspecto agradable del rostro, ni un cuerpo sin malos olores, ni una adecuada proporción de los miembros pueden hacer guapo a un hombre"


No piense el lector que una absurda paranoia se ha apoderado de mí; hay datos empíricos que reafirman la importancia de la estatura varonil. Resulta llamativo que, en los EEUU, los niveles más altos de las empresas los copen, en una proporción sorprendente, varones cuya estatura supera el 1,83. ¿Cómo se explica este dato, si la estatura media para los varones norteamericanos es de 1,76? Digo más: de entre los 43 presidentes de la historia de los EEUU, sólo 5 eran bajitos. No puede ser una casualidad. El último presidente "bajito" fue William McKinley, a finales del XIX, y medía 1,70.

La mayoría de las mujeres consideran más atractivos a los hombres altos. Esto es un hecho incuestionable ¿Por qué?

Científicos de la universidad de Utah, dirigidos por el biólogo David Carrier, descubrieron que los varones golpean con más fuerza cuando tienen los dos pies asentados en el suelo, y que golpear hacia abajo aumenta la fuerza del impacto. Es decir, en un combate el hombre alto lleva ventaja. Esto significa que un hombre alto tiene más posibilidades de salir ganador tras una pelea, y, por consiguiente, es más capaz de proteger a su hembra y descendencia. Esta ventaja evolutiva las mujeres la perciben de manera inconsciente, y por supuesto no tiene sentido práctico hoy en día. Pero, del mismo modo que una situación económica desahogada hace más atractivo a un hombre, su fuerza física y la salud que manifiestan sus genes también juegan a su favor.


Insisto en que es una cuestión del subconsciente, una ventaja atávica que las hembras valoran desde el brumoso mundo de los instintos y las emociones. Los machos volvemos la mirada ante una hembra dotada de unas curvas prominentes. Esto es así porque un pecho y unas caderas amplias denotan una mejor disposición fisiológica a la hora de dar a luz. Es un razonamiento simple, pero no simplista. Somos, en última instancia, animales, y por ello querer analizar esta cuestión desde una perspectiva axiológica resulta absurdo ¿Acaso afirmo que la mujer se siente atraída hacia un hombre violentó? Claro qué no. Pero la necesidad de protección, como el sexo, está arraigada en nuestro cerebro emocional, y condiciona nuestras decisiones de manera significativa.

En realidad, es sencillo: si eres alto, los otros hombres te respetan, y te sientes deseado. Todo ello refuerza la confianza en ti mismo, un pilar fundamental sobre el que se asienta la posibilidad del éxito.

La estatura de un individuo se debe a múltiples factores, pero hay dos que juegan un rol fundamental: la alimentación (en España la talla media ha subido 7 cm los últimos 40 años) y, por encima de todo, el fenotipo; la adaptación al ambiente. Un esquimal será muy bajo y más bien regordete: la esfera es la figura que mejor conserva el calor corporal. Un africano de la sabana será alto y delgado, para así poder disipar mejor el calor sofocante.

 
Quizás tenga la curiosidad de consultar la talla promedio de su país. Pulse en este link:


Me ha llamado la atención, por ejemplo, que la talla media de los españoles sea superior a la de los norteamericanos. Dudo que el dato sea correcto.

En definitiva; la estatura es asunto que importa, pero conviene tomársela con cierta distancia. Mi esposa mide cerca de 1,80, y no tuvo reparos en elegirme como pareja (siempre me dio la impresión de que es la mujer la que elige). Además, siempre puedo consolarme con un dato asombroso que leí recientemente: la atracción gravitatoria de la Luna  no sólo tiene efectos sobre los océanos y las mareas; la tierra firme puede elevarse hasta 20 centímetros. Es un consuelo saber que, en algunos momentos del año, mi estatura (en relación con el centro de la Tierra) asciende hasta el metro noventa.
 
 

Acabo como me gusta, con un asombro: Robert Wadlow fue el hombre más alto que haya existido jamás. Llegó a la asombrosa altura de 2,72. Desde su nacimiento, problemas con la glándula pituitaria le provocó un crecimiento continuo, que sólo acabó con su muerte. Siendo adolescente, ya medía 2,20. Un tropiezo en un desfile le provocó una herida en el tobillo, que al infectársele le causó la muerte. Era el año el 15 de julio de 1940, y tenía sólo 22 años.

Su ataúd medía 3 metros y pesaba media tonelada. Hicieron falta 12 hombres para portarlo.

Antonio Carrillo