Internet
me va fatal en casa, con cortes frecuentes y una intensidad de señal muy baja. He
solicitado el asesoramiento y ayuda telefónica de la compañía con la que tengo
contratado el servicio. Un robot ha insistido durante horas en que concrete el
motivo de mi llamada. Ha resultado un esfuerzo infructuoso: mi capacidad de
concisión es paupérrima. Las palabras “rúter”, “conexión” o “intensidad de
señal” no han despertado el interés de mi amigo cibernético. Una y otra vez se
ha negado respetuoso pero firme a pasarme con un operador o técnico.
Después
de disfrutar de tan grata compañía, desgañitándome con tales gritos e
improperios que un vecino se ha asomado preocupado por la ventana del patio, he
optado por tomarme una tila y buscar por internet la respuesta a mis cuitas.
Resulta
que la culpa la tengo yo. Los microondas, aparatos protervos por naturaleza, provocan
a menudo interferencias ya que funcionan a una frecuencia de 2,4 gigahercios,
similar a la que utiliza el Wifi. He dejado pegado en el cristal del
electrodoméstico un cartel avisando de tales peligros.
Pero
no solo el microondas. Resulta que televisores, pantallas de ordenador, cámaras
de vigilancia, monitores para escuchar a los bebés o los teléfonos fijos
inalámbricos… todos son aparatos que funcionan en un rango de frecuencias que
interfieren con la señal de internet. Esta triste realidad me ha obligado a
enfrentar la paradoja de que si quiero recibir la señal de Netflix antes debo
apagar el televisor. Y si quiero navegar por internet, mejor si lo hago con el
monitor apagado.
Los
enemigos están por todas partes. El resto de electrodomésticos pueden resultar
también perjudiciales. Frigoríficos, calderas electrónicas, máquinas de café o
lavadoras… todos ellos atentos a frenar la señal divina de mi wifi.
Pero
hay más: los materiales con los que suele estar construida una casa son a
menudo barreras infranqueables. Son particularmente jodidos el cemento, los
ladrillos, las tuberías por las que corre el agua o las cocinas alicatadas.
Elementos todos exóticos, como también los cristales, los adornos luminosos de
navidad o las encimeras de granito.
Pero
si de algo me vanaglorio es de disfrutar de un carácter empecinado y pertinaz,
que se crece ante las adversidades. Y es
así que he conseguido localizar un lugar perfecto en el que instalar un rúter.
He pensado si convenía compartir tal hallazgo, ya que otros consumidores
desesperados podrían acudir a mi llamada y colapsar el lugar. Pero, como además
de obstinado soy de natural generoso en alto grado, me he decidido a sacar a la
luz tan egregio descubrimiento.
Se
trata de llegar a las siguientes coordenadas:
25º17´18.8´´N 20º25´35.8´´E
Es más o menos aquí:
Las noches son frías, pero ¡qué señal! ¡Y cuántas estrellas!
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