Nuestro relato comienza con una niña
de cinco años, que juega en el patio de su casa en Raphta. Hace mucho frío, a
pesar de encontrarse en Azania (hoy Tanzania), en el este de África. La chavala
sueña con conocer las blancas montañas de la luna, donde nace el poderoso río
Nilo.
Su padre es comerciante del marfil
deseado. Se lo vende a esos romanos que hablan griego, a los magos que – se
rumorea - dominan un fuego que arde bajo el agua. Es el año 536 según el
calendario de los cristianos. Y hoy, como ayer, como en el último año, apenas
si ha salido el sol. Y hace mucho frío.
Desde el año 535 todo el planeta
está sumido en las penumbras. Las crónicas hablan de un sol tan débil que la
luz del día se asemeja a las noches de luna llena. En la China meridional del
amable emperador Wu de Liang, en pleno agosto, no se superaban los 5 grados, y
ciudades y campos están bajo un manto de nieve blanca. Europa y Asia padecen
una densa niebla seca. Fueron 18 meses terribles, de hambre, sequía y penurias.
Los anales gaélicos describen la
falta de pan en Irlanda. Procopio de Cesarea describe un sol apagado que no
calienta, y una época de muerte. El senador romano Casiodoro dice que al
mediodía no hay luz, y las personas que deambulan como espectros no producen
sombras por la ausencia del sol.
Las cosechas no prosperan, los
animales mueren. Los análisis de los anillos de la madera de un roble irlandés
nos aportan la prueba de que durante 8 años los árboles dejaron de crecer. Estos
análisis se han confirmado en los troncos de árboles de Finlandia, California,
Chile y Suecia. El planeta entero se adormece, súbitamente congelado.
¿Por qué sucede esto?
El análisis de los núcleos de
hielo recogidos en lugares tan distantes como Groenlandia y la Antártida
muestran que en esa época había grandes cantidades de ácido sulfúrico, lo que
evidencia una lluvia ácida en los cielos del mundo. El origen más probable de
esta antagonista de la vida son las erupciones volcánicas masivas.
Además, en los núcleos de hielo
de Groenlandia se han observado sedimentos y microorganismos de origen marino.
Curiosamente, los microfósiles detectados provenían de aguas cálidas,
tropicales. Los geólogos especulan con erupciones submarinas que, al vaporizar
el agua del mar, transportan a la atmósfera los sedimentos marinos. El análisis
de los hielos de un glaciar en Suiza nos ofrece nuevas pistas: en la ceniza se
distinguen partículas microscópicas de vidrio volcánico procedente de Islandia.
Por lo tanto, parece demostrado que
desde al menos el año 535 la tierra sufrió una sucesión de erupciones
catastróficas en distintos lugares del planeta. Por ejemplo, el volcán Krakatoa
explosionó el año 535, y también erupciona el volcán Rabaul en Papúa Nueva
guinea. Se postulan erupciones masivas en Islandia, y parece probado que hubo
actividad volcánica submarina en zonas ecuatoriales… y además contamos con la
catástrofe del lago de Ilopango en El salvador. Fueron demasiadas catástrofes
en poco tiempo, y la Tierra no fue capaz de curarse.
El lago de Ilopango, a solo 16
kilómetros de San Salvador, mide 11 kilómetros de largo y 8 de ancho, con una
superficie de 72 km² y una profundidad de 230 m. Su belleza oculta un monstruo
dormido; en realidad es un cráter inmenso, y en sus profundidades yace un
enorme depósito de magma. En el año 536 este leviatán abrió sus fauces de fuego
en un aullido que conmocionó a todo el planeta.
Es difícil imaginar la potencia
del estallido sin hacer mención a las cifras: imagine que multiplica por más de
100 el estallido del Monte St. Helens de 1980, un horror que arrasa todo rastro
de vida animal y vegetal 2.000 kilómetros cuadrados a la redonda. Fortísimos
vientos huracanados ardientes, a cientos de kilómetros por hora, queman campos
y ciudades. 80.000 personas mueren en cuestión de pocos minutos. El monstruo
expulsa a la atmósfera más de 84 kilómetros cúbicos de ceniza y polvo que
cubren buena parte del planeta.
Los efectos fueron terribles en
poblaciones mayas cercanas. La cultura Moche de Perú, maravillosa en su dominio
de la cerámica, comienza un declive imparable que acabará con su desaparición.
La sequía global agrava las consecuencias del frío y la falta de luz. En China
se describe una lluvia extraña, improductiva, de un polvo amarillo. En el imperio
romano de oriente, en Bizancio, los sueños de restaurar un imperio romano que
abarque todo el Mediterráneo están abocados al fracaso. Belisario, el glorioso
general bizantino, ha llegado a Roma, y el Papa que desafía las órdenes del
emperador Justiniano es destituido. Pero hay hambre, oscuridad y presagios de
muerte en el aire.
Y, sin embargo, lo peor está por
venir. La humanidad se enfrenta a un enemigo invisible que le someterá a un
dolor inenarrable, a un calvario definitivo y cruel. Y todo comienza en el 536,
en el patio de una casa en Raphta.
La niña es pequeña para saber que
de su querida Raphta salen 50 toneladas anuales de marfil rumbo a Bizancio. Se
matan 5.000 elefantes al año; no es de extrañar que más al norte, por Etiopía o
Eritrea, de donde es su padre, los elefantes se hayan extinguido. Los cuernos
de rinoceronte también son un producto de lujo. Pero la pequeña es ajena a todo
y solo le preocupa una cosa: su mascota, un pequeño gerbillo, está enfermo. Ya
no corretea en su jaula. Jadea. Vomita sangre.
Enormes volcanes estallan, se
derrumban imperios y el hambre campa por doquier; un Papa díscolo muere de
hambre y apaleado en una cárcel. Pero todo este espanto tenía solución hasta
que un pequeño roedor cae enfermo en el patio de una casa de una ciudad del este
de África… el mundo ya no será nunca el mismo. Este suceso doméstico,
aparentemente sin importancia, acabará con el mundo antiguo y empujará a todo
occidente a un periodo de 1.000 años de oscuridad y miedo.
El gerbilino está enfermo por una
bacteria llamada Yersinia pestis, muy común pero restringida a estas zonas del
este de África. Una pulga pica al roedor con aspecto de ratón y se contagia a
su vez; pero en el 536 algo ha cambiado. Por vez primera hace frío en Raphta, y la pulga diminuta se
convierte en un arma de destrucción masiva.
Las pulgas no son de sangre
caliente, como el roedor, y son vulnerables a la temperatura ambiente. En
Raphta la temperatura ha bajado de 27,5 °C., y algo sucede. Exactamente cuando se baja de esta temperatura la bacteria libera una enzima que provoca su rápida expansión en el
estómago y el tracto digestivo de la pulga. La bacteria obstruye el intestino
medio de la pulga, que no puede alimentarse. Esto hace que busque
frenéticamente alimento, lo cual favorece a la expansión de la pandemia. La
pulga infecta a otros gérbilinos, pero también a ratas negras. Y a humanos.
Es la primera epidemia de peste
en la historia de la humanidad. La primera de muchas.
Pocos años más tarde las redes comerciales transportan la peste
de África al imperio bizantino, muy debilitado por las hambrunas. El 25 % de la
población, unos 50 millones de personas, muere. Las ciudades se despueblan, se
abandonan los terrenos de cultivos por falta de mano de obra. Con el tiempo, la
infección llegará a toda Europa y a Asia, y dejará un rastro de muerte durante
siglos. La unificación del imperio romano será imposible. Habrá revueltas, se
paralizan las actividades comerciales y el trasvase de cultura y conocimientos.
Pueblos provenientes de Mongolia y pueblos eslavos invadirán y se instalarán en
el este de Europa. En unos campos abandonados proliferarán plagas de langostas,
como la que arrasó España en el 578 y devastó Toledo. Más hambre. Más muerte.
El mundo se vuelve muy pequeño.
Los grandes caminos empedrados que unían todos los puntos del imperio romano caen en el
olvido. El universo se reduce a un poblado, a una aldea, castillo o parroquia. En
los púlpitos se dirá que tanto dolor es un castigo de Dios por nuestros
pecados. Que la obediencia es la salvación. Todo rastro de pensamiento
científico, de debate o espíritu crítico, desaparece. El mundo, antaño
esférico, se vuelve plano. El dogma se afianza alimentándose del miedo. Solo en
unos pocos reductos, en scriptoriums de monasterios, se resguarda el saber de
siglos luminosos. En una Bizancio acorralada también se preserva la memoria del
saber. Surgen nuevos idiomas, feudos y reinos.
Raphta cae en el olvido. Hoy ignoramos
su ubicación exacta. Espero que la niña, de la que desconocemos el nombre, haya
sobrevivido, y haya podido embarcarse en la búsqueda de las montañas de la
luna. Pasarán mil años y esa necesidad de explorar, de conocer y preguntarse,
germinará en un nuevo tiempo, en un renacimiento de calor y luz. Y
descubriremos una cura para la peste que nos ha matado por cientos de millones.
Pero no olvidemos: en lo profundo
del lago de Ilopango duerme un monstruo. Y nada es para siempre.
¿Lo oyen? Es su respiración.
Antonio Carrillo