Vivimos inmersos en una realidad de paralipsis.
La paralipsis es una figura retórica, dentro de las figuras oblicuas, que consiste en afirmar que se omite algo cuando, en realidad, se intenta llamar la atención sobre ello. Esta figura, muy corriente en el lenguaje político y periodístico, tiene como fin atacar a un contrario, o asentar opiniones muy controvertidas; pero hacerlo de soslayo, de forma sibilina, como quien no quiere la cosa.
En una cadena de televisión, a mediodía, en hora de máxima audiencia, un personaje comenta:
"no seré yo quien diga que fulanita es una golfa de tomo y lomo".
El que se adopte esta actitud es algo habitual; los colaboradores del programa tienen establecido por contrato una cuota mínima de peleas, para así mantener viva la audiencia del programa. Alimentan al público con vísceras, lágrimas y gritos, enmarcado todo en una estética mugrienta, chabacana y soez.
No nos engañemos: es la televisión que tiene mayores índices de audiencia. Si nos dan a elegir entre un documental sobre los tartesos, y dos señoras tirándose de los pelos en directo, todos optamos por lo segundo. Es la condición humana.
Supongamos de nuevo: vivimos un momento de crisis nacional, tras una tragedia que ha causado miles de muertos. El Parlamento se reúne en sesión extraordinaria para que así el Gobierno ofrezca explicaciones sobre lo sucedido, y la tarea de reconstrucción que ha iniciado de inmediato. Desde los escaños de la oposición, las imágenes televisadas reflejan unos rostros compungidos, cariacontecidos, pero enseguida se escucha desde la tribuna:
"soy perfectamente consciente de que no es el momento de poner sobre la mesa la funesta gestión que ha hecho su gobierno de la tragedia, y por ello...".
La oposición hace sangre y hurga en la herida buscando réditos electorales. El "Sentido de Estado" brilla por su ausencia.
Vivimos en el fabuloso “mundo de la paralipsis”, del embozo, de la cobarde insidia.
Bienvenidos al cruento mundo de la infamia.
Antonio Carrillo