La civilización nace de los
cursos de agua. A la orilla de los ríos y acuíferos los humanos nos agrupamos
en sociedades cada vez más complejas y fascinantes.
El Guadalquivir es un río del sur
de España, y en sus inmediaciones se asentaron tartesios, fenicios o romanos. Es
un río que ha regado durante miles de años una tierra rica en mitos, fecunda en
la memoria.
En su desembocadura, en Chipiona,
nació mi mujer y mi madre. En ambas he visto el reflejo de este saber antiguo.
Es algo que no sé explicar, como siempre sucede con las cosas que son verdad.
La huerta de Chipiona es
fabulosa: las patatas o tomates son famosas en toda España. Los pimientos,
llamados “cuerno de cabra”, son una delicia.
Un pescadero me acaba de enviar
un mensaje por WhatsApp… la pesca de ayer fue fructífera: cazón, gambas
arroceras, acedías, dorada, lubina, boquerones, almeja, coquinas, salmonete, merluza.
Y mi marisco preferido, las galeras.
A las galeras se les llama mantis
marinas; se parecen a las voraces mantis religiosas en sus extremidades
anteriores. También, como ellas, las galeras son unos asesinos despiadados. Un
milagro de la evolución.
La complejidad de la galera suele
pasar desapercibida. Viven ocultas en sus madrigueras, acechando a sus presas.
Su comportamiento es complejo. Son animales bastante inteligentes, con muy
buena memoria. Interactúan con sus semejantes utilizando el olor y el color, se
reconocen y, en algunos casos, mantienen parejas estables durante más de 20
años.
Y poseen los ojos más fascinantes de la
naturaleza.
Los humanos tenemos tres tipos de
células (conos) en la retina para detectar tres colores (rojo, azul y verde),
que combinados nos ofrecen toda una paleta de colores. Algunas aves y reptiles
tienen cuatro tipos de células para detectar el color. Se sabe que algunas
mariposas tienen hasta seis. La galera tiene doce.
Curiosamente, esto no implica que
la galera vea muchos más colores. Pero, entonces ¿qué sentido tiene disponer de
un órgano tan especializado? Porque si de algo estamos seguros es de que la
naturaleza no hace nada sin motivo, y que la complejidad siempre cumple una
función.
Para entender la razón de tanta
especialización visual debemos conocer el entorno en el que vive la galera. Se
mueve en aguas no demasiado profundas, a menudo en aguas tropicales, rodeada de
corales multicolores. Es un depredador feroz que
depende de la visión para detectar a presas y posibles peligros. Y la velocidad
es esencial.
Pero hay más: su visión es
hiperespectral. Además de la luz normal pueden ver la luz ultravioleta e
infrarroja. Y es el único animal, en concreto la especie galera púrpura
australiana (Gonodactylus smithii), que dispone de una visión polarizada óptima
y completa.
Las galeras distinguen la luz
polarizada y reaccionan ante ella. Es un recurso muy útil si vives en un
entorno lleno de reflejos, como un arrecife de coral poco profundo. Nosotros
utilizamos la polarización de la luz en diferentes ámbitos. Cuando usted acude
a un cine y le dan unas gafas para visión en 3D, lo que tiene es una
herramienta con dos filtros polarizadores, uno para cada ojo, con los planos de
polarización girados 90º uno con respecto al otro. Cuando se emita la película
en la pantalla, en realidad se estarán proyectando dos películas
simultáneamente ligeramente desfasadas y con distinta polarización. Con los filtros
de los cristales de las gafas cada ojo verá una película distinta, y con ello
conseguiremos un efecto estereoscópico. La sensación de profundidad que
llamamos tres dimensiones.
Es fascinante lo de las galeras.
Se están estudiando para implementar su capacidad de polarización circular en
ámbitos como la lectura de soportes de polarización óptica. Pero no hemos
acabado.
La galera es un asesino eficaz,
tan veloz en su ataque como un arma de fuego. El ataque de sus garras
delanteras tiene una aceleración de 10.400G. La aceleración de una bala del
calibre 22.
En algún sitio he leído que si
los humanos fuésemos capaces de mover nuestro brazo con la misma aceleración,
pondríamos una pelota de beisbol en órbita alrededor de la Tierra.
El golpe es tan rápido que hace
que disminuya bruscamente la presión, por lo que el agua líquida se transforma
en vapor, y los gases que se encontraban disueltos se liberan en forma de
burbujas que, al ganar de nuevo presión, explotan violentamente. Es lo que se
denomina burbujas de cavitación.
Es decir, la presa no solo sufre el golpe bestial de la galera; la velocidad del ataque provoca una fuerza de choque tan devastadora como el propio golpe. Con un instrumento de precisión se observa que los átomos en la burbuja se ionizan y los electrones forman un plasma con una temperatura de miles de grados y que emite luz (sonoluminiscencia). Aunque la galera falle en su ataque, la honda de choque puede matar a la víctima.
¿Les parece increíble? El golpe
de la galera puede ser tan brutal que se han documentado rotura de cristales de
acuarios por su culpa. Sus patas están recubiertas de un material biocerámico
ultrarresistente que se está estudiando. Y la estructura molecular del material
flexible pero resistente que se encuentra debajo, que se ha denominado estructura Bouligand, se está utilizando
en los laboratorios de investigación de materiales más avanzados del mundo.
Todo esto está muy bien. Y puede resultar interesante pensar
en ello mientras se disfruta de una ración de galeras en el paseo marítimo de
Chipiona, asomados al Atlántico.
No necesito más receptores de color para sentirme en paz. Me
basta con tres.
Las galeras no lo saben, pero las civilizaciones nacen en
cursos de agua, que van a morir al mar.
Antonio Carrillo