Dedicado a
Gala, mi perra. Es curioso; hace 22 años que murió, y sigo echándola de menos.
Habrán oído decir, por boca de hombres
sabios, que todo arcoíris responde a un fenómeno óptico de la naturaleza.
Es rotundamente falso.
Hace cientos
de miles de años el género homo
dominó el fuego, y con ello se hizo el amo del mundo. Posiblemente fue un homo erectus el autor de tal hazaña, que
cambió no sólo al homo, sino al
planeta en su conjunto.
Ningún otro
avance tecnológico ha tenido tanta trascendencia.
El humano es
un animal poco dotado para el ataque o la defensa, no muy veloz y sin garras ni
caninos prominentes. Además, nuestras crías son unos seres indefensos durante
demasiados años; dependen de los adultos para sobrevivir.
Y, sin
embargo, no ha habido ni habrá depredador más poderoso sobre la Tierra. Ello se
debe al desarrollo de un sistema nervioso central de una complejidad
fascinante, que ha sido capaz de elevarnos hasta hollar la misma Luna, o a
desarrollar un lenguaje metafórico.
La Masa Metabólica Basal es un índice que
refleja la cantidad de oxígeno que cualquier organismo consume estando en
reposo. Pues bien: el cerebro, que representa sólo el 2% de nuestro peso,
consume el 20% de la energía que aportamos. Es la mejor prueba de su
importancia. Pero que un órgano acapare tanta energía supone un serio problema,
ya que la cantidad total disponible se mantiene estable. Y no podemos reducir
la energía que se destina a órganos tan fundamentales para la vida como el corazón,
pulmones o hígado.
Es en la
alimentación en donde está la clave. Los primeros protohumanos eran, fundamentalmente,
herbívoros; vivían en entornos boscosos abundantes en frutos, hierbas o raíces.
Por tanto, en un hábitat rico en nutrientes pudieron perder la capacidad
metabólica de sintetizar ciertas vitaminas, o de digerir la celulosa. Esta
particularidad se volvió en nuestra contra cuando el cambio climático
(verdadero motor de la evolución) acabó con las selvas, y nos situó en el duro
entorno de la sabana africana.
El organismo
humano, que no metaboliza la vitamina C (como bien sabían los marineros
aquejados de escorbuto), fue sin embargo capaz de metabolizar el almidón, una
fuente muy rápida de energía para un cerebro en constante crecimiento.
Los
homínidos, empujados por la necesidad, nos convertimos en omnívoros: fuimos
eficaces carroñeros. Y descubrimos que las proteínas de origen animal aportan
mucha más energía. De hecho, el cambio de dieta explica que pudiéramos desviar
gran parte de la energía al cerebro: un herbívoro necesitan de un aparato
digestivo extenso, que les permita asimilar la celulosa, lo que implica
digestiones largas y pesadas, con un gran gasto de energía en el proceso. Una
vaca, por ejemplo, tiene un único estómago (no cuatro como habrán leído en
ocasiones), pero sí es cierto que su estomago está dividido en cuatro cámaras,
cada una con una función. Sus digestiones son largas, en un proceso de
fermentación bastante complejo.
El consumo de carne, sin embargo, implica
digestiones más rápidas y eficaces.
Nace el hombre cazador.
Fijémonos en
un homo habilis de hace 1,5 millones
de años. Su dentadura lo define como carnívoro: molares pequeños y caninos más
grandes. Tiene un cerebro de 650 cc, casi el doble que un chimpancé. La
necesidad de carne explica su encefalización: si quiero obtener proteínas
animales necesito cazar, y para cazar necesito utilizar herramientas y
estrategias que denotan inteligencia, para lo que necesito un cerebro más
grande. Y un cerebro mayor implica un mayor consumo de proteínas animales.
Seguimos a
unos habilis sin que nos vean. Su rostro es menos simiesco; la frente, más
humana, con menos protuberancias. Sus lóbulos frontales, responsables de la planificación,
se han desarrollado enormemente. Las áreas de Broca y Wernicke son mayores. Este dato,
junto con la posición de la laringe, da pistas sobre un habla acaso rudimentaria.
Están
rebuscando tras un incendio provocado por un rayo. Han descubierto que la carne
asada de los animales atrapados por el fuego tiene mejor sabor y se digiere más fácilmente. Se
rasga y mastica con rapidez, aunque falten dientes.
Es cuestión
de poco tiempo que un miembro de la tribu decida asar toda la carne. También la
fibra de la verdura se digiere mejor si se cuece. La tribu adquiere el rito de
mantener los rescoldos de los fuegos accidentales antes de que se extingan.
Alimentan la llama del campamento con madera, al resguardo de la intemperie. No
hay tarea más importante para el grupo.
El hombre
digiere carne asada, y el aporte de energía se dispara. No es de extrañar que
observemos cambios en la estructura neuronal. El fuego lo ha cambiado todo.
Piénselo: aleja a los depredadores por la noche, y aporta luz cuando llega
la oscuridad. Gracias a su calor, el hombre alcanza latitudes mucho más
frías. Conquistamos Asia y Europa.
Con el fuego
ahumamos la carne y la conservamos. También endurecemos con su llama la punta
de nuestras lanzas de madera. El fuego nos permite acorralar a presas, y la
cocción del alimento es un paso previo a experimentar con condimentos. Nace la
gastronomía. No sólo nos alimentamos; disfrutamos comiendo.
Pero la luz
es más escasa; y la tribu se apresta a pasar la noche. Hombres, mujeres y niños
acuden al confortable calor de la hoguera. Sus 30 miembros forman un círculo.
En su lenguaje torpe hablan de lo que ha
sucedido durante el día. Hoy se ha visto de nuevo un maravilloso arco de
colores en el cielo; los más jóvenes preguntan por ello.
La mujer más
anciana señala a lo alto. Hay miles de hogueras encendidas en el firmamento,
miles de tribus que, como ellos, intentar encontrar un sentido a la vida y sus
milagros. Ellos tienen respuestas para todo. Su narración, su voz calmada, adquiere la forma del
mito, y la metáfora se apodera de la atmósfera de la noche. El humano contador
de historias habla el idioma del arcoíris, la lengua de los dioses.
Muchos miles
de años más tarde nuestra especie, ya sapiens,
no estará sola. Unos cuantos lobos son capaces de metabolizar el
almidón, como antes el humano. El perro aportará entonces su olfato, fidelidad y entrega.
Serán animales domésticos, y algo más. Serán parte de la tribu. El vínculo
hombre/perro adquirirá la categoría de lo eterno.
En lo sucesivo, cuando un
hombre observe el majestuoso arco de colores que enmarca el fresco cielo de la llovizna,
seguro habrá un perro tumbado a su lado.
Habrán oído decir, por boca de hombres
sabios, que todo arcoíris responde a un fenómeno óptico de la naturaleza.
Es rotundamente falso.
Son los senderos que trazan los perros cuando
corren, por fin, al reencuentro con sus amos.
Antonio Carrillo
Buena mezcla de información y poesía.
ResponderEliminarLo disfruté.
Abrazo.