domingo, 26 de mayo de 2013

300 pasos a diario


 
Deambulamos por la vida, los ojos bajos. Por no tropezarnos.
 
Por no caer.
 
Ayer recorrí, una vez más, los 300 pasos escasos que separan la salida del Metro a mi despacho. Son unos pocos metros que trasunto en este breve artículo. De lunes a viernes, de la Puerta del Sol al número 32 de la Calle Mayor de Madrid. Los mismos escaparates, un mismo adoquinado.
 
Pero ayer alcé la mirada, detuve mis pasos a cada instante y tomé fotografías con la cámara de mi móvil. Y sucedió algo extraordinario.
 
Ayer viajé por una ciudad nueva, con algunos detalles asombrosos.
 
Con su permiso, se la enseñaré.
 

El Metro me deja en la Puerta del Sol, una plaza importante de Madrid. Es un lugar muy concurrido durante todo el año; de hecho, la esquina con la calle Preciados es el tercer lugar más transitado del mundo al cabo del año. Siempre hay gente, a todas horas.
 
 
Es frecuente encontrarse manifestaciones. Yo tomé instantáneas de dos. Además, es un lugar en el que los artistas callejeros se disfrazan de estatuas vivientes, algunas auténticas obras de arte.
 
 
 
Domina la plaza el imponente edificio conocido como "Casa de Correos", de 1766. Lo culmina una torre con un reloj procedente de la antigua Iglesia del Buen Suceso. Es el reloj más famoso de España: todo el país celebra la llegada del año nuevo tomando doce uvas, una por cada tañir de sus campanas. Las televisiones emiten el acontecimiento.

A los pies del edificio puede pasar desapercibida una placa. Es el verdadero centro de España: marca el kilómetro 0, punto de origen de todas las carreteras nacionales. Si se encuentra usted en cualquier lugar del país, y un mojón indica  832 kilómetros, sepa que el centro de esta pequeña placa de piedra es el lugar exacto desde el cual se comienza a contar


En las paredes de la Casa de Correos, hoy sede de la Presidencia de la Comunidad Autónoma de Madrid, se señala el lugar en el que comenzaron las hostilidades entre el pueblo de Madrid y el ejército francés de Napoleón el 2 de mayo de 1808. Desde la cercana calle Arenal y la plaza de Oriente llegaron rumores del palacio Real: los soldados franceses se llevaban al infante Francisco de Paula. Al grito de "que nos lo llevan" el pueblo de Madrid, armado con navajas y tijeras, mujeres y hombres, luchó contra el ejército napoleónico, el mejor del mundo. Fue una masacre terrible, que supo plasmar Goya.
 
 
En 1813, seis años y 500.000 muertos más tarde, y gracias al apoyo del ejército inglés, Napoleón tuvo que abandonar España. La batalla siguió en territorio francés en 1814, hasta Burdeos. De no haber detenido su avance, las tropas inglesas y españolas hubieran entrado las primeras en Paris. 
 
Llamo su atención sobre la siguiente y anodina foto: es una ventana enrejada que asoma a nivel de calle e ilumina los sótanos de la Casa de Correos. Durante muchos años el edificio fue la sede de la Dirección General de Seguridad del aparato represor franquista. En sus sótanos se torturó a miles de personas.
 
De esto hace muy poco. Conviene recordarlo.
 
Entramos en la calle Mayor, una vía que aúna edificios modernistas de principios del siglo XIX con otros más antiguos, del XVII. Las calles suelen tener nombres de oficios, lo que refleja su antigüedad medieval. En la calle Mayor se concentraban joyeros, pañeros, manguiteros o esparteros.
 
 
La riqueza de los edificios modernistas tiene fiel reflejo en Edificios como el de la Compañía Colonial. Observe estas imágenes:
 
 
 

Sorprende el nivel de detalle 
 
 
 
Tda la calle está repleta de hermosos edificios
 

 

 
 
Pero la verdadera magia de la Calle Mayor está en sus escaparates. Observen:
 

Dragmas de Alejandro Magno, y denarios romanos de plata. La calle Mayor está llena de comercios únicos: filatelia, numismática, enseres religiosos... Esta calle acoge pedazos de historia: monedas antiguas, armas, condecoraciones militares, relojes antiguos. Todo un universo de milenios agrupado en comercios añejos, embebidos del sabor de lo artesanal.
 
¿No me creen? Les propongo algunos ejemplos:
 
 
 
 
 
 
 
Esta pastelería, "El Riojano", de fecha 1885, está fabricada con caoba de Cuba, mármol de Carrara y los mejores bronces. Fue realizada por artesanos reales, enviados por la Reina regente María Cristina. En ella se fabricaban unos pasteles para el rey niño Alfonso XIII.
 

 
 
Por cierto, en una esquina de la calle Mayor se puede leer "Tiumviris monetaris, auro argento aere flando feriundo". En la antigua Roma, tres magistrados eran responsables de vigilar la acuñación de la moneda (“Triunviro para fundir y acuñar en oro, plata y bronce”). 
 
 
 
Es historia viva. También la hay en placas y edificios. En esta se señala el lugar donde vivió Lope de Vega:
 
 
En este diminuto edificio del siglo XVII, tan pequeño que sólo tiene una ventana a la calle, vivió y murió Calderón de la Barca.
 

 
Y es fácil pasarlo de largo, pero en las aceras hay pequeñas placas de metal que conmemoran los comercios que llevan más de cien años abiertos. Como muestra, una humilde tienda de bisutería de 1905:
 
 
En definitiva, 300 pasos todos los días.
 
Salvo ayer. Ayer fue distinto.
 
¿Por qué no intentan hacer lo mismo? Es posible que se sorprendan.

 
 
Antonio Carrillo

lunes, 20 de mayo de 2013

La importancia de los mitos



Toda cultura humana, casi sin excepción, se asienta sobre unos cuantos arquetipos, a menudo los mismos: el hijo pródigo que vuelve a casa, el dios que renace tras una injusticia y trae consigo la salvación del hombre, la añoranza de una "Edad de Oro" de la humanidad...

Piense en la expulsión del paraíso que relata el Génesis bíblico, protagonizada por Adán y Eva, la manzana y la serpiente; es un mito, el de la caída, presente en múltiples culturas todo a lo largo del planeta. El hombre es expulsado del paraíso hindú, por ejemplo, por comer de un árbol sagrado. En el jardín griego de las Hespérides había un árbol con manzanas de oro, vigilado por una serpiente. El demonio persa Arimán convence a la primera pareja humana para que prueben del fruto prohibido. También una serpiente, sempiterna personificación de mal, le arrebata al mesopotámico Gilgamesh la hierba de la vida. En lugares tan distantes como América, Asia o Australia se repiten relatos semejantes

¿Casualidad? No lo creo.

 

Otro ejemplo de arquetipo cien veces repetido es el conocido como Diluvio Universal. Un ejemplo claro lo tenemos en el mito de Deucalión y Pirra: Zeus decide exterminar a los hombres con un diluvio, pero Deucalión y su esposa Pirra, avisados por Prometeo, construyen un arca. De todos modos, parece claro que el relato judeocristiano bebe de fuentes anteriores, mesopotámicas: el dios Enlil decidió exterminar a la humanidad con un gran diluvio, pero Uta-na-pistim recibe una advertencia de Enki, el dios amigo de los hombres, y construye un arca que llena de semillas y animales. Uta-na-pistim utiliza un ave (un cuervo) para atestiguar la presencia de tierra firme.

De nuevo, mitos similares presentes en culturas de todas las épocas y lugares.

Estos arquetipos tienen siempre un trasfondo moral. Manifiestan y fijan unos valores que se transmiten de generación en generación, promoviendo así una identidad grupal y la consolidación de unos principios que se consideran importantes; y los arquetipos adoptan la forma de relatos orales, más atractivos y fáciles de memorizar. Además, los dioses humanizan los relatos, dotándolos de emociones como la ira, la venganza o la piedad.

Nace el mito, pues, al calor de una hoguera. Y resulta apasionante, hipnótico, seductor. Durante miles de años las historias se han enriquecido con la creatividad de los ancianos, protagonistas de la noche tribal. El humano crea la leyenda a su imagen y semejanza: es curiosa y fascinante, a menudo contradictoria. El mito es la obra más compleja jamás creada, fruto de una inteligencia comunal, madurada con el tiempo y asumida como propia por hombres, mujeres y niños.

Ni catedrales ni sinfonías; el mito es, posiblemente, la culminación de la creatividad humana.

Un autor conocido, Luc Ferry, filósofo y antiguo ministro de educación de Francia, defiende en su libro "La sabiduría de los mitos" que el mito sigue siendo útil como herramienta de aprendizaje de lo que podríamos llamar "vida buena". Las leyendas nos fascinan porque llaman a lo más íntimo de nosotros. A algo que sabíamos incluso antes de nacer; a una memoria filogenética que compartimos por el hecho de ser humanos.

 


Luc Ferry propone así el mito como entretenimiento y aprendizaje de vida para los más jóvenes, y nos llama a los adultos a una tarea fascinante: la de contar historias a nuestros hijos, para luego reflexionar sobre la moraleja, el mensaje, que acompaña al relato. Perry afirma, y creo que con razón, que cualquier niño escuchará fascinado ese relato y asimilará la enseñanza que lo acompaña. Por propia experiencia puedo atestiguar que mis hijos no han olvidado historias como la de Icaro, Sísifo o Asclepio. Como ejemplo, hablaré de esta última.

Asclepio es hijo del dios de la medicina, Apolo, y él mismo es el primer médico.


 
El héroe Perseo acaba de rebanar la cabeza de Medusa, y de la vena izquierda de la Gorgona asesinada mana un veneno poderosísimo; de su vena derecha, sin embargo, fluye un líquido fascinante, capaz de curar cualquier enfermedad e, incluso, de resucitar a los muertos. Atenea recoge tan preciado viático y se lo regala a Asclepio. Hades, dios del inframundo y de los muertos se queja a Zeus; gracias a Asceplio y su nueva pócima apenas si recibe almas.

¿Qué hace Zeus? Es expeditivo e inmisericorde, y mata al joven Asclepio ¿Por qué? ¿Acaso no eran nobles sus intenciones?

Aquí entra en liza un término fundamental en la mitología griega y mundial: el desorden. La "hybris". La vida como experiencia humana no se compone de absolutos, de blancos y negros, de buenos y malos. Hay una infinita gama de grises, de matices, que la enriquecen y matizan. El relativismo no es un mal actual, como denuncian augustos prelados, sino una expresión de inteligencia y perspicacia. Es difícil mantenerse firme al timón envarados por la rigidez del dogma. Dudar, cuestionarse la realidad es inevitable si se deambula por la vida con los ojos abiertos. Ante el embate del viento, mejor ser flexibles.

Zeus castiga a Asclepio porque la vida no puede existir sin la muerte, ni el bien sin el mal. El orden no se encuentra en un extremo. La armonía mantiene fija la balanza, y Zeus tiene la obligación de mantener este precario equilibrio. Asclepio buscaba el bien, pero atentó contra el orden natural de las cosas. La gente debe morir para dejar sitio, para que otros ocupen su lugar; para que vivir (estar vivo) tenga sentido. A todos nos llegará la hora del adiós, y no habrá un Asclepio que nos devuelva de la oscuridad.

El abuelo ha muerto ¿te das ahora cuenta? porque así es la vida. Porque el orden natural de las cosas implica que se sufre, que se añora, que se odia. Que se mueren aquéllos a los que amamos; nosotros también moriremos. Es importante tomar conciencia de esto; por ejemplo, nos ayudará a despedirnos a tiempo de los que van a iniciar ese camino sin retorno. Podremos decirles "gracias". O "te quiero". Y procura labrar una vida con amor, para que en tu final dejes un poso de agradecimiento. De gratitud. No aspires a más.

Llora la muerte, pero disfruta la vida. No pretendas ser siempre joven; atente al ineludible peso del tiempo sobre su hombros. No hay Bálsamos de Fierabrás en las farmacias.

El mito de Asclepio nos adentra en la reflexión más difícil, la de encontrarle un sentido a la muerte ¿le parece poco?

Por ir acabando, sepan que el mito está presente en lo cotidiano. Los días de la semana o el nombre de los planetas proceden mayoritariamente de la mitología; también el nombre de plantas como ciprés, azafrán, menta o Narciso. La araña debe su nombre a la tejedora Aracne, y el cisne a Cicno. Asia, Atlántico, Europa o Pirineos son nombres todos mitológicos, como cereal, eco, pánico, furia, anfitrión o museo.

Los ejemplos son innumerables; algunos, muy curiosos. Suponga que ingresa en un hospital y le diagnostican tras un cultivo una infección causada por un estafilococo. Mientras se recupera con antibióticos, sepa que Estáfilo era un hijo de Dionisio, dios del vino Pero ¿qué tiene que ver el vino con un microorganismo?

 


Resulta que la bacteria estafilococo se agrupa formando racimos, similares a las uvas de la vid.

El mito aguarda, pues, en cualquier esquina.

Este verano, en la piscina, acuérdese de la hija de Níobe, que vio como Apolo y Artemisa asesinaban a doce hermanos. Su rostro horrorizado adquirió un tono pálido, casi blanco. Tan blanco como el cloro con el que tratan el agua en el que se está bañando.

La niña se llamaba Cloris.

El humano está hecho de la sustancia del mito. Nos rodea silente y discreto, pero su presencia es indudable. El mito nos reconforta, nos cobija y ofrece sentido a la vida.

Somos carne de mito, de leyenda. Por ser humanos y mortales, somos hijos de la memoria hecha relato.

No prive a sus hijos de ese privilegio. Adéntrelos en un mundo de leyenda y, con ello, edúquelos en valores, imaginación y armonía.

Será la herencia más hermosa que les pueda regalar.

 
Sea práctico: hágales soñar y muéstreles la medida del hombre.  

 
Antonio Carrillo

viernes, 10 de mayo de 2013

La palabra "madre"



La palabra "madre" tiene una importancia que supera, en mucho, su significado. En muchos aspectos, es una palabra primordial.

Un recién nacido nace con el reflejo primario de mamar del pecho de su madre. Para ello junta los labios. El sonido que produce su aparato fonador cuando abre los labios y expulsa el aire es una consonante bilabial: "m", y una vocal abierta, anterior y redondeada: "a". "Ma" es un sonido universal, una sílaba que surge espontánea de toda garganta humana a los siete meses.

"Mamá" o "mami", sonidos fáciles cuyo significado nos reconfortan. Sonidos que evocan calor y recompensa. Tan gratificantes como una sonrisa.

Pero hay más. Mucho más. Observe este listado:

 

"Mutter" en alemán,

"mat" en ruso,

"ma" en afrikáans,

"ama" en euskera,

"móõir" en islandés,

"majka" en macedonio,

"omm" en maltés,

"matka" en polaco,

"mamã" en rumano,

"mama" en suajili,

"me" en vietnamita,

"mama" en quechua,

"mor" en danés,

"mère" en francés,

"motina" en lituano,

"mama" en chino,

"muji" en hindú,

"makuahine" en hawaiano,

"ima" en hebreo,

"mãe" en portugués,

"omá" en coreano,

"mother" en inglés...

 
Desde hace tiempo llamó la atención de los expertos la semejanza de la palabra "madre" en multitud de lenguas. Según un reciente estudio publicado en la revista Science, "madre" nos remite a una lengua proto-hindo-europea que se hablaba en Turquía hace 9.500 años, en el pasado neolítico.

Puede que la primera vez que se utilizase "mamá" fuese en lugares como Catal Hüyük o Göbekli Tepe, monumentos ambos de nuestro pasado, nombres que sólo conocen los expertos y estudiosos; y es una lástima. Es en estos lugares remotos en donde vislumbramos nuestros orígenes como civilización. Son el hogar de nuestros ancestros culturales.

Sin embargo, la presencia en el listado de idiomas africanos, del lejano Oriente, de islas del Pacífico y de América nos obliga a mirar incluso más lejos en el árbol genealógico del lenguaje; al menos a unos 15.000 años, fecha que coincide con el final de la última glaciación.

En todo caso, son éstas teorías difíciles de validar. Puede que todo tenga una explicación más sencilla: la fisiología de nuestro aparato fonador condiciona ciertos sonidos primordiales. Sigamos, pues, otro camino.

Nuestra palabra castellana "madre" procede del latín, "mater". En ocasiones el estudio del lenguaje nos ofrece pistas sobre la realidad; es como si construyéramos las palabras como reflejo de algo tangible o, lo que es más inquietante, como si la palabra interactuara sutilmente con la realidad que define, modificándola o, si se quiere, dotándola de sentido al nominarla. Y, en este antiguo ejercicio de magia o chamanismo, "madre" es un ejemplo sorprendente.

"Madre" está llena de corporeidad, de leche cálida, de raíces. "Madre" es tierra y siembra, ciclos lunares y menstruación. Es tangible porque es dadora de vida; y nada es más concreto. "Madre" no se oculta en ensoñaciones, es pragmática como la naturaleza, la mayor de las madres.

Pero, ¿cómo probarlo? ¿Cómo demostrar esta íntima ligación con lo concreto? El sufijo "ia" refleja la cualidad, el estado de la palabra a la que acompaña. ¿Y cuál es la cualidad de "madre"? Es sorprendente, ¿se han dado cuenta?; a la raíz "mater" se le acompaña el sufijo "ia" y tenemos una palabra nueva: "materia".

La materia es lo tangible y concreto; se puede tocar y oler, como el pecho de una madre. Nos ofrece seguridad y certeza, nos acoge. En un universo tan  incomprensible la materia nos da calor cuando arde, sacia nuestra sed, emite sonidos.
 
Pero hay más: "madre" da nombre a "matriz": el útero, el órgano de la gestación, el lugar del origen. Pero también aparece en la etimología de otra palabra fascinante, una materia prima de origen orgánico; de "mater" procede "madera". Y de nuevo hay algo de esencia en esta palabra: "tiene madera de líder", decimos.

Pero, ¿es tanto? "Madre" nos identifica con un tiempo y un lugar, nos define porque nos sitúa.

¿Pruebas? No harían falta. Pero quiero que sepan que de "madre" procede otra palabra: "matrícula".

Son detalles pequeños, anécdotas que a nadie importan. Pero si lo piensan, pocas cosas hay más profundas.

Una palabra maravillosa: "madre".

 
Antonio Carrillo

jueves, 2 de mayo de 2013

La bala que mató a Bin Laden



Yo soy de los buenos.

Los buenos no torturamos, bajo ninguna circunstancia. Jamás conculcamos la Declaración de los Derechos del Hombre. Respondemos a las agresiones, nos defendemos, pero no agredimos. Respetamos el derecho a pensar y hacer lo que se quiera, con el único límite de las normas que emanan de un Ordenamiento Jurídico que asegura una convivencia pacífica y ordenada.

Por todo ello somos los buenos.


No podemos luchar contra una banda terrorista utilizando métodos ilegales, como ha sucedido en España, ni podemos (debemos) encerrar y torturar durante años a integristas islámicos en prisiones militares, negándoles asistencia letrada e incluso la condición de personas.

Es algo impensable; los buenos no actuamos así. El fin no justifica los medios; la civilización se asienta sobre esta premisa.

Bin Laden era un terrorista y asesino, que mereció pasar el resto de su vida en prisión tras ser condenado por un tribunal independiente, con todas las garantías procesales pertinentes. No me gusta la pena de muerte, y me incomoda que mis aliados la utilicen asiduamente.

Matar a un ser humano no es hacer justicia; es truncar una vida humana. Al menos, eso creo.

No me engaño: Bin Laden estaba condenado. Yo estaba cenando en Times Square, el 2  de mayo de 2011, cuando llegó la noticia. Los enormes paneles eran unánimes: ¡Bin Laden tiroteado y muerto! Hubo manifestaciones de alegría en la plaza, pero menos de las que cabía esperar. El furor vengativo se había atemperado un tanto.

En un primer momento, la versión oficial indicaba que el terrorista había caído tras un intercambio de disparos. Sin embargo, algunos de los SEAL que intervinieron en la operación han reconocido que Bin Laden estaba desarmado. ¿Por qué es importante este detalle?

Según el artículo 8, 2, b), del Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional es un crimen de guerra "causar la muerte o lesiones a un enemigo que haya depuesto las armas o que, al no tener medios para defenderse, se haya rendido a discreción".

Y los buenos no cometemos crímenes de guerra.

Claro que, por razones que desconozco, esta normativa no ha sido ratificada por los Estados Unidos.

Finalmente, el cadáver de Bin Laden fue sumergido en algún punto del océano.

Pero de toda esta (triste) historia me interesa destacar un detalle que ha pasado desapercibido: la bala que acabó con la vida de Bin Laden pudo ser una bala especial, cuyo propósito era no sólo matarlo, sino evitar su entrada al paraíso islámico. Se supone (yo no lo creo, sobre la base de la Ley Islámica) que un musulmán apestado por el contacto con carne o grasa porcina en el momento de su defunción tiene cerradas las puertas del cielo.

En 2003 Guy Glodis, senador por Massachussets, envió una circular a 39 colegas en la que sugería que los terroristas mahometanos deberían ser enterrados con tripas de cerdo, para así evitar su ingreso a la Yanna (paraíso). También la policía Israelí baraja la posibilidad de colocar bolsas con manteca de cerdo en lugares públicos de Israel, como autobuses o colegios, para disuadir a los suicidas. Un destacado miembro del Tribunal Rabínico de Jerusalén, Moshe Fisher, apoyó la idea, y Yaacov Edri, ministro de Seguridad Interna, afirmó que "Si las bolsas de manteca de cerdo pueden impedir los ataques de los terroristas musulmanes, pues entonces estoy a favor de ese método de defensa". 

Este asunto del cerdo como arma disuasoria no es nuevo. La leyenda cuenta que el celebérrimo general "Blackjack" Pershin sofocó un movimiento insurgente filipino de base islamista ejecutando a 49 prisioneros. Antes de fusilarlos, ordenó sacrificar dos cerdos y que se mojarán las balas con su sangre. Los cuerpos de los mahometanos fueron enterrados con los restos de los animales impuros. Pershin dejó a un musulmán con vida, para que fuera testigo de lo sucedido y lo pregonara.

Todo lo anterior quedaría en una serie de anécdotas si no fuera por la "Silver Bullet Gun Oil"; una empresa norteamericana que suministra al ejército estadounidense balas engrasadas con un 13% de grasa porcina.

Su eslogan es claro: "One shot - one soul" "Un disparo - un alma"
 

No me creen, ¿verdad? No me extraña. La realidad a menudo es más alucinante que la ficción. En fin, si tienen estómago pueden visitarlos en:


Yo soy de los buenos. Insisto en ello.

Es sólo que, a veces, tengo miedo. De ser manipulado. De no saber la verdad.

De que todos seamos malos.

 
Post scríptum: un sentido abrazo a Misbah, cuya familia y amigos están siendo masacrados en Siria sin que la comunidad internacional haga nada al respecto.

 

Antonio Carrillo