Primera parte: Respirar belleza
Estamos en el 427 a.C. y Atenas aún llora
la muerte del gran Pericles hacía menos de dos años, víctima de un terrible
brote de fiebre tifoidea que diezmó la ciudad, ya de por sí castigada por la
guerra que le enfrenta a Esparta.
Se anuncia la llegada de una delegación
procedente de la ciudad de Leontinos, en la actual Sicilia. Al frente de la
misma, como máximo responsable y embajador, se presenta Gorgias, un sabio de 60
años, conocido en toda Grecia, alumno que fue de Empédocles y que aprendió el
arte de la retórica de los grandes maestros Córax y Tisias.
Atenas está debilitada, cierto, pero el
legado de Pericles perdura con fuerza. Desde el 462 Atenas vive lo que se
denomina una "democracia radical": el arte y la cultura alcanzan
alturas nunca vistas, la educación (la Paideia) pasa a ser un asunto que a
todos afecta e interesa. Con Efialtes y Pericles el pueblo participa de los
asuntos de estado, y se instaura un sistema procesal en el que cualquiera puede
acusar o ser acusado. La elocuencia se convierte entonces en un arma, defensiva
u ofensiva, que esgrimir ante 201 ciudadanos que forman el jurado. Se crea la
figura del logógrafo: un profesional que construye discursos que deben ser
memorizados. Los jóvenes se esfuerzan por cultivar la dialéctica para poder
desarrollar una carrera política.
Es la Atenas clásica, del Partenón y del
teatro, de Sócrates y del hombre como centro de todas las cosas. Es la cuna de
la filosofía, del amor por el saber.
Gorgias es el maestro de la retórica.
Durante sus años en Atenas acostumbraba a lucirse en público argumentando una
postura sobre una cuestión cualquiera para, inmediatamente después, pasar a
defender con la misma lógica y convicción la postura contraria. En ambos casos
convencía a sus oyentes, dejándolos así confundidos ¿dónde estaba la verdad? ¿Qué
opinaba realmente Gorgias?
La verdad para Gorgias no era importante.
Lo que ocupaba su tiempo era el estudio de la palabra, del discurso como arma
de persuasión masiva. El uso de la palabra exacta, del ritmo embaucador o del
sonido hipnótico es un fin en sí mismo. Gorgias difumina la frontera entre poesía
y prosa, cabalgando a lomos de figuras retóricas y metáforas provocando una
marea que hechiza y atrapa.
Es una droga adictiva, que embota el alma
acunándola de nostalgia, elevándola con la risa o cobijándola en el llanto.
La verdad, lo inefable, se muestra huidizo.
Se procura atisbar lo probable; pero siempre perdura la duda. En este
malabarismo epidíptico la belleza formal enaltece almas y corazones,
confundiendo ambos en lo que más parece un sueño.
Y, con todo, de sueños nos alimentamos los
hombres; de belleza y palabras respiramos.
Sócrates aborrece de este ejercicio de
funambulismo. Años antes, Lao Tse lo dirá en su Tao Te Ching:
"la verdad no se dice
con hermosas palabras,
las palabras hermosas no
dicen la verdad"
Y, sin embargo, ¡que añoranza percibo de la
palabra! ¿No lo sienten en estos tiempos de barbarie?
En el artículo que sigue, aplicaré (a mi
burda manera) la retórica Gorgiana para hablar (a favor y en contra) de un tema candente: la huelga
de basura que azota la ciudad de Madrid.
Espero convencerles. Las dos veces.
Antonio Carrillo
Hola Antonio, comparto tu añoranza por las palabras, esas que nos enseñaban a amar en el colegio, las que tienen un valor, un significado y un eco en nuestro intelecto.
ResponderEliminarCreo no abusar en la generalización al denigrar el linchamiento indiscriminado que por medios de comunicación y elites de escaso fuste vienen padeciendo en los últimos años no sólo nuestra lengua, como instrumento de comunicación, sino también todo su andamiaje intelectual.
Lo que le está pasando a nuestra cultura me hace pensar en una película de que tengo un vago recuerdo infantil, "La historia interminable", en la que una oscura fuerza maligna devoraba hasta borrar de las mentes todo lo que de hermoso pudieran albergar. Si la lengua y la cultura tuvieron antaño las nobles misiones de crear sentidos y perseguir la verdad, hoy esas fuerzas oscuras la han convertido en un arma para confundir y engañar.
Estamos viviendo una época convulsa, política y socialmente, y es justamente en tiempos así cuando más necesarias son las ideas, las propuestas fundamentadas y coherentes. Pero estas sólo pueden nacer de espíritus, amén de honestos e íntegros, bien vertebrados, virtud que no se cultiva con el estudio de tratados de economía o tendencias bursátiles, sino que se nutre de la lengua y la cultura. Resulta que ahora no necesitamos gente formada y preparada, sino personas "emprendedoras". Ya no vivimos en una sociedad, sino en un mercado. Quien no tiene una nómina, no tiene nada, no es nadie.
Cuando todo esto nos lo aseguran sin pestañear los mismos que han saqueado cual vikingos o bárbaros nuestros colegios y universidades, esos que piensan que las palabras y las ideas ya no tienen ningún valor, como si dominaran la fuerza oscura que anihila nuestro sentido crítico, empiezo a pensar que algo tienen que ver con ella.
Disculpas si me he alejado del tema principal de artículo. Espero con impaciencia el ejercicio sofista que prometes.
Un saludo