domingo, 1 de marzo de 2015

El gran terremoto que puede destruir Tokio



El homo sapiens es un animal con una curiosidad infinita, muy osado. Desde niño se asoma al vértigo del desafío que resulta de vivir bajo el yugo de la consciencia.
Además, es una especie con una pésima memoria grupal a largo plazo.
De tamaña osadía e inconsciencia resulta una combinación fatal, que nos hace temerarios e irresponsables.
Lo que sigue es un ejemplo.

 
La especie humana sobrevive en un planeta rocoso e inquieto, con una intensa actividad magmática. El dios Hefestos, feo y deforme, agita las entrañas de la corteza terrestre, martilleando su fragua con la ayuda de cíclopes, los enigmáticos Cabirios y mujeres robot hechas de oro, en un ejercicio de fuerza y destrucción inconmensurable. Siempre malhumorado, supongo que por las constantes infidelidades de su bellísima esposa Afrodita.
El suelo bajo nuestros pies no es en absoluto firme. Terremotos y volcanes nos recuerdan que navegamos embarcados en finísimas placas de piedra sobre un océano profundo e incandescente de roca fundida que llamamos manto.
Hay lugares especialmente peligrosos; aquéllos en los que las placas tectónicas, en constante movimiento, chocan unas con otras. En ocasiones una placa se introduce bajo la otra casi verticalmente, creando con ello inmensos abismos. A este tipo de subducción se la denomina “subducción Mariana”, y provoca poca actividad sísmica. Pero si ambas placas chocan casi horizontalmente, generan a su vez un roce enorme que provoca una energía impresionante; es la “subducción chilena”. El 90% de los terremotos suceden en estos lugares, por lo que no resultan en absoluto seguros ni recomendables como asentamientos humanos permanentes.

 
Hay un gigantesco anillo que circunda el Océano Pacífico; el denominado “cinturón de fuego”, que concentra casi toda la actividad tectónica; y en el cinturón de fuego hay un punto en concreto en donde confluyen no dos, sino tres placas. Es un lugar en donde la Placa de Filipinas empuja desde el sur a la placa de Eurasia, y se desliza por debajo. Al mismo tiempo, la placa del Pacífico empuja desde el este, ocultándose (subduciendo) por debajo de las dos anteriores. Son subducciones del tipo chileno.
Toda tierra firme a kilómetros a la redonda de este choque de titanes acumula una cantidad inimaginable de energía, y cualquier falla es un indicio de peligro que debe tenerse en consideración. En concreto, a 300 kilómetros del punto de encuentro se ha descubierto hace 10 años una falla que, en algunos tramos, se acerca apenas a 4 kilómetros de la superficie.
Este lugar es peligrosísimo, porque es un probable hipocentro, el lugar donde se origina un terremoto. El epicentro, del que siempre hablan los noticiarios, es sólo el punto de la superficie terrestre situado en la vertical del hipocentro. Pues bien, cuanto menor es la distancia entre el hipocentro y el epicentro, más devastador será el terremoto. Un terremoto de escala 6,5 cerca de la superficie puede resultar más dañino y provocar más muertos que uno de 8 a muchos kilómetros de profundidad.
En resumen; hay un lugar en nuestro planeta, que forma parte del cinturón de fuego, en el que confluyen tres placas muy activas, en una subducción tipo chileno y con fallas (posibles hipocentros) apenas a 5 kilómetros de profundidad. En teoría, el sentido común presupone que sobre tal espanto no habrá sino una presencia humana testimonial.
Pues no. En la vertical de este leviatán, y como ejemplo clamoroso de la estulticia humana, encontramos el área metropolitana más poblada del planeta: el Gran Tokio, con 38 millones de personas y una densidad de población de 14.000 personas por kilómetro cuadrado. Para que se hagan una idea, esta densidad duplica la de Nueva York.
Los datos son tozudos y claros: se sabe que con una periodicidad de unos 70 años la zona de Tokio sufre la sacudida de un gran terremoto ¿Cómo de grande y destructivo puede ser el terremoto? Depende de varios factores.
El dato más significativo es el tiempo transcurrido desde el último terremoto. Las placas no se detienen en su avance, y acumulan tensión y energía hasta que se acaban rompiendo. En este brusco y repentino encaje desplazan una inimaginable porción de material sólido, lo cual genera energía en forma de ondas sísmicas capaces de destruir todo lo que haya en la superficie. Antes comenté que en Tokio los terremotos se suelen dar cada 70 años. Pues bien, el último terremoto se produjo en 1923, el terremoto de Kantó, con 143.000 muertos.
Hace 92 años. 22 años sobre la media de 70 años.
La falla de Tokio, por consiguiente, ha acumulado una tensión catastrófica en todo este tiempo, porque no ha habido un gran terremoto que liberase parte de la presión acumulada. No es especulación, son hechos y evidencias.
En marzo de 2011 hubo un terremoto inmenso al norte del país, con una intensidad que se calcula en 9,1 en la escala de Magnitud de Momento. Uno de los mayores terremotos jamás registrados en la historia de la humanidad.
Un breve inciso: he hablado de Escala de Magnitud de Momento y no de 9,1° en la Escala de Richter, como es norma en la prensa. Es curioso saber que la escala de Richter sólo mide terremotos con una magnitud entre 2,0 y 6,9. Por consiguiente, un terremoto con una magnitud de 7,8, por ejemplo, no se puede medir por la escala de Richter. Recuérdenlo la próxima vez que lo escuchen por la radio o la televisión. Es un error incomprensible; como hablar de “coeficiente de inteligencia” en vez de “cociente de inteligencia”.
 
El terremoto de 2011 movió el eje del planeta 10 centímetros, y el tsunami alcanzó la otra orilla del Pacífico. Para que se hagan una idea, en unos segundos se generó una cantidad de energía equivalente a 600 millones de bombas atómicas.
Sí, han leído bien.
El terremoto acabó con la vida de 16.000 personas, y a día de hoy 250.000 personas viven desplazadas lejos de sus hogares.
El problema es que el terremoto del 2011 no sólo no ha liberado de tensión la zona de Tokio, sino que parece haber aumentado la presión en la capital nipona a niveles preocupantes.
No se trata de preguntarse si puede haber un gran terremoto en Tokio. La pregunta es cuándo se producirá el desastre, y cuáles podrían ser las consecuencias.
Con tales niveles de tensión, y teniendo en cuenta que el hipocentro en Tokio se encuentra en un rango que oscila entre 25 y 5 kilómetros, podemos especular con la idea de que se pueda producir un temblor que supere una magnitud de 9 y pueda acercarse al nivel 10 e incluso 11 de la escala de Marcoli; es decir, podemos hablar de un seísmo catastrófico.
El tipo de construcción tradicional en Japón, con casas de madera muy flexible y de una sola planta, resiste muy bien los terremotos. Sin embargo, el Tokio de hoy en día es una ciudad con edificios altos, vulnerables a los temblores fuertes. Por muchas medidas preventivas que se sumen al proyecto de construcción de un edificio, la fuerza de la naturaleza, cuando se expresa en toda su crudeza, es incontenible. Nada resiste a un terremoto como el que describo.
El posible colapso de Tokio afectaría a empresas de la importancia de Sony, Yamaha, Panasonic, Honda, Toyota, Kawasaki, Nintendo, Toshiba o Hitachi, entre muchas otras. No tanto a la producción como al descabezamiento de la cúpula directiva y los órganos de decisiones. Recordemos, además, que Tokio es el centro financiero de Asia. Un corte prolongado de comunicaciones en la capital de Japón tendría efectos inmediatos sobre la economía mundial. Además, la capital de Japón es un emporio que genera un producto interior bruto de 1.315 billones de dólares; el mayor del mundo en un solo núcleo urbano.
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Tanto y tan importante, todo ello situado sobre una zona de altísimo riesgo. Resulta incomprensible.
Hay un dato que llama poderosamente la atención. La vivienda en Tokio es extremadamente cara. Pues bien, las compañías de seguros no aseguran las viviendas contra los terremotos. Tan sólo existe una cobertura que alcanza al 30% del valor de la vivienda y que se incluye como una extensión del seguro de incendios. ¿No les parece significativo?

Se me dirá: son japoneses, lo tendrá previsto. Estarán preparados.

Todos sabemos  (o creemos saber) lo que sucedió en el terremoto del 11 de marzo del 2011 en la central nuclear de Fukushima. A pesar de encontrarse en una zona de alto riesgo sísmico y cerca del océano, en donde podían darse tsunamis de 40 metros, la central estaba protegida por un muro de contención de apenas 6 metros. Una ola de 20 metros arrasó con todos los sistemas de apoyo crítico, que sustentaban los mecanismos de seguridad de la central. Al cabo de unas semanas de desinformación y medias verdades, la Agencia de Seguridad Nuclear reconoció que el accidente había alcanzado el nivel 7, con la fusión del núcleo de tres reactores. Tan sólo se ha alcanzado el nivel 7 en otra catástrofe, la de Chernóbil.

 
Por cierto, el 27 de abril se detectó radiación en la atmósfera en España, procedente del accidente en Japón.
El terremoto del 2011 provocó al menos dos incidentes nucleares más: un incendio en el edificio de turbinas de la central nuclear de Onagawa, y un fallo en un sistema de refrigeración de la central nuclear de Tokai. 11 centrales nucleares se pararon.
¿Qué riesgo de fuga radioactiva supone un gran terremoto en Japón? En la década de los 60, a instancias de empresas de los Estados Unidos, Japón apostó fuertemente por la energía nuclear, y el gigante asiático se convirtió en el tercer mayor productor mundial. En la actualidad hay 52 reactores nucleares en Japón.

Son muchos.
Insisto; son todos datos.

¿Estoy diciendo que es inminente un terremoto apocalíptico en Tokio? No. Sí tengo la certeza de que la ciudad sufrirá una gran sacudida, pero es posible que alcance unos niveles para los que está preparada. Es posible que haya varias sacudidas menores que liberen la tensión acumulada. En mayo del año pasado, por ejemplo, hubo una sacudida que alcanzó un nivel 6 y que no provocó ninguna muerte.
Si mañana me invitaran a visitar Tokio, acudiría sin pensármelo. Es más probable que sufra un accidente de tráfico que resulte herido por un terremoto estando de visita en Tokio. Los datos se deben analizar desde la sensatez y no desde el catastrofismo.
Pero bajo el suelo de Tokio se están generando unas fuerzas que podrían ser incontenibles. Recordemos el huracán Katrina en los EEUU, el mayor desastre de la ingeniería civil de la historia de Norteamérica. El país más avanzado del mundo hincó sus rodillas ante el embate de una naturaleza incontrolable e incontenible. Fue una cura de humildad de la que deberíamos aprender si tuviéramos memoria.
Sigo sin entender cómo hemos levantado el mayor núcleo urbano del planeta sobre una zona sísmica de altísimo riesgo, acaso la más peligrosa del mundo. También San Francisco vive con una permanente espada de Damocles. Y una sucesión de catástrofes nucleares tendrían gravísimas consecuencias medioambientales a un nivel global. Y si se desmorona Tokio peligra la tercera economía del planeta, lo que pondría en peligro la estabilidad financiera y mercantil en todo el mundo.
Y podría haber cientos de miles de muertos, infraestructuras destrozadas, gravísimos incendios y pérdidas de billones de dólares que repercutirían en un mercado globalizado.
 ¿Va a suceder?
Es posible.
Y la simple posibilidad de que suceda, el que los datos resulten tan preocupantes, me aterra.

Antonio Carrillo

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