En Shida Kartli, una bella región
de Georgia, Vissarión Dzhugashvili, zapatero, y la joven Yekaterina Gueladze
contraen matrimonio.
Es la primavera de 1872.
Muy pronto Vissarión abre su
propio taller y Yekaterina queda embarazada. Un varón. Pero la criatura sólo
vive dos meses. Un segundo hijo fallece al poco, con apenas seis meses de edad.
Vissarión, un hombre débil, cae
en una depresión. Tuvo éxito en su taller de zapatería, y muchos clientes le
pagaban con vino. Se volvió alcohólico y pendenciero. En diciembre de 1978 nace
Lósif, su tercer hijo. En apenas cinco años Vissarión está arruinado, roto como
hombre.
En la ciudad conocen a Vissarión
como "El loco".
El padre golpea al niño. Son unas
palizas brutales.
El pequeño Lósif no puede
entender por qué su padre le hace tanto daño. Al principio, como tantos niños, como tantas
mujeres, piensa que la culpa es suya. Con el tiempo aprende a curarse él solo las heridas
del alma. Con cada golpe sus valores se resquebrajan y se vuelve más y
más frío.
Finalmente, la culpa será de los demás. Cualquiera
es un enemigo. Y Lósif pierde el regalo de la piedad, de la empatía. Los amigos
cuentan que jamás lo vieron llorar. Tenía ojos de témpano.
Cuando murió su madre, 50 años
más tarde, Jósif no acudió al funeral.
De adulto Jósif adoptó el apodo “hecho de acero”.
Stalin.
Y fue uno de los mayores
genocidas del siglo XX.
A comienzos de los años 30 Stalin
decide explotar las minas de oro del valle de Kolymá, uno de los lugares más
inhóspitos del planeta. Un lugar cercano al círculo polar ártico, con
temperaturas de -60º C.
Y en ese paraje imposible para la vida
construye una carretera de 2.000 kilómetros. Lo hace empleando a presos, que
mueren a diario por miles, aferrados a un pico o una pala. En un descuido, la
nariz o parte de la oreja congelada caen al suelo; y los pobres desgraciados
no se daban ni cuenta. Si el cansancio les obligaba a parar un instante, un
sopor de muerte los mataba en apenas cinco minutos. A menudo optaban por detenerse como forma de suicidio.
Si eran lentos o ineficaces, los
guardianes los ejecutaban.
En cien campos de trabajo a lo
largo del recorrido penaban su condena a muerte más de dos millones de escritores, profesores,
opositores, religiosos o prisioneros de guerra.
El destino de sus cuerpos es
terrible y macabro. El terreno sobre el cual se construía la carretera era hielo y tundra
congelada. No había un sustrato de roca que sirviera de cimiento para la obra.
Por ello, los ingenieros utilizaron los esqueletos de millones de seres humanos
para asentar la carretera.
Es conocida como la
"carretera de los huesos".
A día de hoy, con el deshielo,
en ocasiones afloran restos humanos.
Es un monumento terrible de lo
que es capaz la barbarie humana. Pero todo empieza con un niño. Con un padre
que lo golpea inmisericorde al volver a casa.
Algo que sigue pasando en miles
de hogares.
Deberíamos pensar en ello.
Antonio Carrillo
Unos cuantos lugares comunes (que por algo llegaron a serlo):
ResponderEliminar"Infancia es destino." "Detrás de todo monstruo hay una familia disfuncional." "Toma varias generaciones hacer un esquizofrénico (o, en este caso un socio o psicópata)."
No es gratuito que le tocara enfrentarse a Hitler ("Para que la cuña apriete, ha de ser del mismo palo").
Afortunadamente, contra esta clase de hijos no deseados, la humanidad nos compensa con Freuds y Einsteins que nos ayudan a entender. ¡Felices Pascuas/Pesach, etcétera!
¿Fuentes de "La carretera de los huesos"?
(Soy Ricardo Delgado con cuenta en LinkedIn, publicando como "anónimo" por facilidades "cibernéticas".)