Tengo pareja.
Nadie me obliga a ello, ni lo
percibo como una imposición social o cultural.
Simplemente, convivo con una
misma persona desde hace años. Firmamos un contrato que tenemos olvidado,
porque nos amamos desde antes de casarnos. El contrato sólo regula derechos y
obligaciones. Pero no el amor.
El amor vive de pequeños detalles.
Nos quedamos dormidos todas las noches en una misma postura, y hemos aprendido
a callar cuando el otro requiere del silencio. No pretendemos dar lecciones de
nada porque no hay una fórmula que asegure el éxito. No hay una manera mejor de
amar, ni entrenamiento para la entrega. Porque, en realidad, no se entrega
nada. Se comparte.
Si te entregas, corres el riesgo
de perderte. El amor no es con-fusión.
El azar de la genética quiso que
naciera hombre, y que optara por relaciones sexuales y afectivas
heterosexuales. De nuevo no fue una imposición ni una elección consciente. Hablaba
de mujeres con mi amigo Ramón siendo muy joven, con una inocencia que hoy casi
añoro.
La persona a la que amo es una
mujer. Y todavía me idiotiza su belleza, la manera como se recoge el cabello,
su energía infinita.
Ayer unos hombres de semblante
serio ataron a otro hombre, lo subieron a lo alto de un edificio, cegaron sus
ojos y lo arrojaron a una plaza abarrotada de personas.
Le quedaba un hálito de vida, y
las personas que asistían a su ejecución le desfiguraron rostro y cuerpo con
duras pedradas.
Su delito: amar. Lo mataron
porque amaba. Porque mantenía relaciones consentidas con otro adulto de su
mismo género. Dormirían abrazados siempre de una misma manera y se hablarían sin palabras, con la intimidad que sólo se aprende tras muchos años de mirarse a los
ojos.
Asesinos del amor, que nunca
sonríen. El cuerpo de un hombre que cae desmadejado desde una altura imposible
para la vida, arrojado por hombres que invocan a un Dios receloso de la
ternura.
En mi país hay hombres que
arrojan piedras hechas de palabras, amasadas en el desprecio hacia los homosexuales,
piedras con las que levantan muros de incomprensión. Y lo hacen
invocando a otro Dios distinto. No matan el cuerpo; destrozan la dignidad del
amor.
El arzobispo de la ciudad en la
que vivo recuerda en su página web oficial que el apóstol Pablo declara
excluidos del reino de los cielos a los «impuros, idólatras, adúlteros,
afeminados, homosexuales, ladrones, avaros, borrachos, ultrajadores y rapaces» Recuerda
el prelado que según la Congragación para la Doctrina de la Fe «Los obispos
deben procurar sostener con los medios a su disposición el desarrollo de formas
especializadas de atención pastoral para las personas homosexuales. Esto podría
incluir la colaboración de las ciencias psicológicas, sociológicas y médicas,
manteniéndose siempre en plena fidelidad con la doctrina de la Iglesia».
Hay que curar a los homosexuales de su forma de amar.
Hay que curar a los homosexuales de su forma de amar.
Por si no ha quedado claro: «La
“tendencia sexual” no constituye una cualidad comparable con la raza, el origen
étnico, etc., respecto a la no discriminación. A diferencia de esas cualidades,
la tendencia homosexual es un desorden objetivo (cf. Carta, n. 3) y conlleva
una cuestión moral».
Todo esto me da asco y pena.
Son pedradas contra el amor.
Son pedradas contra el amor.
Antonio Carrillo
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