Hay
un pueblo errante, errabundo, sin más límite que el valor ni más frontera que
el miedo.
Un
pueblo de personas que aman el cielo nocturno; el más puro. El que ostenta la
plácida noche de un océano sin luna.
Los distintos
gobiernos en distintas épocas han intentado asimilarlos, domeñarlos. Ha sido
inútil. Porque no se puede dominar a un pueblo que no conoce el tiempo.
No saben utilizar los relojes. Su ritmo es el de los oleajes, su horario el
palpitar del mar. No se les puede encerrar porque no es posible alzar muros en
el agua profunda.
A un
pueblo de horizontes no se le puede poner límites. Es el pueblo más libre.
Los moquehee tienen un idioma distinto a cualquier otro, y
viven en pequeños barcos – canoas más bien – llamadas Kabang; hogares con
salones, dormitorios y cocina.
Durante
las lluvias del monzón arriban a tierra, a las islas tailandesas de Phuket, Phi
Phi o Surin, y viven en chozas
temporales mientras reparan sus botes y se preparan para volver a casa. Al
océano.
Los
europeos hemos descubierto algo increíble: los niños moquehee
están adaptados a bucear, de tal modo que su foco visual es distinto al del
resto de los humanos. Si la pupila de los niños se dilata normalmente hasta los
2,5 mm de diámetro, la de los niños moken se contraen hasta sólo 1,96 mm. Con
una apertura menor, la resolución y profundidad de campo aumenta. Este fenómeno
no es fruto tanto de un cambio genético por selección natural como la
consecuencia de un entrenamiento constante desde bebés.
Los
niños moquehee son capaces de ver el mundo subacuático como ningún otro ser
humano.
Imagen de Jan de 2012 |
Estos
humanos animistas conocen tan bien el mar que durante el sunami de 2004, que
acabó con la vida de casi 300.000 personas, sólo lamentaron la muerte de un
anciano minusválido.
Los
nómadas del mar tienen en las aguas su aliado, y saben leer las señales de
peligro. Su tradición oral gira en torno al mar.
No
tienen patria: el gobierno tailandés no les reconoce la ciudadanía. No tienen
acceso a la sanidad o la educación.
Poco
a poco la civilización atrapará a estos vagabundos de la mar a tierra firme. Llegará
un día en el que su vida de pobladores de las aguas llegue a su fin. Pero
todavía una mayoría espera el final de las lluvias para volver a la libertad
del horizonte más limpio.
Y en
el final de sus días, ancianos o enfermos, los moquehee que sienten la llamada
de la muerte y están en tierra firme empujan sus canoas mar adentro.
Para
morir en casa, bajo un cielo estrellado.
Antonio
Carrillo