miércoles, 26 de agosto de 2015

Del Papa anciano que huyó por la montaña.

Escudo del papado de Celestino V 

Recomiendo la (amena) lectura de la obra de E. R. Chamberlin “Los Papas malos”

Perugia
Es 5 de julio del año 1294, estamos en Perugia, y nueve hombres llevan un año y medio deliberando, reunidos en cónclave, para nombrar a un nuevo Papa.

Los cardenales están preocupados. 20 años antes, durante la elección de 1271, los 3 años de debate había exacerbado los ánimos del pueblo hasta tal punto que los cardenales habían sido secuestrados, encerrados en el Palacio Papal de Viterbo, y se les había sometido a “las reglas de Ubi periculum”, que obligan a los cardenales electores a ser apartados de la totalidad del mundo; así como a cambiar su alimentación durante la elección, que se racionalizaría el tercer día (con una sola comida) y al octavo día (con sólo pan y agua mezclada con un poco de vino).

Viterbo
Aunque no regían ya esas reglas, no era conveniente dilatar en exceso el nombramiento, no fueran a arrancar el techo de la sala, como en 1271. El problema radicaba en que Roma tenía dos grandes familias: los Colonna (1 papa) y los Orsini (3 papas), dos poderosas facciones que habían regado de sangre las calles de Roma. En el cónclave de 1294 había un equilibrio que impedía la elección.

Hace calor, y los cardenales están cansados. En este momento están hablando de las leyendas que corren sobre Pedro de Morone, un legendario personaje, anacoreta que practica una devoción fanática por la pobreza y que rechazaba la fama de santo escondiéndose de sus propios seguidores, oculto en las cuevas de los montes Abruzzos.

De repente, el cardenal Martino Malabranca tiene una revelación, y dice:

“En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, elijo al hermano Pedro de Morone”

Se hizo el silencio; no era mala idea. La votación estaba en punto muerto, Pedro tenía fama de virtuoso (precisamente lo que se necesitaba en tiempos tan revueltos) y, además, era muy anciano. Simplemente, se estaba ganando tiempo.

Pedro de Morone salió elegido Papa, pero los cardenales no habían tenido en cuenta que se encontraba a 250 kilómetros, y el protocolo les exigía darle la noticia personalmente y obtener su consentimiento formal. 250 kilómetros es una distancia demasiado grande para tales príncipes, y enviaron a una delegación.

Cuando Pedro supo de la delegación que acudía a visitarlo, hizo lo posible por salir corriendo; pero sus discípulos le habían disuadido para que escuchara lo que tenían que decirle. El grupo papal tuvo que ascender a una caverna situada a 300 metros de altura, junto a un precipicio, y cuando llegaron se encontraron a un anciano aterrado, encerrado tras los barrotes de su celda, llorando de miedo.

Pedro aceptó, a su pesar.


Castello Nu
Aliviada, la comitiva papal se disponía a poner rumbo a Roma, pero Pedro se negó en redondo a ir hacia el norte. Así, la coronación del nuevo Papa Celestino V tuvo lugar en Aquila el 29 de agosto. Después, el nuevo Papa decidió trasladar la sede papal a Nápoles, a la fortaleza Castello Nuovo.

Nada más llegar, dio su primera orden: la construcción de una celda de madera, en la esquina de una de las enormes salas. Allí se ocultaba casi todo el día, aterrado, y sólo confortado en compañía de los monjes que le habían seguido a la montaña.


En consecuencia, y para desesperación de los miembros de la vida cortesana papal, desaparecieron los banquetes lujosos, los entretenimientos. El nuevo Papa, que no hablaba latín ni tenía cultura alguna, vagaba por las salas del castillo mascando un mendrugo seco. Se sentía – se sabía – fuera de lugar, y decidió que lo más conveniente era abdicar.


Él no iba a cambiar a la iglesia, ni la iglesia podía cambiarlo a él.

Sólo 15 semanas después de ser nombrado Papa, Celestino convocó a los cardenales. Leyó un documento de renuncia y, en medio de un silencio absoluto, bajó los escalones del trono y rasgó con sus propias manos las ricas vestiduras de Papa que lo tenían aprisionado.

Cuando volvió a la sala, lo hizo vestido con sus harapos de toda la vida.

Se lo veía feliz, consolado.

El 24 de diciembre se nombró nuevo papa: Bonifacio VIII, el inteligente cardenal Benedicto Gaetani, de origen español, que había ayudado a Celestino a redactar la carta de renuncia.


Cuando llegó a roma, Bonifacio VIII quiso ver a Celestino, su antecesor; pero el Papa ermitaño, en medio de la confusión del nuevo nombramiento, se había marchado calladamente, seguro que a un lejano monte.

Simplemente, quería que lo dejaran en paz.

Esto representaba un problema: Celestino era un asunto que no estaba del todo resuelto, y su libertad le quitaba legitimidad al nombramiento del nuevo Papa. De hecho, en Nápoles se seguía considerando a Celestino V como el verdadero Santo Padre.


Bonifacio VIII ordenó arrestar a Celestino; pero el anciano, ahora sí, estaba sobre aviso. En cuanto divisó a la nueva comitiva papal salió corriendo por los montes, en pleno invierno. Y lo fuertes y avezados soldados no fueron capaces de apresarlo.

Un anciano de más de 80 años era inalcanzable para los jóvenes enviados papales.

Mientras, como anécdota, un monje que se había quedado en la celda para atender a la comitiva fue asesinado.




En Roma, Bonifacio quiso dejar claro que las cosas volvían a la normalidad. Celestino había acudido a su coronación ¡montando un asno!, lo cual era casi un insulto. Bonifacio lo hizo investido con todas las galas y joyas papales, y procesionó por Roma montando un impresionante caballo blanco, a lo que siguió un banquete magnífico, servido en copas de oro y piedras preciosas en el Palacio Laterano.

Mientras tanto, nuestro anciano Celestino había intentado huir rumbo a Grecia, pero una tormenta obligó al barco a volver a tierra y fue apresado.

Cuando, finalmente, se vio ante Bonifacio VIII, rodeado de tanto boato, pronunció estas palabras:

“Has entrado como un zorro,

reinarás como un león

y morirás como un perro”


Fumone
Celestino fue trasladado a una oscura celda de la fortaleza de Fumone. Cuentan que cuando vio su diminuto encierro se le alegró la vista: aquello sí le gustaba. Por fin le habían dado un alojamiento digno.

Murió el anciano a los 10 meses, feliz y en paz.


Bonifacio VIII murió asesinado en 1303, tras ser abofeteado en público, injuriado e insultado.

Una historia llena de asombros ¿No creen? 


Antonio Carrillo


   

2 comentarios:

  1. Estimado Antonio:
    Indudablemente la historia de la religión católica, muestra que es la Fe la que timonea, no los hombres.Una muestra más.Valiosa.

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  2. Qué hermoso todo esto, triste a la vez. Este hombre (Celestino V) es maravilloso.

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