viernes, 24 de febrero de 2017

Los Stradivarius y la edad de hielo.




Corría el año 1702, y el monarca español Felipe V dedica parte del mes de julio a visitar Lombardía, en el norte de Italia. En concreto se encuentra visitando la ciudad de Cremona, famosa por sus luthiers.



El más famoso de la ciudad, Antonio Stradivari, le ofrece su joya más valiosa: los "Stradivarius Palatinos", una colección única de instrumentos. Sin embargo, la venta tuvo que paralizarse debido a la intervención de las autoridades de Cremona; se opusieron a que los palatinos, un símbolo de la ciudad, acabaran en España.

Tras la muerte de Antonio Stradivari, su descendiente, Paolo Stradivari, recibió una nueva oferta del príncipe de Asturias, futuro Carlos IV. Era el año 1775. En esta ocasión, la venta llegó a buen término, y los instrumentos pasaron a formar parte de la colección del Palacio Real de Madrid.

Considerada la obra más importante de la “época alargada” del maestro, los Stradivarius Palatinos, datados en 1696, son un quinteto formado por tres violines, una viola contralto y un violonchelo; los cuales, debido a su peculiar y única ornamentación, reciben también el nombre de los Stradivarius decorados. Probablemente sean los instrumentos musicales más excepcionales del mundo. En su ejecución, Stradivari empleó, como era costumbre, la madera de arce de los bosques alpinos para la caja, el mango y clavijero, y la de abeto para la tabla armónica ¿Qué los hace entonces únicos?

Los tres violines llevan en sus bordes una greca ornamentada, formada por círculos y rombos de marfil (2.400 minúsculas piezas) sobre negro, rellenado con madera de ébano. La viola contralto, con la misma greca que los violines, lleva también una curiosa ornamentación en cabeza y aros, en forma de roleos vegetales intercalados con figuras de grifos, galgos, aves y conejo. El violonchelo se caracteriza por unos preciosos dibujos a tinta china en la cabeza y aros, siendo el motivo de estos últimos un Cupido disparando su flecha contra una cabra. El Luthier de palacio, Silverio Ortega, achicó el instrumento, actuando en contra incluso de la opinión del propio rey.

Como anécdota, sepa que la viola contralto fue robada por los franceses cuando huyeron de España, tras perder la Guerra de la Independencia. Sólo pudo volver al lugar que le correspondía en época tan reciente como 1951, gracias a la intervención del violonchelista Juan Ruiz Casaux; desde entonces es conocida como la "viola Casaux".

Completa la colección otro violonchelo Stradivarius, datado en 1700.

Para entender el alcance de su importancia, sepa que hablamos del único conjunto de instrumentos Stradivarius que se conserva íntegro. Los instrumentos, propiedad de Patrimonio Nacional, se usan regularmente en conciertos de música de cámara para mantener sus cualidades sonoras, y se pueden contemplar en la sala de música del Palacio Real.

Créanme si les digo que son prácticamente desconocidos para los madrileños.

¿Dónde radica el secreto de los Stradivarius? ¿Por qué son instrumentos únicos? y, lo que es más asombroso, ¿cuál es la razón por la que somos incapaces de fabricar en la actualidad instrumentos que ofrezcan un sonido similar, a pesar de contar con una tecnología tan avanzada?

Hay cuatro explicaciones posibles:



1.    La química de la madera.

Según esta teoría, las propiedades de los celebérrimos violines se deben al tratamiento químico dispensado a su madera.

La revista "Nature" publicó un artículo sobre los resultados de un estudio de investigadores de la 'Texas A&M University' de Estados Unidos. Los investigadores utilizaron espectroscopia de infrarrojos y resonancia magnética nuclear para analizar la materia orgánica en pequeñas virutas de madera que fueron tomadas del interior de cinco instrumentos antiguos durante su reparación, y descubrieron que la madera de arce utilizada por estos artesanos del siglo XVIII (no sólo por Stradivari), podría haber sufrido un proceso químico, con el fin de conservarla en buen estado.



En efecto, la presencia de componentes químicos en la madera como fluoroides, cromo y sales de hierro se explica como un intento de preservar la madera almacenada. En concreto, parece ser que se pretendía protegerla del ataque de la polilla. Sólo los luthiers de Crémona, como Stradivari o Guarneri, utilizaron esta técnica.

Por cierto, un inciso: el galicismo luthiers, admitido recientemente por la Real Academia Española como "lutier", proviene del árabe: "al-`ūd", que significa 'la madera". La variante alemana, Luther, se ha transformado en apellido (Lutero) y en nombre (Martin Luther King).

Pues bien; ¿es esta la explicación del sonido excepcional de estos violines, un tratamiento contra las plagas?


2. La química y la física del barniz

Según publicó la revista "Public Library of Science", un equipo pluridisciplinario de investigadores  trabajó durante muchos años en un intento por determinar la composición química del barniz de los Stradivarius.

El barniz consistía en dos finas capas. Una primera mano a base de aceite, y la segunda una mezcla de aceite, resina de pino, pigmentos y un componente desconocido de origen orgánico.

En este último componente podría estar guardado el secreto de los Stradivarius.

Pero hay más. El barniz de los Stradivarius, observado desde un microscopio electrónico, muestra una disposición superficial en ondas realmente peculiar. Se piensa que esta forma modula el sonido del instrumento y permite que su timbre sea más uniforme y claro. Resulta curioso el hecho de que este efecto desaparece si el instrumento no se toca periódicamente, ya que el barniz se "asienta" y endurece. Esta podría ser la razón por la que todos los violines deben ser utilizados a menudo si se quiere mantener sus cualidades sonoras.


3. Por fin: edad de hielo

La explicación más fascinante sobre las cualidades de los Stradivarius se basa en la peculiar densidad de su madera.

El doctor holandés Berend Stoel, de la Leiden University Medical Center (LUMC), en colaboración con el luthier estadounidense Ferry Borman, ha llevado a cabo una investigación para tratar de explicar la diferencia de sonido ente los violines de los grandes maestros y los modernos.

Para ello, han examinado cinco violines antiguos y siete modernos en un escáner médico del Hospital Monte Sinaí de Nueva York. Los resultados indican que la mayor homogeneidad en la densidad de la madera utilizada en los violines clásicos explica la calidad de su sonido.

Pero, ¿por qué era distinta la madera utilizada por Stradivari de la que se pueda utilizar hoy en día? ¿Acaso no son los mismos árboles? La respuesta es, rotundamente, no. Y esto nos encauza hacia uno de los sucesos más apasionantes - y desconocidos - de los últimos mil años: "La pequeña edad de hielo".



La Pequeña Edad de Hielo fue un período frío que abarcó desde comienzos del siglo XIV hasta mediados del XIX. Durante este período, los glaciares avanzaron por el mundo, alcanzando latitudes muy bajas, como Sierra Nevada, en España. Los ríos como el Támesis o el Ebro se helaron, y se podía caminar sobre ellos. Los inviernos eran terriblemente fríos, y como la actividad solar era significativamente menor, los árboles de la época crecieron más lentamente y con menos diferencia entre estaciones. Su madera tenía una densidad extraordinaria. Es decir, los anillos de crecimiento de los árboles eran más angostos, estaban mas juntos y la madera tenía, por tanto, mayor densidad y distintas propiedades en su timbre.

Ahora bien, ¿qué motivó esta pequeña edad de hielo? Posiblemente cambios en el comportamiento del sol; más concretamente en su "cinturón de transporte".





El cinturón de transporte del Sol es una gigantesca corriente de gas que conduce electricidad, fluyendo del ecuador a los polos, y volviendo al ecuador, desde la superficie hasta los 300.00 kilómetros de profundidad, cerca de la enorme dinamo que es el núcleo, donde se carga eléctricamente y adquiere temperatura. Esta corriente en forma de bucle controla el clima de nuestra estrella. Específicamente, controla el ciclo de manchas solares. Pues bien, durante el periodo de 1645 a 1715, en mitad de la Pequeña Edad de Hielo, la actividad solar reflejada en las manchas solares era sumamente baja: este periodo es conocido como el "Mínimo de Maunder". No parece casual que la época más fría coincida con un período de bajísima actividad solar. Durante el "mínimo de Maunder" se observaron sólo 40 manchas solares en vez de las 40.000 usuales, y el sol se hizo más grande y más lento. Más frío.

A esto hay que sumar una mayor actividad volcánica, lo que significó un aumento de las emisiones de azufre en forma de gas SO2. En concreto, en 1815 la erupción de Tambora en Indonesia cubrió la atmósfera de cenizas; el año siguiente, 1816, fue conocido como el "año sin verano", cuando hubo hielo y nieves en junio y julio en Nueva Inglaterra y el Norte de Europa.

Stradivari tuvo suerte. La madera con la que trabajaba era excepcional. Una corriente de gas a 150.000 kilómetros de distancia lo hizo posible ¿No es sorprendente?
                          

4. El no secreto o la tortilla de patatas.

Que los Stradivarius tienen un sonido excepcional es algo de lo que todo el mundo ha oído hablar. Pero, ¿y si le dijera que hay mucho de mito en este "sonido sublime? ¿Que estamos siendo víctimas, no de un engaño, sino de la sugestión propia del virtuoso? Me explicaré.

Los expertos en acústica están perplejos ante los Stradivarius, porque no encuentran nada excepcional en ellos. Muestran acaso un sonido más uniforme en todo su registro, y un mayor volumen, en concreto, en los graves. En todo caso, diferencias muy sutiles, que en buena medida se explican simplemente por la antigüedad del violín, y que comparte con otros instrumentos de similar categoría. No quiero que se me malinterprete: los Stradivarius son unos instrumentos excepcionales, posiblemente los mejores del mundo; pero en absoluto son únicos, ni se ha hallado pruebas que confirmen un timbre peculiar y distinguible sobre el resto.

Para el 99% de las personas, incluyendo músicos profesionales, resultaría imposible distinguir un Stradivarius de un Guarneri o de un Amati. Lamento decir que suenan igual (de bien). El secreto de los Stradivarius es, por tanto, una leyenda.

La pregunta es ¿por qué?

Se me ocurren, al menos, dos razones:

Los Stradivarius son objetos de lujo, que alcanzan precios astronómicos las pocas veces que salen a subasta. Ya se han superado los 15 millones de dólares por un único instrumento.

La tortilla de patata es un plato riquísimo y relativamente barato, porque se realiza con ingredientes comunes como la patata, huevo y aceite. Una tortilla se consume en casa o en un bar, como tapa. Ahora bien, suponga lo siguiente: vivimos en un mundo en el que la patata es un tubérculo que sólo puede cultivarse en zonas muy concretas del altiplano Andino, siguiendo prácticas tradicionales Aymaras, y el total de la producción mundial no supera unos pocos miles de kilos al año. Por tanto, obedeciendo las reglas del mercado, la patata es un bien de lujo, como el caviar o las trufas.

En este (horrible) mundo alternativo, la tortilla de patata es un plato mítico que se sirve sólo en los mejores restaurantes del mundo, en cantidades pequeñas y adornadas con todo el oropel que corresponde a un local de fama mundial. Los afortunados clientes que pueden permitírselo pagan una cifra astronómica por llevarse ese bocado a la boca, y cuando la saborean no pueden dejar de pensar en la relación coste/satisfacción que conlleva su consumo. En realidad, tomar tortilla se ha convertido en un símbolo de estatus, como conducir una marca de coches o vivir en una zona determinada de la ciudad.

Pero es que, además, está buenísima. ¡Cómo no va a ser caro algo que está tan rico!

Si usted adquiere un Stradivarius, lo que consigue es algo más que un simple instrumento musical. ¡Cómo no va a ser excepcional un violín que se subasta en 16 millones de dólares! Su nombre alimenta una leyenda de sonidos únicos. Hay una predisposición a percibir matices mágicos en su timbre.

La segunda razón resulta obvia. Los ricos propietarios de los Stradivarius suelen ceder los instrumentos a los mayores virtuosos del mundo. Esta labor de mecenazgo, aparte de estar muy bien vista, tiene su razón de ser: ya explicamos que un instrumento debe tocarse para conservar su sonido (y su valor).

Los Stradivarius suenan bien porque los tocan los mejores. Así de simple.

Le propongo algo: escuche esta interpretación.







Lo que ha oído es la conjugación casi mágica de tres nombres propios.

El primero es John Williams, autor de la música. Es la persona viva que más veces ha optado a los Oscar: 45.



El segundo es Itzhak Perlman, el intérprete. Uno de los mejores violinistas del mundo.

El tercero tiene por nombre Soil, y es un violín, fabricado en el año 1714. Es uno de los mejores Stradivarius que se conocen. Su anterior dueño fue Yehudi Menuhin.

Créanme, los he puesto por orden de importancia: sin Williams no habría música, y son los dedos de Perlman los que consiguen transmitir tanta emoción. Podría estar tocando un violín de 60.000 $, y seguiría emocionando. Soil es la única pieza prescindible de este puzle.

Por cierto, para los buscadores de tesoros: Lamoreoux, Ames, Hércules, Davidov, Colossus, Lipinski y Oistrakh son los nombres de algunos violines Stradivarius que fueron robados y no han aparecido.


Antonio Carrillo

5 comentarios:

  1. es genial, tal vez tengas razón en que son simples violines antiguos pero son hermosos los stradivarius palatino, y debe ser excelente tocar uno, tambien es cierto que deben estar muy bien construidos y tienen un muy bien sonido no solo por eso si no tambien por lo antiguos. Debe ser maravilloso tener una leyenda de esas en las manos y tocarla

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  2. En una investigación doble ciego realizada a comienzos de este año, 21 violinistas tocaron violines antiguos y nuevos, todos de excelente calidad. Lo hacían en penumbra, y no podían oler el violín que tocaban (la madera antigua huele de una manera peculiar, y podría condicionar la respuesta). Pues bien: lo sorprendente fue que salieron ganadores los violines nuevos, y los Stradivarius quedaron los últimos.
    Ahora bien, esto tampoco es, en mi opinión, definitivo. Me extraña que tantos grandes maestros violinistas se equivoquen: el Stradivarius es un violín extraordinario. Pero otros muchos violines suenan, al menos, igual de bien.
    Por cierto: es seguro que si un violinista puede oler la madera del instrumento que tiene tan cerca, cambie su percepción. Incluso no me extrañaría que el olor mismo afectara a su manera de tocar. Un instrumento forma parte de ti; olores, tacto... todo influye. Por eso no me acaba de convencer la fiabilidad del experimento.

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    1. Hola, tengo un stradivarius de 1716 me gustaria poder venderlo.
      Tengo fotos y videos.
      fiu007@hotmail.com

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  3. ademas de esto,el sentido del oido en la actualidad esta influido de muchos factores externos como el ruido urban,obras,maquinarias,aviones de caza etc.Quiero decir que no es lo mismo escuchar una obra de arte hoy que hace 500 años...

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  4. Tema interesante el que nos plantea aquí, Antonio. Yo todavía no tengo muy claro si suenan mejor los vinilos o los cedés, así que poco puedo aportar acerca de los Stradivarius. Sin embargo, creo yo, lo importante aquí no es tanto el fondo técnico de la cuestión, pues si realmente estos instrumentos poseen dichas discutidas características excepcionales, son tan pocos los que pueden percibirlas -y pongo el acento en esta palabra, percibir- que el tema nunca quedará zanjado. Por ejemplo, sirva esta pregunta para ilustrarlo: ¿qué porcentaje de la población es capaz de reconocer sin referencias las notas musicales y de reproducirlas (lo que se denomina el oído absoluto)? Muy escaso. Entonces, ¿cuántas personas tendrán la capacidad de percibir, sumada a la de interpretar, los sutiles matices sonoros que estos instrumentos, u otros cualesquiera, pudieran emitir? Quizá ni siquiera virtuosos como Itzhak Perlman puedan percibir esos matices. Pero, ¿realmente importa? Y este es el asunto al que pretendía llegar: estamos tan obsesionados por tener más, poseer lo mejor (la última tecnología, el último modelo), por perfeccionar lo material, que nos olvidamos de nuestras propias deficiencias y limitaciones; en definitiva, la última barrera no está en la tecnología, sino en el propio ser humano, con sus imperfecciones -y por su ignorancia con alevosía-, el que se va quedando obsoleto ante tan frenética carrera por el rendimiento y las prestaciones.

    Para terminar, propongo un doble ciego entre la tortilla de patatas de mi madre y la que pueda preparar la pléyade de restaurantes de la guía Michelin.

    Un saludo

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