Las
Meninas de Velázquez es un cuadro que genera desconcierto, una desazón extraña
cuando te atrapa. Porque esa es la impresión que produce: es un lienzo que te
arroja hacia su interior. Te abduce y conduce a una sobria estancia del siglo
XVII, a un tiempo ya pasado, poblado por personajes que murieron hace cientos
de años, en un recinto, el “cuarto del Príncipe” del Alcázar de Madrid, que
tampoco existe, que se destruyó en un incendio.
Es, en definitiva, un inesperado
viaje en el tiempo.
Hace pocos años esta sensación
que describo era más intensa. Hasta 1978, el museo del Prado exponía el enorme
cuadro frente a un gran espejo. Un espejo frente a otro; porque Las Meninas es,
en realidad, un reflejo, una intromisión en la atmósfera del estudio de
Velázquez mientras trabaja. Este efecto ampliaba la perspectiva hasta los
límites del subconsciente. Uno perdía contacto sensorial con lo inmediato y se
sumergía en una ensoñación fascinante y turbadora.
El cuadro, el de verdad, no lo podemos ver. Acudimos a una pinacoteca, la
mejor del mundo posiblemente, y se nos escatima la visión de lo que Velázquez
está pintando. Teophìle Gautier, famoso escritor y periodista francés del siglo
XIX exclamó: “pero, ¿dónde está el
cuadro?”
Hay mucho de vértigo, de síndrome de Stendhal en lo que describo.
Las Meninas no es un simple retrato de La Infanta Margarita de Austria, el
personaje central, por más que su primer nombre conocido fue el de “Retrato de
la emperatriz” y, posteriormente “La familia de Felipe IV” (el nombre “Las
Meninas” es muy posterior, de 1843). La niña Margarita forma parte del cuadro,
cierto, pero hay mucho más. Margarita es una invitada, como lo somos nosotros,
visitantes del siglo XXI. Le ofrecen agua fresca, hay un perro echado,
perezoso, paciente, y yo llevo una guía del Prado en la mano. Todos
protagonistas por igual. Velázquez se concentra en lo que pinta ¡Ojalá
pudiéramos verlo! ¿Saben qué creo? Sospecho que Velázquez nos está pintando a
nosotros, situados ante el lienzo, la guía en la mano, callados y respetuosos
con el maestro.
El secreto, lo que hace de “Las
Meninas” una obra única se encuentra fuera de foco, en un lugar del cuadro que
pasa desapercibido. Lo mejor de las Meninas, en mi opinión, es su mitad
superior: el techo amplio, los ventanales que aportan luz, los lienzos del
fondo en la penumbra, en la quietud. La estancia se difumina y se hace con ello
tangible, corpórea.
Velázquez modificó el cuadro. Las
pruebas realizadas sobre el lienzo demuestran que el sevillano alteró el
espacio arriesgándose a algo novedoso: quiso mostrar buena parte del techo de
la habitación. 400 años más tarde otro genio, Orson Welles, utilizó el plano
contrapicado en varias escenas de "Ciudadano Kane". Con esta técnica
(utilizada anteriormente por John Ford) conseguía también mostrar el techo. El
efecto es sorprendente por natural e intenso. Welles, y Velázquez mucho antes,
entendieron que los ojos humanos focalizan en un único punto, pero guardan
memoria subconsciente de lo que ocupa sus arrabales de penumbra. Vemos mucho
más de lo que miramos. Con el oído sucede algo similar: de repente nuestro
nombre aparece inesperado en una conversación a la que no estamos atentos y,
súbitamente, una parte subconsciente de nuestro cerebro nos avisa y pone
alerta.
Las
Meninas ofrecen argumentos para escribir un artículo extenso. Por ejemplo:
Velázquez, gran aficionado y conocedor de la astronomía, pudo aplicar claves
estelares en el cuadro. Si unimos con una línea los corazones de los personajes
principales se representa la constelación llamada "Corona Borealis".
Puede ser casualidad, o una interpretación forzada. En general me confieso muy
escéptico respecto de estas claves mistéricas que se descubren en el arte. Sin
embargo, en este caso algo llama poderosamente mi atención: la estrella más
brillante de la constelación es la tercera, la que corresponde al corazón de la
niña. ¿Adivinan que nombre recibe esta estrella? Margarita.
Les
propongo algo: fíjense en el dulce rostro de esta niña de seis años. Se
sospecha que podía sufrir del conocido como Síndrome de Albright. En todo caso,
la niña del cuadro sufrió la muerte de su padre el rey ocho años más tarde, y
poco después, con apenas 15 años, se casó con un tío paterno. La pobre
Margarita tuvo un embarazo tras otro, algunos malogrados antes de su final y
acabó muerta, con apenas 22 años, en su cuarto parto.
El lugar, el Alcázar de Madrid, resultó devastado
por un incendio la nochebuena de 1734. Se perdieron grandes tesoros artísticos
en unas horas: obras maestras de Leonardo da Vinci, el Bosco, Rafael, El Greco,
Velázquez, Rubens, Veronés, Tiziano, Brueghel, Tintoretto, Van Dyck… 500
cuadros devorados por el fuego ¿Se imagina el museo del Prado con este añadido?
Por fortuna, no todo se quemó; parte lo habían trasladado por unas obras en
palacio, y las pinturas se arrancaron de sus marcos y arrojaron por la ventana.
Las Meninas resultaron dañadas: un corte en la mejilla de la pobre Margarita,
hoy imperceptible.
En el
momento de pintar "Las Meninas" la reina está embarazada de un varón,
el futuro Carlos II. Una pobre criatura tan enferma que ha pasado a la historia
con el sobrenombre de "el hechizado". Fruto de generaciones de
consanguinidad endogámica entre los Habsburgo, Carlos tuvo una vida de
pesadilla. Cuando murió sin descendencia, en su autopsia, el médico dejó
escrito que su corazón era diminuto, que salió agua de su cráneo, sus
intestinos estaban gangrenados y tenía un sólo testículo de color negro. El
hermano de Margarita aprendió a caminar a los seis años, a hablar con diez. Era
un ser desgraciado, que sólo encontraba placer en los dulces, que tuvo que
sufrir todos y cada uno de sus días.
Su padre, el rey Felipe IV, es un hombre
desgraciado. Las preocupaciones han dejado huella en su rostro, y desde 1644 ha prohibido a Velázquez que lo pinte. El genial pintor utiliza un truco propio
del barroco: muestra difuminadas las imágenes espectrales de los monarcas en un
lejano espejo.
Sin embargo, hay algo que no está
bien.
Las Meninas es una obra de
perspectiva perfecta, en la que Velázquez incluso utilizó el "número
áureo" phi para darle coherencia y empaque. Todo está en su sitio, y
guarda la proporción adecuada. ¿Todo? No. Hay una discrepancia en el cuadro: el
espejo.
Los reyes no deberían reflejarse
en él.
Sabemos que la imagen del espejo
es un añadido posterior de Velázquez ¿Por qué se vio obligado a incluir esta
discrepancia formal? Para poder reflejarse en el espejo, los monarcas deberían
estar volando.
Este misterio cobra fuerza por un
hecho poco conocido, y realmente sorprendente. Velázquez no pintó un cuadro de
las Meninas.
Pintó dos.
El segundo cuadro, prácticamente
idéntico al que se muestra en el Prado, lo encontramos en un museo de
provincias de Inglaterra: la Kingston House de Dorset. Matías Díaz Padrón,
conservador jefe del Museo del Prado, afirma categórico que es obra de
Velázquez.
Las Meninas de Dorset es, como
dijimos, prácticamente idéntico; el cuadro es más pequeño, su trazo es más
espontáneo y, como principal diferencia, en el espejo no aparece la imagen de
los reyes. Nada hay reflejado en él.
Curioso.
¿Por qué Velázquez pintó dos
cuadros? Se especula que pudo tratarse de un boceto (modeletto) que enseñar a
Felipe IV; pero el cuadro está muy acabado. En absoluto es un boceto. La
explicación más probable es la más sencilla: Velázquez quiso conservar una
copia del cuadro por motivos sentimentales. Sería como llevar una foto de una
familia a la que Velázquez quería como la suya propia: la familia de Felipe IV.
Esto me recuerda algo que leí
hace tiempo sobre Leonardo y la Gioconda. Al parecer, el maestro italiano
llevaba siempre consigo este pequeño retrato, al que continuamente daba un leve
retoque.
Bien; acabo. Basta de
especulaciones. Dejo al buen criterio del lector las respuestas a los
interrogantes que Las Meninas plantean. E invito, simplemente, a que al menos
una vez acepten la invitación de Velázquez a entrar en esa atmósfera de
maravillas y oscuros presagios.
Como Carroll, les invito a
atravesar el espejo.
Porque a menudo debemos pasar,
por un instante, al otro lado. Cerrar los ojos y abrir la mente.
A la nublosa atmósfera del sueño.
Antonio Carrillo
Fantástico!
ResponderEliminarEsta obra de Velázquez también me recuerda a otro genio, Cervantes, que también fue un maestro en el arte de crear diferentes perspectivas de la realidad.
1- "Matías Díaz Padrón, conservador jefe del Museo del Prado, afirma categórico que es obra de Velázquez." ¿Solo en esto se basa la certeza de que es de Velzquez?.
ResponderEliminar2- Nada es inocente, es posible que sea un nueva mentira de los marchantes del Arte, esa mafia, para ganar unos cuantos millones d euros a cambio de un lienzo. Cada equis tiempo se habla del hallazgo de un nuevo cuadro de esos que valken millones y millones.
3- La mente humana es tan ilusa que puede escribir e imaginat lo que no hay. Este cuadro de las meninas no es mas que una simple escena diaria. NO TIENE ningun misterio. No hagan caso a los marchantes de Arte, ni a las mentes que ven lo que no hay. Un poco de sensatez señores, no vean dioses donde no haya nada.
Este último comentario me ha hecho reflexionar bastante. Tras una posterior lectura del artículo (ya han pasado casi dos semanas, y tengo distancia suficiente para verlo desde otra perspectiva), creo que el lector acierta en su crítica. En efecto, creo que el artículo peca de un exceso de sensacionalismo.
ResponderEliminarEs cierto que el Conservador Jefe se ha manifestado en el sentido de considerar la obra del propio Velázquez; pero con esto no es suficiente para afirmarlo categóricamente, como hago en el artículo. De hecho, el asunto está sujeto a una fuerte controversia, y en absoluto está resuelto.
En lo que se refiere a las interpretaciones "esotéricas" o "cosmológicas", ya advierto que suelo ser muy reticente a creerlas. Pero en este caso la existencia de una extensa biblioteca propiedad de Velázquez versada en temas de astronomía, y el hecho de que la tercera estrella se llame como la infanta... Al menos cabe una duda razonable. Pero de misterio, nada. Las Meninas es un cuadro, nada más (y nada menos)
ResponderEliminarLo inexcusable es hablar de "oscuros presagios"; como si el cuadro estuviera maldito. En ocasiones intento suscitar la atención del lector hacia ciertos temas ofreciendo anécdotas que hagan más entretenido el artículo. Pero en este caso "se me ha ido la mano". Aunque no seamos expertos en pintura, como es mi caso, se nos debe exigir un mínimo de sentido común y de rigor en lo que exponemos. En este artículo, desde luego, no tuve mi mejor día, y pido disculpas por ello.
ResponderEliminarUn cordial saludo