sábado, 29 de junio de 2013

Ingleses en el infierno blanco



Salida y muerte de Oates, por Dollman


La humanidad ha recibido la llamada de la búsqueda. Somos animales exploradores.
Lo fuimos y lo seguimos siendo.
"Citius, altius, fortius". Cuanto mayor es el reto, más loable el empuje, la determinación. Levantamos catedrales y coliseos, cruzamos océanos y escalamos montañas inaccesibles. Con el paso de los milenios los humanos dejamos nuestra huella todo a lo largo del planeta, e incluso alcanzamos los astros que engalanan el cielo nocturno.
Así, a inicios del siglo XX tres lugares aguardaban la llegada del hombre: el más alto (el monte Everest), el más profundo (el Abismo Challenger) y el más frío (el Polo Sur).
¿Cuál resultó ser el reto más difícil? Si nos fijamos en las fechas oficiales, alcanzamos el Polo Sur en 1911, escalamos el Everest en 1953 y descendimos al tenebroso abismo Challenger en 1960. Sin embargo, estas fechas pueden llamar a engaño.
En 1924 Mallory e Irvine, ambos británicos, escalaron el Everest. No se tiene constancia alguna de si lograron alcanzar la cima. Es posible. Murieron en el descenso. Además, deberíamos plantearnos si el Polo Sur geográfico merece llevarse el mérito de "última frontera". Porque, de hecho, hay un lugar en la Antártida más inaccesible.

Me refiero a su "Polo de Inaccesibilidad".
En geografía, un polo de inaccesibilidad es el lugar a mayor distancia de cualquier punto dado de acceso. Por ejemplo, existe una localización en el centro del Océano Pacífico, llamada "punto Nemo", que resulta ser el lugar más alejado de tierra firme del planeta Tierra: la isla más cercana se encuentra a 2.688 km. (Una curiosidad; el punto Nemo está en medio del océano, cierto, pero Google Earth muestra en esas mismas coordenadas una isla que, en realidad, no existe. Es un homenaje a un grupo de música británico: Gorillaz)
El Polo de Inaccesibilidad de la Antártida no es el Polo Sur geográfico. De hecho, se encuentra lejos, a 878 km del mismo. Es un lugar terrible, a una altitud de 3.718 metros sobre el nivel del mar. Forma parte, junto con el Polo Sur, de la inmensa "Meseta Antártica", descubierta por Robert Falcon Scott durante la famosa expedición Discovery  de 1902. Este Polo de Inaccesibilidad es el lugar más frío de nuestro planeta, lugar de extremos y perpetuos vientos, con fenómenos asombrosos como el "Domo Argus", una ciclópea montaña que se eleva 4.093 metros sobre el nivel del mar.
Sólo que no es una montaña. El Domo es, en realidad, una gigantesca acumulación de hielo que alcanza una altitud de cuatro kilómetros. Fascinante.
Los humanos logramos llegar a Polo de Inaccesibilidad antártico el 14 de diciembre de 1958. Una segunda expedición rusa logró repetir la hazaña en 1967. Colocaron, a modo de homenaje, un gran busto de Lenin, que mira en dirección a Moscú. Es un lugar que Rusia considera protegido. Hoy en día se encuentra cerca la base rusa de Vostok. En este lugar, en julio de 1983, los termómetros registraron una temperatura récord de -89,2°C.
Pero si de épica hablamos, más allá de las fechas, sin duda la carrera por la conquista del Polo Sur geográfico merece un lugar de honor. Es una historia asombrosa, de bravura y orgullo.
Y en esta historia, como no, el protagonista es un inglés.
 
¿Por qué los ingleses son tan buenos expedicionarios? Ayuda el que, acostumbrados desde la cuna a la gastronomía británica, sean capaces de comer cualquier cosa. Son estoicos, metódicos y constantes. Y tienen una facultad que nos es ajena a los españoles: les impulsa una fortísima identidad nacional, lo cual les ayuda a encontrar referentes claros en las situaciones más difíciles. En el rincón más alejado del mundo, a bordo de un buque perdido en la inmensidad del océano, un caballero inglés será un gentleman ponderado, y velará por que su actitud sea siempre coincidente con espíritu británico, equilibrado y ecuánime. Sus hombres (esto es importante) tendrán un referente constante, al que respetarán y obedecerán ciegamente. El orgullo de país es siempre un poderoso aliado ante las dificultades. Que se lo pregunten al comandante Göring, quien fue incapaz de doblegar al Reino Unido en la "Batalla de Inglaterra": 3.600 aviones alemanes claudicaron frente a 871 aeronaves británicas. Impresionante.

En un principio, la "Carrera del Polo Sur" contaba con cuatro expediciones nacionales: Alemania, Japón, Inglaterra y Noruega intentaron conquistar el Polo. Finalmente, sólo las dos ultimas han alimentado el imaginario de millones de personas, fascinadas ante una epopeya que simboliza la lucha del hombre contra los elementos.
Esta travesía por el infierno helado simboliza el final de una época. La imparable mecanización acabó con todo áurea de romanticismo.
Venció Noruega el envite. Amundsen conquistó el Polo Sur el 14 de diciembre de 1911 y dejó allí como mudos testigos una bandera de Noruega y una tienda de campaña con dos cartas: una para el rey de Noruega y otra para su rival, el capitán Robert Falcon Scott.
 
Scott leyó la carta y se supo vencido la tarde del 17 de enero de 1912.
Amundsen tuvo ventaja desde un principio. Estaba mejor preparado; desde los quince años exploraba las frías latitudes del norte, y había aprendido de los esquimales cómo vestir, qué comer y cómo desplazarse. Frente a los anoraks de piel y los cientos de perros del equipo noruego, los británicos vestían uniformes de la marina y utilizaban potros siberianos. Amundsen partió de la bahía de las Ballenas, y tuvo que recorrer 100 kilómetros menos. Su alimento era rico en grasas que le aportaba las 5.000 calorías diarias necesarias para afrontar el reto físico de atravesar la llanura ártica; los británicos se alimentaban a base de Pemmican: carne seca, un invento de los indios americanos.
Pero hay otro factor determinante que explica el éxito noruego y el fracaso inglés. Y tiene mucho que ver con el carácter científico de la expedición "Terra Nova" que comandó Scott de 1910 a 1913 en el sur.
La eminente "Royal Geographical Society" expresó su esperanza de que "esta expedición pudiera ser «principalmente científica, con la exploración y el Polo como objetivos secundarios". Esto tiene su refrendo en las múltiples investigaciones que se realizaron a lo largo de tres años, y en el listado de científicos que participaron de la misma: el zoólogo Edward Adrian Wilson, el meteorólogo George Simpson, el físico canadiense C.S. Wright, el biólogo Edward Nelson o los geólogos Frank Debenham, Raymond Priestley y Thomas Griffith Taylor.
Lo explicaré con una anécdota: el 22 de junio de 1911 Edward Adrian Wilson salió a investigar una colonia de pingüino emperador, un ave por entonces casi desconocida y de la que no existían huevos en ningún museo del mundo.
El problema es que los pingüinos macho anidan en invierno, cuando más frío hace.

Tres ingleses, el propio Wilson, Bowers y Cherry-Garrard se adentraron en el invierno antártico, en una expedición de cinco semanas en la que arrastraron dos trineos con 348 kilos de material durante 96 kilómetros. Fue un viaje de pesadilla, "el peor viaje del mundo" en palabras de Cherry-Garrard. El 5 de julio los termómetros registraron una temperatura de -60 °C. Cuando llegaron al lugar de nidificación en el Cabo Crozier construyeron un iglú, pero sobrevino una tempestad con vientos de fuerza 11, lo cual les obligó a permanecer ocultos en sus sacos durante tres días. El iglú casi fue destruido por la fuerza del viento, y perdieron la tienda que debían utilizar para el regreso. Tuvieron mucha suerte: la encontraron en la oscuridad del invierno a unos 800 metros.

En ningún momento abandonaron sus especímenes. Hoy se pueden observar uno de los tres huevos de pingüino emperador en el Museo de Historia Natural de Londres. Lo consideran uno de sus tesoros. Si por casualidad alguna vez visita este fascinante museo, recuerde la odisea de estos tres valientes.

Pero volvemos a la gélida Antártida. Scott emprende un viaje de 2.464 kilómetros junto a Wilson, Oates, Evans y Bowers. Muy pronto comienzan los problemas: los trineos mecánicos no resisten las bajísimas temperaturas, y en el ascenso al glaciar Beardmore pierden ocho potros y cinco perros. El tiempo es infernal.

Scott tuvo mala suerte. En su travesía se enfrentó a unas condiciones meteorológicas inusuales, que se dan una vez cada 100 años. Cuando descubrieron la bandera de Amundsen 17 de enero, y tomaron conciencia de su fracaso, esa misma tarde la temperatura descendió bruscamente a -54º C. Oates, Evans y Bowers sufrieron congelaciones. Les esperaba lo más duro: el desaliento de la derrota y regresar con vida.

En ese preciso momento, Amundsen se encuentra sólo a una semana de su campamento de invierno.
Amundsen utilizó muchos perros, y no tuvo reparos en sacrificarlos para alimentar a sus animales. Cuando regreso, apenas si contaba con una treintena. Scott desoyó el consejo de Oates, y fue reacio a sacrificar animales. Pero, además, hizo lo que se  esperaba de un caballero inglés: no abandonó a sus compañeros cuando sobrevinieron las penurias. La travesía de vuelta se volvió un calvario; una muerte lenta e inevitable.
 
El 11 de febrero se perdieron. Esto significaba el desastre: no encontraban el siguiente depósito con alimentos y combustible. Perdieron un tiempo precioso en retomar el camino correcto. El 16 Evans, que había sufrido una caída y cuyo estado era francamente malo, cayó desmayado. Los compañeros no lo abandonaron. La noche del 17 murió.
La temperatura seguía siendo inusualmente baja. Los depósitos de combustible se encontraban vacíos: las soldaduras habían cristalizado debido a la temperatura. No podían calentarse.
Oates se encontraba francamente mal. Los pies negros por la gangrena y los miembros congelados. Scott reconoce entonces que deberán sacrificar a los perros que los esperan en el siguiente depósito del monte Hooper.
Cuando llegaron el 9 de marzo no había perro alguno. El viento era tan fuerte que hacía casi imposible arrastrar los trineos.
Scott ordena a Willson repartir entre los hombres una dosis mortal de morfina. Cada uno recibe 30 cápsulas. Ninguno llegaría a utilizarlas.

El 16 de marzo la tormenta les obliga a detenerse. Están a sólo 11 millas del siguiente depósito. Allí sí hay perros, comida y combustible; pero no pueden dar ni un paso más. Scott quería salir y morir caminando en el intento, pero no podía ponerse en pie. Además, la situación de Oates era crítica. Una herida de bala, sufrida en 1901 durante la guerra de los Bóers, se había reabierto por el escorbuto. Y no se abandonaba a un compañero.
Entonces, de nuevo la gesta. La mañana del 17, el capitán de la Real Guardia de Dragones de Inniskilling Lawrence Edward Grace Oates consigue ponerse en pie y calzarse. Tarda una hora. Saluda a sus compañeros y pronuncia unas palabras que pasarán a la historia:
 
- "Salgo, tardaré en volver"
 
Ese mismo día cumplía 32 años.

 
Scott escribe en su diario: "Por aquí murió el capitán Oates, de los Dragones de Inniskilling. En marzo de 1912 caminó voluntariamente hacia la muerte, bajo una tormenta, para tratar de salvar a sus camaradas, abrumados por las penalidades".
Pero el sacrificio de Oates fue en vano. Los cadáveres de Wilson, Bowers y Scott fueron encontrados ocho meses más tarde, el 12 de noviembre, en el interior de la tienda.
Impresiona saber que el se encontraron 14 kilos de muestras geológicas que Scott y Wilson recogieron (y portaron) hasta el final. Este dato da idea de la grandeza de la gesta. Entre las piedras se encontró un pedazo de carbón (hulla), que demostraba que la Antártida había tenido bosques y un clima templado en el pasado. Era una prueba irrefutable de la teoría de la tectónica de placas. Los desgraciados habían apuntado meticulosamente los datos climatológicas hasta sus últimos días.
Esta dedicación al saber pudo costarles la vida. Pero Scott ha pasado a la historia, tanto o más que Amundsen; y si bien hubo un intento de mancillar su memoria a finales del siglo XX, en la actualidad pocos discuten su valía.

El equipo de búsqueda desmontó la tienda y cubrió los cuerpos. Se dispuso un montículo de nieve para señalar el lugar, y una cruz.
Luego, buscaron a Oates. Encontraron su saco de dormir, pero no su cadáver.
En algún lugar descansa. El cuerpo incorrupto y congelado.
Un inglés en el infierno blanco.

Antonio Carrillo.

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