Salida y muerte de Oates, por Dollman |
La
humanidad ha recibido la llamada de la búsqueda. Somos animales exploradores.
Lo fuimos
y lo seguimos siendo.
"Citius, altius, fortius". Cuanto
mayor es el reto, más loable el empuje, la determinación. Levantamos catedrales
y coliseos, cruzamos océanos y escalamos montañas inaccesibles. Con el paso de
los milenios los humanos dejamos nuestra huella todo a lo largo del planeta, e
incluso alcanzamos los astros que engalanan el cielo nocturno.
Así, a
inicios del siglo XX tres lugares aguardaban la llegada del hombre: el más alto
(el monte Everest), el más profundo (el Abismo Challenger) y el más frío (el
Polo Sur).
¿Cuál
resultó ser el reto más difícil? Si nos fijamos en las fechas oficiales,
alcanzamos el Polo Sur en 1911, escalamos el Everest en 1953 y descendimos al
tenebroso abismo Challenger en 1960. Sin embargo, estas fechas pueden llamar a
engaño.
En 1924 Mallory e Irvine, ambos británicos, escalaron el
Everest. No se tiene constancia alguna de si lograron alcanzar la cima. Es
posible. Murieron en el descenso. Además, deberíamos plantearnos si el Polo Sur
geográfico merece llevarse el mérito de "última frontera". Porque, de
hecho, hay un lugar en la Antártida más inaccesible.
Me refiero a su "Polo de Inaccesibilidad".
En geografía, un polo de inaccesibilidad es el lugar a mayor distancia de cualquier
punto dado de acceso. Por ejemplo, existe una localización en el centro del
Océano Pacífico, llamada "punto Nemo", que resulta ser el lugar más
alejado de tierra firme del planeta Tierra: la isla más cercana se encuentra a
2.688 km. (Una curiosidad; el punto Nemo está en medio del océano, cierto, pero
Google Earth muestra en esas mismas coordenadas una isla que, en realidad, no
existe. Es un homenaje a un grupo de música británico: Gorillaz)
El Polo de Inaccesibilidad de la Antártida no es el Polo Sur
geográfico. De hecho, se encuentra lejos, a 878 km del mismo. Es un lugar
terrible, a una altitud de 3.718 metros sobre el nivel del mar. Forma parte,
junto con el Polo Sur, de la inmensa "Meseta Antártica", descubierta
por Robert Falcon Scott durante la famosa expedición Discovery de 1902. Este Polo de
Inaccesibilidad es el lugar más frío de nuestro planeta, lugar de extremos y
perpetuos vientos, con fenómenos asombrosos como el "Domo Argus", una
ciclópea montaña que se eleva 4.093 metros sobre el nivel del mar.
Sólo que no es una montaña. El Domo
es, en realidad, una gigantesca acumulación de hielo que alcanza una altitud de
cuatro kilómetros. Fascinante.
Los humanos logramos llegar a Polo
de Inaccesibilidad antártico el 14 de diciembre de 1958. Una segunda expedición
rusa logró repetir la hazaña en 1967. Colocaron, a modo de homenaje, un gran
busto de Lenin, que mira en dirección a Moscú. Es un lugar que Rusia considera
protegido. Hoy en día se encuentra cerca la base rusa de Vostok. En este lugar,
en julio de 1983, los termómetros registraron una temperatura récord de
-89,2°C.
Pero si de épica hablamos, más allá
de las fechas, sin duda la carrera por la conquista del Polo Sur geográfico
merece un lugar de honor. Es una historia asombrosa, de bravura y orgullo.
Y en esta historia, como no, el protagonista
es un inglés.
¿Por qué los ingleses son tan
buenos expedicionarios? Ayuda el que, acostumbrados desde la cuna a la
gastronomía británica, sean capaces de comer cualquier cosa. Son estoicos,
metódicos y constantes. Y tienen una facultad que nos es ajena a los españoles:
les impulsa una fortísima identidad nacional, lo cual les ayuda a encontrar
referentes claros en las situaciones más difíciles. En el rincón más alejado
del mundo, a bordo de un buque perdido en la inmensidad del océano, un caballero
inglés será un gentleman ponderado, y
velará por que su actitud sea siempre coincidente con espíritu británico,
equilibrado y ecuánime. Sus hombres (esto es importante) tendrán un referente
constante, al que respetarán y obedecerán ciegamente. El orgullo de país es
siempre un poderoso aliado ante las dificultades. Que se lo pregunten al
comandante Göring, quien fue incapaz de doblegar al Reino Unido en la
"Batalla de Inglaterra": 3.600 aviones alemanes claudicaron frente a
871 aeronaves británicas. Impresionante.
En un
principio, la "Carrera del Polo Sur" contaba con cuatro expediciones
nacionales: Alemania, Japón, Inglaterra y Noruega intentaron conquistar el
Polo. Finalmente, sólo las dos ultimas han alimentado el imaginario de millones
de personas, fascinadas ante una epopeya que simboliza la lucha del hombre
contra los elementos.
Esta
travesía por el infierno helado simboliza el final de una época. La imparable
mecanización acabó con todo áurea de romanticismo.
Venció
Noruega el envite. Amundsen conquistó el Polo Sur el 14 de diciembre de 1911 y
dejó allí como mudos testigos una bandera de Noruega y una tienda de campaña
con dos cartas: una para el rey de Noruega y otra para su rival, el capitán
Robert Falcon Scott.
Scott
leyó la carta y se supo vencido la tarde del 17 de enero de 1912.
Amundsen
tuvo ventaja desde un principio. Estaba mejor preparado; desde los quince años
exploraba las frías latitudes del norte, y había aprendido de los esquimales
cómo vestir, qué comer y cómo desplazarse. Frente a los anoraks de piel y los
cientos de perros del equipo noruego, los británicos vestían uniformes de la
marina y utilizaban potros siberianos. Amundsen partió de la bahía de las
Ballenas, y tuvo que recorrer 100 kilómetros menos. Su alimento era rico en grasas
que le aportaba las 5.000 calorías diarias necesarias para afrontar el reto
físico de atravesar la llanura ártica; los británicos se alimentaban a base de Pemmican: carne seca, un invento de los
indios americanos.
Pero hay
otro factor determinante que explica el éxito noruego y el fracaso inglés. Y
tiene mucho que ver con el carácter científico de la expedición "Terra
Nova" que comandó Scott de 1910 a 1913 en el sur.
La
eminente "Royal Geographical Society" expresó su esperanza de que
"esta expedición pudiera ser
«principalmente científica, con la exploración y el Polo como objetivos
secundarios". Esto tiene su refrendo en las múltiples investigaciones
que se realizaron a lo largo de tres años, y en el listado de científicos que
participaron de la misma: el zoólogo Edward Adrian Wilson, el meteorólogo
George Simpson, el físico canadiense C.S. Wright, el biólogo Edward Nelson o
los geólogos Frank Debenham, Raymond Priestley y Thomas Griffith Taylor.
Lo
explicaré con una anécdota: el 22 de junio de 1911 Edward Adrian Wilson salió a
investigar una colonia de pingüino emperador, un ave por entonces casi
desconocida y de la que no existían huevos en ningún museo del mundo.
El
problema es que los pingüinos macho anidan en invierno, cuando más frío hace.
Tres
ingleses, el propio Wilson, Bowers y Cherry-Garrard se adentraron en el
invierno antártico, en una expedición de cinco semanas en la que arrastraron
dos trineos con 348 kilos de material durante 96 kilómetros. Fue un viaje de
pesadilla, "el peor viaje del
mundo" en palabras de Cherry-Garrard. El 5 de julio los termómetros
registraron una temperatura de -60 °C. Cuando llegaron al lugar de nidificación
en el Cabo Crozier construyeron un iglú, pero sobrevino una tempestad con
vientos de fuerza 11, lo cual les obligó a permanecer ocultos en sus sacos
durante tres días. El iglú casi fue destruido por la fuerza del viento, y
perdieron la tienda que debían utilizar para el regreso. Tuvieron mucha suerte:
la encontraron en la oscuridad del invierno a unos 800 metros.
En ningún
momento abandonaron sus especímenes. Hoy se pueden observar uno de los tres
huevos de pingüino emperador en el Museo de Historia Natural de Londres. Lo
consideran uno de sus tesoros. Si por casualidad alguna vez visita este
fascinante museo, recuerde la odisea de estos tres valientes.
Pero
volvemos a la gélida Antártida. Scott emprende un viaje de 2.464 kilómetros
junto a Wilson, Oates, Evans y Bowers. Muy pronto
comienzan los problemas: los trineos mecánicos no resisten las bajísimas
temperaturas, y en el ascenso al glaciar Beardmore pierden ocho potros y cinco
perros. El tiempo es infernal.
Scott
tuvo mala suerte. En su travesía se enfrentó a unas condiciones meteorológicas
inusuales, que se dan una vez cada 100 años. Cuando descubrieron la bandera de
Amundsen 17 de enero, y tomaron conciencia de su fracaso, esa misma tarde la
temperatura descendió bruscamente a -54º C. Oates, Evans y Bowers
sufrieron congelaciones. Les esperaba lo más duro: el desaliento de la derrota
y regresar con vida.
En ese preciso momento, Amundsen se encuentra sólo
a una semana de su campamento de invierno.
Amundsen
utilizó muchos perros, y no tuvo reparos en sacrificarlos para alimentar a sus
animales. Cuando regreso, apenas si contaba con una treintena. Scott desoyó el
consejo de Oates, y fue reacio a sacrificar animales. Pero, además, hizo lo que
se esperaba de un caballero inglés: no
abandonó a sus compañeros cuando sobrevinieron las penurias. La travesía de
vuelta se volvió un calvario; una muerte lenta e inevitable.
El 11 de
febrero se perdieron. Esto significaba el desastre: no encontraban el siguiente
depósito con alimentos y combustible. Perdieron un tiempo precioso en retomar
el camino correcto. El 16 Evans, que había sufrido una caída y cuyo estado era
francamente malo, cayó desmayado. Los compañeros no lo abandonaron. La noche
del 17 murió.
La
temperatura seguía siendo inusualmente baja. Los depósitos de combustible se
encontraban vacíos: las soldaduras habían cristalizado debido a la temperatura.
No podían calentarse.
Oates se encontraba
francamente mal. Los pies negros por la gangrena y los miembros congelados.
Scott reconoce entonces que deberán sacrificar a los perros que los esperan en
el siguiente depósito del monte Hooper.
Cuando llegaron el 9
de marzo no había perro alguno. El viento era tan fuerte que hacía casi
imposible arrastrar los trineos.
Scott ordena a
Willson repartir entre los hombres una dosis mortal de morfina. Cada uno recibe
30 cápsulas. Ninguno llegaría a utilizarlas.
El 16 de marzo la
tormenta les obliga a detenerse. Están a sólo 11 millas del siguiente depósito.
Allí sí hay perros, comida y combustible; pero no pueden dar ni un paso más.
Scott quería salir y morir caminando en el intento, pero no podía ponerse en
pie. Además, la situación de Oates era crítica. Una herida de bala, sufrida en
1901 durante la guerra de los Bóers, se había reabierto por el escorbuto. Y no
se abandonaba a un compañero.
Entonces, de nuevo la
gesta. La mañana del 17, el capitán de la Real Guardia de Dragones de
Inniskilling Lawrence Edward Grace Oates consigue ponerse en pie y calzarse.
Tarda una hora. Saluda a sus compañeros y pronuncia unas palabras que pasarán a
la historia:
- "Salgo,
tardaré en volver"
Ese mismo día cumplía
32 años.
Scott
escribe en su diario: "Por aquí
murió el capitán Oates, de los Dragones de Inniskilling. En marzo de 1912
caminó voluntariamente hacia la muerte, bajo una tormenta, para tratar de
salvar a sus camaradas, abrumados por las penalidades".
Pero el
sacrificio de Oates fue en vano. Los cadáveres de Wilson, Bowers y Scott fueron
encontrados ocho meses más tarde, el 12 de noviembre, en el interior de la
tienda.
Impresiona saber que el se encontraron 14 kilos de
muestras geológicas que Scott y Wilson recogieron (y portaron) hasta el final.
Este dato da idea de la grandeza de la gesta. Entre las piedras se encontró un
pedazo de carbón (hulla), que demostraba que la Antártida había tenido bosques
y un clima templado en el pasado. Era una prueba irrefutable de la teoría de la
tectónica de placas. Los desgraciados habían apuntado meticulosamente los datos
climatológicas hasta sus últimos días.
Esta dedicación al saber pudo costarles la vida.
Pero Scott ha pasado a la historia, tanto o más que Amundsen; y si bien hubo un intento de mancillar su memoria
a finales del siglo XX, en la actualidad pocos discuten su valía.
El equipo de búsqueda desmontó la tienda y cubrió
los cuerpos. Se dispuso un montículo de nieve para señalar el lugar, y una
cruz.
Luego, buscaron a Oates. Encontraron su saco de
dormir, pero no su cadáver.
En algún lugar descansa. El cuerpo incorrupto y
congelado.
Un inglés en el infierno blanco.
Antonio Carrillo.
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