La segunda década
del siglo XX fue testigo de varias catástrofes que afectaron al humano a nivel planetario. En 1918, por ejemplo, se desencadenó, con gran virulencia, la
plaga más devastadora (por número de muertos) de la historia de la humanidad:
la denominada "Gripe Española".
Según estimaciones
recientes, esta epidemia de gripe causó en 5 años la muerte de casi 100
millones de personas; un 5% de la población mundial (en lugares como China
falleció cerca del 50%).
Rostand, Max Webber, Apollinaire o Klimt fueron víctimas famosas de la pandemia.
Rostand, Max Webber, Apollinaire o Klimt fueron víctimas famosas de la pandemia.
Resulta curioso que
se le denomine (injustamente) "Gripe Española" por una cuestión de
libertad de prensa. Por entonces, España no participaba en la I Guerra Mundial,
y el gobierno español no censuró las informaciones periodísticas sobre la epidemia y su
alcance. El mundo conoció las primeras noticias del horror por las crónicas españolas.
Al parecer, las
muertes se debían a lo que se denomina "Tormenta de citocinas". Ante una infección, las células, que
detectan la presencia del virus, se ven inundadas por unas proteínas (llamadas
citocinas) que ordenan una respuesta autoinmune en ocasiones, por masiva, fatal. Esta respuesta defensiva del organismo se
manifiesta en fiebre alta, delirio, fatiga, inflamación y/o náuseas. A menudo,
la acumulación de células inmunes en los pulmones impide la entrada de aire y
provoca el óbito.
Nos mata, pues,
nuestro propio sistema inmunológico, enloquecido ante la amenaza del patógeno.
Es, por decirlo de alguna manera, un suicidio
biológico
Muy pronto se
intentó obtener una vacuna. Por ejemplo, en la prisión militar de la isla Deer,
en Boston, se llegó a un acuerdo con algunos presos: obtendrían el perdón si
sobrevivían a una serie de pruebas intrusivas, tales como inyectarles tejido
pulmonar infestado, exponerles a aerosoles o introducirles en la garganta
secreciones de moribundos.
A pesar de acciones
tan contundentes, ni uno sólo de los 62 voluntarios contrajo la enfermedad.
Desesperado, el médico de la prisión dispuso que un enfermo grave les tosiese
directamente a la cara. Nada.
Sólo se registró un caso, este sí, mortal.
Sólo se registró un caso, este sí, mortal.
Falleció el médico
del pabellón.
Hay una explicación
a este fenómeno: la gripe había sacudido a la población carcelaria unas semanas
antes. Todos los voluntarios, que habían estado expuestos al virus con
anterioridad, habían desarrollado una resistencia inmunológica a la enfermedad. Estaban vacunados.
La Gripe Española
no es el único ejemplo de enfermedad de la época. Hay un caso muy extraño que
comenzó en 1916 y que, en apenas diez años, mató a 5 millones de personas.
Hablo de la conocida como "encefalitis letárgica".
Hablo de la conocida como "encefalitis letárgica".
En Europa y América
miles de personas se quejaban de dolor de garganta y malestar general. Se iban a descansar,
y a la mañana siguiente no despertaban por sí solos. Lo extraño es que estos
enfermos contestaban a las preguntas, comían e iban al retrete; pero su actitud era
¿cómo decirlo? autista, ausente; y enseguida volvían a un letargo casi absoluto.
A cabo de unos meses, fallecían.
A cabo de unos meses, fallecían.
A finales de los
sesenta el neurólogo Oliver Sacks investigó con una sustancia nueva, la L-DOPA,
utilizada para el Parkinson. Los enfermos, entonces, despertaron de su letargo de décadas ¿Se lo
imaginan?
Se hizo una
película sobre esta historia extraordinaria: "Despertares", con Robert
de Niro y Robín Williams interpretando al enfermo y médico respectivamente.
Finalmente, los enfermos volvieron a su estado de letargo y jamás volvieron a
recuperar plenamente la consciencia.
Por cierto,
recientemente se ha postulado como causa de esta enfermedad la acción de un
estreptococo que afecta a la garganta. En algunos casos severos, con una bacteria mutada, el cuerpo
reacciona a la infección con una respuesta autoinmune desproporcionada.
De nuevo, al igual que sucedía con la Gripe Española, es nuestro sistema inmunitario el que provoca el daño.
De nuevo, al igual que sucedía con la Gripe Española, es nuestro sistema inmunitario el que provoca el daño.
Enfermedades
asombrosas hay muchas. Las más curiosas (e infrecuentes) suelen llevar un
nombre que empieza con "Síndrome de...". Por ejemplo, hay un tipo de anosognosia denominada Síndrome de Anton - Babinski.
Se trata de enfermos ciegos que no saben que lo son.
Se trata de enfermos ciegos que no saben que lo son.
¿Les cuesta
creerlo?
Estos enfermos de
ceguera cortical niegan su falta de visión, e intentan llevar una vida normal.
A menudo acuden al médico, porque no se explican el porqué de tanto tropezar con
objetos.
La anosognosia (vaya palabra) es una
enfermedad referida a pacientes que no tienen conciencia de sufrir una dolencia
y sus síntomas, incluidos ciertos casos de ceguera (como en el síndrome de
Anton) o parálisis.
La sinestesia, por su parte, es la
interferencia de diferentes sensaciones procedentes de los sentidos. Es decir,
el paciente sinestésico puede oler los colores, saborear la música o ver aromas. Su percepción de la realidad es asombrosa en su riqueza.
¿A qué se debe este
fenómeno? No estamos seguros. Es probable que en algún momento durante el desarrollo
fetal del cerebro se produzca un cruce en la sinapsis encargada de procesar las
informaciones sensoriales. Al parecer, todos los niños de menos de cuatro meses disfrutan
de un cerebro sinestésico por su inmadurez. También tienen un oído tonal perfecto.
Será casualidad.
Será casualidad.
Es, en todo caso, un fenómeno
fascinante, que afecta a una de cada cien personas. Suelen ser sujetos dotados
de una acusada sensibilidad artística, creativos y poseedores de una
memoria excelente.
¿Enfermos? Es discutible.
¿Únicos? Sin
duda.
En el llamado Síndrome de Charles Bonnet personas
mentalmente sanas, que no denotan una percepción de la realidad alterada (que no están locas),
experimentan alucinaciones visuales, a menudo de objetos complejos, dotados de
una gran vivacidad y pequeño tamaño. Ven un mundo de daimones y están perfectamente cuerdos. Por su parte, un paciente aquejado del Síndrome de la Mano Extraña (o Síndrome de Strangelove) sufre una mano
poseída e independiente, una extremidad que realiza todo tipo de acciones sin
que el paciente sea consciente de ello. Debe ser aterrador: de repente, tu mano
dibuja o realiza gestos por su cuenta.
Ahora que, para
extraño, el Síndrome de Cotard. Quien lo sufre cree estar muerto, con el cuerpo en descomposición.
Incluso cree (y percibe) oler a
podrido.
En definitiva, un artículo sobre la enfermedad (del latín in-firmitas: falta de firmeza) que guarda un mensaje para el final: ¡qué poco sabemos sobre nosotros mismos!
La complejidad de la mente y el cuerpo (una misma cosa, posiblemente) nos obliga a ser humildes. El propio organismo nos ataca, la mente divaga por universos oníricos inexplicables y apenas si tenemos respuestas.
Es, estarán de acuerdo, fascinante.
Somos fascinantes.
Antonio Carrillo
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