Hace pocas
semanas, tras publicar el artículo sobre Inteligencia Artificial, mi hermano
Carlos González me propuso con sorna que respondiera a un reto: el de encontrar
indicios de inteligencia, del tipo que fuese, en nuestro propio planeta.
Ello me hizo
pensar. Si tuviese que elegir, ¿qué logro humano propondría como hito de
nuestra especie? ¿Qué es lo más espectacular que hemos hecho?
Pensé en
catedrales góticas, en sinfonías y en el habla. El lenguaje matemático, la
técnica o las artes. De Altamira a la nanotecnología, los ejemplos se agolpan a
miles. Es difícil elegir.
Entonces pensé en
un sólo instante: la llegada del hombre a la Luna. Podía servir. Tras ese gesto
hay un sinfín de logros, de avances científicos. Era la culminación de un largo
viaje que comenzaba ¿con el jonio Tales y un eclipse? Seguramente antes, mucho
antes; con la mirada asombrada de los primeros humanos, atónitos espectadores
de las fases lunares, íntimamente ligadas con las cosechas y estaciones, con la
concepción de la vida humana, con tantos misterios para los que no había
respuesta.
El viaje... El
hombre tiene en el tránsito, en la búsqueda, la manifestación más clara de su
inteligencia. Somos animales curiosos, inquisitivos e inquietos. Si algo nos
define es nuestro afán explorador; somos frenéticos buscadores de respuestas.
Por consiguiente, pensé, si tuviese que elegir un logro humano me decantaría
por un viaje. Por el más lejano de todos.
Por el asombroso
logro de las sondas Voyager.
El viaje de las
dos naves Voyager es asunto que me tiene fascinado desde niño. Ambas fueron
lanzadas en 1977. Resulta curioso; a pesar de su nombre, la Voyager II inició
su viaje 16 días antes y, sin embargo, la Voyager I se encuentra en la
actualidad mucho más lejos. Ambas sondas debían explorar las zonas más
recónditas del Sistema Solar y, en efecto, sólo la Voyager II ha llegado a los
planetas más lejanos: Saturno y Urano. Ninguna otra nave ha llegado, estudiado
y fotografiado a estos gigantes gaseosos y sus fascinantes satélites. Por eso
lleva algo de retraso; se le pidió que echara un vistazo a estos dos astros. Y
a fe que mereció la pena el desvío.
Las Voyager,
idénticas ambas, pesan 815 kilos y disponen de una antena reflector Cassegrain
de 3,7 metros. Todavía emiten señales gracias a su generador nuclear, y a
diario transmiten información a la lejana Tierra. Le sorprenderá saber que
almacenan datos en una cinta digital de apenas 500 megabytes. Posiblemente, con
menos capacidad que su ordenador de casa. Al fin y al cabo, las viajeras portan
tecnología de hace 40 años. Y, sin embargo, las Voyager están muy bien hechas,
y han resuelto con absoluto éxito todos los retos a los que se han visto
expuestas. Sus magníficos sistemas redundantes reflejan una época de excelencia
en el diseño de la exploración espacial.
Estas dos
ancianas nos han aportado una ingente cantidad de información sobre nuestro
sistema. Han descubierto 21 nuevos satélites de los que no se tenían noticia,
han encontrado anillos en planetas, mundos helados y otros volcánicos. Las
Voyager son, a día de hoy, las principales embajadoras del género humano.
Portan un disco de cobre recubierto de oro con mensajes y diversos datos sobre
nosotros y nuestro planeta.
Gracias a ellas,
dentro de miles de millones de años, cuando ya no estemos, vagará por el
espacio un pálido reflejo de lo que fuimos: la música de Mozart o de Bach.
Las Voyager
viajan muy, muy rápido. La Voyager I supera los 61.000 kilómetros por hora
aunque, sin que se sepa muy bien el porqué, se está frenando muy lentamente. Es
un misterio, de tantos.
Las sondas están
equipadas con seis pares de propulsores (3 principales y 3 de reserva), pero
éstos tiene como función principal mantener el control del movimiento. No es
por el impulso de sus cohetes por lo que las Voyager son tan rápidas. La razón
de su velocidad es lo que las convierten en la máxima expresión del ingenio
humano.
Las Voyager se
aceleraron solas, progresivamente, en un baile de precisión asombrosa con los
planetas que visitaron. Para alguien como yo, incapaz de resolver una simple
raíz cuadrada, las Voyager, su fascinante viaje, es casi un milagro.
Me explicaré. Las
sondas se lanzaron en un momento muy especial, que sólo se da una vez cada 176
años; una rara alineación de los planetas permite que las naves se crucen en
una trayectoria de encuentro con todos los astros, que las impulsan a una
velocidad cada vez mayor. Es lo que se conoce como "asistencia
gravitacional".
Imagine una enorme mesa de billar. La Voyager II (la bola blanca) abandona la Tierra siguiendo una trayectoria que le lleva a encontrarse con el gigante Júpiter, una bola naranja que se mueve por el tapete, el 9 de julio de 1979. Explora el enorme planeta gaseoso y sus satélites y, aprovechando el tirón gravitacional del gigante, sale acelerada en dirección a Saturno, una bola verde. Llega al planeta de los anillos el 25 de agosto de 1981. Los científicos deciden entonces variar la trayectoria de la nave, y provocan que su tránsito por Saturno la desvíe y acelere en dirección al lejano e inexplorado Urano. Llega a la bola azul pálido de nuestro inmensa mesa de billar el 24 de enero de 1986. Por vez primera tenemos imágenes de un planeta que navega por el espacio "tumbado" ¿Cuántos cálculos habrán sido necesarios para hacer posible este encuentro entre masas en movimiento? Las Leyes de Kepler o Newton, 400 años más tarde, hacen posible este milagro.
De nuevo un tirón
gravitacional y un cambio en la trayectoria. La Voyager llega a Neptuno, una
bola de color azul intenso, el 25 de agosto de 1989. Los responsables de la
misión aprovechan para visitar Tritón, un extraño satélite con rotación
retrógrada y géiseres de 8 kilómetros de altura. Un lugar fascinante y frío.
Es el final. La
sonda Voyager II abandona el tapete de billar y se adentra en la oscuridad del
espacio, lejos de casa. Su gemela, la Voyager I, le lleva ventaja; en 1990
recibe una orden desde la Tierra: debe girar su cámara y tomar una fotografía
de lo que deja atrás. Es la primera imagen del Sistema Solar. La Tierra apenas
se adivina como un pale blue dot, un
punto azul pálido en expresión de Carl Sagan. Desde entonces, ambas sondas se
alejan. Olvidadas.
Muy de vez en
cuando las Voyager son noticia; pero ya sólo interesan a la comunidad
científica y a los aficionados a la astronomía. La página web de la NASA aporta
datos en tiempo real de la distancia a la que se encuentran, y desde hace unos
meses nos informaban de un dato significativo: los sensores de la Voyager I
perciben más radiación procedente del espacio profundo que del Sistema Solar.
Entonces, hace
unas pocas semanas, estalla la noticia; las Voyager despiertan de un letargo de
23 años. Los periódicos españoles reflejan titulares espectaculares.
Y falsos.
El 14 de
septiembre La Vanguardia afirma que "por
primera vez en la historia de la humanidad, una sonda espacial abandonó nuestro
sistema solar". El 19 de septiembre El Mundo se entusiasma: "después de una odisea de 36 años
viajando por el espacio, la nave Voyager 1 ha logrado cruzar la frontera de
nuestro Sistema Solar", y el 22 de septiembre el Diario ABC remata el
despropósito: "la NASA anunciaba por
fin oficialmente que, por primera vez en la historia de la exploración
espacial, una nave humana había conseguido salir del Sistema Solar para
adentrarse en el oscuro espacio interestelar".
Imagino a un
joven leyendo la noticia. Me molesta la falta de rigor, la búsqueda del titular
fácil, espectacular, vendedor. Se define del Sistema Solar sin tener la menor
idea de lo que se habla. Porque lo cierto es que las Voyager acaban de iniciar
su viaje a los confines de nuestro sistema.
Están apenas
abandonando la estación.
De nuevo emplearé
una analogía. Los astrónomos utilizan una unidad de medida para las grandes
distancias en el espacio: la Unidad Astronómica (UA). La UA equivale a la
distancia media entre la Tierra y el Sol; es decir,149.597.870.700 metros. Casi
150 millones de kilómetros.
Suponga que estoy
sentado en una mesa de un lugar extraño. Aquí la UA equivale a 1 metro. En un
extremo de la mesa una bombilla representa al Sol, y a un metro exacto nos
encontramos nosotros. Júpiter, por ejemplo, se encuentra a 5 metros de la
bombilla. Lo representa una silla algo alejada de la mesa. Neptuno, el planeta
más lejano, se sitúa a 30 metros de la bombilla. Hemos tenido que salir de la
habitación y clavar una baliza solar en el césped. Apenas se ve la luz de la
bombilla.
A 50 metros de
distancia encontramos una aglomeración de cuerpos helados que llamamos cinturón
de Kluiper. Plutón o Eris son enormes planetoides (Eris es mayor que Plutón).
Nos interesa este lugar, con más de 800 astros, tanto que hemos enviado una
sonda a explorarlo. Dentro de dos años será (fugaz) noticia la nave "New
Horizons", cuando el 15 de julio del 2015 se acerque a Plutón. Por el
momento, ya ha enviado alguna información de interés y acaba de fotografiar el
sistema Plutón/Caronte por vez primera. Pero esto no es noticia; aún no lo es.
¿Dónde se
encuentran las Voyager? Muy lejos; a más de 126 metros de la bombilla. Cuando
la Voyager nos envía un mensaje viaja a la velocidad de la luz, pero la
comunicación tarda ¡14 horas! en llegar a la Tierra. Es un lugar extraño, en el
que las radiaciones y las mareas de partículas procedentes del Sol apenas se
perciben. Nos acercamos a una intemperie en la que escuchamos el sonido del
cosmos. Llamamos heliopausa a esta frontera.
Observen estos
dos gráficos. El primero representa a la Voyager 1 y el segundo a la 2. ¿Ven la
diferencia? La 1 recibe mucha más radiación exterior (viento interestelar) que
interior. El encuento frontal de estas dos mareas de partículas provoca la aparición de un "Arco de choque" en la parte frontal del sistema solar (algo así
como un escudo) y una especie de "cola de cometa"
(heliocauda) en la posterior. Es un tema candente: los últimos descubrimientos
son de hace menos de dos meses.
Parece claro: la
Voyager 1 se encuentra fuera de la heliopausa. Pero, ¿dónde localizamos los
límites del Sistema Solar?
Dentro de miles
de años las Voyager llegarán a un lugar extraño. De repente, a unos dos
kilómetros de la bombilla, comienzan a aparecer grandes cuerpos helados. Son
más de cien billones de cometas; una nube inmensa, la nube de Oort, que rodea
por completo el Sistema Solar. Su límite exterior marca el final del Sistema
Solar, a 50 kilómetros de la bombilla.
Recuerde el dato: la Voyager I se encuentra hoy a 126 metros.
Pero entonces,
¿por qué se habla de "abandonar el Sistema Solar"?
Imagine el
titular: "la sonda Voyager muestra indicios de que ha sobrepasado la
heliopausa". Mejor aún: "los científicos esperan un cambio en la
dirección del campo magnético para certificar que la Voyager ha superado la
heliopausa". Imagino los bostezos. Es más fácil el titular explosivo, que
vendé periódicos. Al fin y al cabo, ¿a quién le importa una nube de cometas que
jamás veremos?
Y es una lástima.
Porque de lo que hablo es de nuestro hogar. Lo que somos (y seremos) comienza
con el conocimiento de nuestro entorno. Si se sabe explicar, el universo
resulta fascinante ¿Saben qué sucede si algo desestabiliza la frágil
estabilidad gravitatoria que mantiene la nube de Oort? Cientos de miles de
cometas "caen" hacia el Sol, provocando una lluvia potencialmente
peligrosa. El conocido como "bombardeo terminal", o algunas de las
extinciones masivas producidas a lo largo de miles de millones de años, pueden
tener su origen en tales y tan remotas regiones del Sistema Solar. También cabe
la posibilidad de que la vida tenga mucho que ver con compuestos de la química
orgánica resguardados en el interior de los cometas. Son especulaciones,
cierto, pero fascinantes.
En todo
caso, mucho más interesantes y ricas en matices que un puñado de titulares que
buscan el interés inmediato y un olvido rápido. En este preciso momento, hemos
detectado un objeto procedente de la nube de Oort, llamado 2010 WG9, que tiene
fascinada a la comunidad científica. No esperen oír nada de él.
Sospecho que
detrás de esta política informativa hay motivos crematísticos, incluso dentro
de la comunidad científica. Hace pocos años corrió el rumor de que el proyecto
"Voyager" se quedaba sin financiación. Sólo 10 personas trabajan en
el control y estudio de la misión, y ¿saben cuánto tiempo pueden conectarse a
las antenas terrestres para "conversar" con las Voyager? 38 segundos
a la semana.
Las Voyager están
amortizadas. Como estamos escasos de recursos, el dinero vuela hacia proyectos
de investigación "de actualidad". Y si pueden aportar imágenes, tanto
mejor.
Los científicos
implicados en la misión Voyager intentan mantener viva la llama de la
curiosidad. Unos titulares espectaculares pueden suponer millones de dólares en
financiación privada del proyecto. No es mucho lo que necesitan: las Voyager
suponen un gasto de 4 millones de dólares anuales.
Ajenas a todo esto,
las sondas se alejan. Hay una página de la NASA que muestra la distancia en
tiempo real. Viendo cómo transcurren los kilómetros, uno toma conciencia de la
velocidad a la que viajan.
Rumbo a las
estrellas.
Antonio Carrillo.
Fascinante la descripción de la aventura de las Voyager
ResponderEliminarGracias Antonio por este fantástico articulo.
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