Disfrutamos de un presente más cómodo; de sandías sin pepitas, de
maravillosas autopistas. De rosas sin espinas.
Y, sin embargo, me recuerdo de niño, uno más de cinco hermanos,
apaciguando los calores del verano con el rojo frescor de la sandía grande como
la luna, herida por pequeñas balas negras que escupíamos sobre un plato en el
centro. Las risas cuando no acertábamos, la búsqueda de la breve semilla de
entre la pulpa dulce. Afuera hacía calor, y papá dormía la siesta. El perro aguardaba
cerca que termináramos; pero era momento de estar todos juntos, arremolinados
junto a un cuenco que se llenaba de lágrimas negras.
De mayor, cuando conduzco, me gusta abandonar las monótonas rectas, todas
idénticas, de las autovías interminables. Un desvío inesperado me desgarra de
la civilización y me adentra en parajes nuevos, inexplorados.
Lugares que han estado esperándome, sin yo saberlo. Soy un hombre de carreteras
secundarias, que pronto se adornan de árboles, pequeñas pedanías e iglesias sin culto. Las autopistas no lo saben, pero converso entonces
con la piedra sobre el estruendo del que vengo. Por un momento me creo libre, puro.
Salvo. Aprendí que toda piedra esconde su propio silencio.
La autopista aguarda, paciente. Sabe que volveré, no tengo más
remedio, y conserva memoria de todos los que la abandonamos. Pero, ¿me permiten
un secreto?; a la vuelta siempre llevo conmigo una brizna de libertad.
Las rosas han soportado el embate de la genética, y muchas nacen
desnudas de espinas. Un ramo de rosas se ofrece, entonces, con el gesto
descuidado al que se han habituado margaritas y claveles. Pero las rosas fueron
orgullosas, en tiempos. Exigían respeto y cuidado. En una rosa las espinas
centraban nuestra atención y, calmados y seguros, dedos y miradas detenidos,
podíamos volcar nuestros sentidos en su fragancia adormecedora, en la perfecta
simetría de sus pétalos, siempre diferentes.
Conozco una Rosa con espinas. La conocí hace meses, en estos foros
que frecuento desde hace menos de dos años. Es una mujer fuerte, decidida,
valerosa. Tuvo la osadía de encauzar sus estudios por la senda de la historia y
las humanidades; una apuesta siempre de alto riesgo.
Es una mujer que lleva mucho tiempo sin trabajo, a pesar de su
excelente currículum. Me ha confesado, en ocasiones y por correo, su
desesperación. La entiendo. Su historia es la de una injusticia repetida; la
vergüenza de una sociedad que malgasta saberes y sensibilidades que son
imprescindibles. Rosa L. nos es tan necesaria como un banquero o un ingeniero
de caminos, porque la necesitamos para construir puentes que nos unan en
valores y aprendizajes. Porque su voz es la voz del tiempo. Porque si acallamos
la conciencia del humanismo lo que queda es el estruendo de lo inmediato. De lo
pragmático.
Rosa L. nos es útil porque su entorno es una biblioteca, un museo o
la universidad, templos todos. Porque sin ella, y otros como ella, sólo
tendremos autopistas.
Resiste Rosa. Aguanta los insultos, la osadía de los necios que se
atreven a culparte de tu mala suerte. Hace poco alguien le recomendó dejar
tanto humanismo e invertir en Bolsa. Rosa supo defenderse de tal ignominia;
pero transmitió cansancio.
Su derrota, la derrota de tantas personas como ella, simboliza el fracaso de una manera de ver la realidad,
alternativa y necesaria. Sin becas, bibliotecas o cultura caeremos en el páramo
de la desidia. Moriremos por falta de estímulo. De ideas.
Es fácil conducir en autovía. Y seguro. Pero los paisajes más
hermosos nos aguardan al final de un sendero distinto, de un camino pedregoso que nos
exige conducir más despacio.
Sólo entonces podremos asomarnos por la ventana a la inmortal luz
de la vida, reflejada en el pétalo de una rosa.
Antonio Carrillo.
Estoy de acuerdo
ResponderEliminarMuy lindas palabras!
ResponderEliminarPreciosa historia y muy bien escrita. Una parte de mí se identifica con ella. Yo no fui tan valerosa como la gentil rosa, pero mi espíritu se rebelaba, así que decidí abandonar la autovía para caminar por agrestes senderos; descalza, pero feliz.
ResponderEliminarMe ha encantado... Me he quedado con ganas de más. Seguro que hay una segunda parte con un buen final. ¡Ánimo a todas las Rosas!
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