En este blog hemos hecho mención a varias muertes
grotescas, como la del director de orquesta que falleció al golpearse con la
batuta, o la del famoso matemático que murió de hambre por negarse a comer,
víctima que era de una paranoia: caer envenenado.
Pero hay más muertes reseñables por su rareza;
como el caso de Arnaud, hermano de Montaigne, quien murió a edad temprana (27
años) por un desgraciado accidente jugando al tenis (el llamado "jeu de paume"). Hay familias
que no deberían practicar deporte alguno; el propio Montaigne estuvo a punto de
fallecer practicando la equitación.
En la antigüedad se acumulan las defunciones
absurdas: Dracon de Tesalia, legislador ateniense, fue asfixiado hasta la
muerte por el entusiasmo de sus seguidores en el teatro de Aegina. Murió bajo
el peso de cientos de capas que depositaron sobre él en señal de respeto. No
menos absurda es la muerte del dramaturgo Esquilo: un águila confundió su
lustrosa calva con una piedra, y le estrelló una tortuga en la cabeza.
En ocasiones, la buena praxis profesional puede llevar a la
muerte. Es el caso del abogado Clement Vallandigham; convencido como estaba de
que su defendido no cometió asesinato, se dispuso a demostrar ante el jurado
que era perfectamente posible disparar contra uno mismo estando arrodillado,
para lo cual utilizó una pistola descargada.
Pero la pistola sí estaba cargada, sí era posible
tal muerte accidental y, si bien Clement Vallandigham perdió la vida, ganó el
caso.
Otro abogado, de nombre Garry Hoy, intentó
demostrar a unos invitados que los cristales de su despacho eran irrompibles.
El mundo perdió a un entusiasta defensor de la arquitectura y la resistencia de
materiales, en una caída de 91 metros.
Mala suerte la de Carlos VIII, rey de Francia, un
hombre que apenas superaba el metro de estatura y que murió al golpearse la
cabeza con el dintel de la puerta. David Flannery, sin embargo, falleció siendo
justo ganador de un premio: "A ver quién
es capaz de estar más tiempo de pie en las vías de un tren mientras un
mercancías se acerca a toda velocidad".
Y es que la juventud resulta harto peligrosa en
su profusión de testosterona. David Grundman, de 27 años, tomó la determinación
de cortar cactus a base de disparos en el desierto. Entusiasmado tras conseguir
que un cactus pequeño cayera al primer disparo, se enfrentó a un cactus saguaro
centenario, de 7 metros de alto, que cayó sobre él y lo mató. Extraña forma de
morir en duelo.
Según narra la saga Orkneyinga, Sigurd el
poderoso retó al caudillo escocés Máel Brigte a un enfrentamiento: 40 hombres
por bando en el campo de batalla. A Sigurd no se le debían dar bien las
matemáticas, puesto que acudió con 80 hombres y ganó la contienda. Sin embargo,
el tramposo tuvo su justo castigo, puesto que ató la cabeza de Brigte a la
silla de su caballo y, mientras cabalgaba, el roce con los dientes de su
víctima le provocó una herida mortal al infectarse.
Hablando de cuentas: James Griffith, experto en
accidentes de paracaidismo y profesor de psicología en la Universidad de
Shippensburg, afirma que el 10 % de las muertes se producen por “no tirar” o
"tirar tarde" de la anilla. Y es que, afirma, a los seres humanos se
nos da fatal contar el tiempo. Será que uno cae desde un avión y se distrae
pensando en otra cosa.
Es importante que sepa que, según la centenaria
Ley Inglesa, es ilegal morir en el Parlamento británico. Además, en la ciudad
de York es perfectamente legal asesinar a un escocés dentro de las antiguas
murallas, pero sólo si el escocés lleva un arco y flechas. Son detalles que
conviene saber cuando uno viaja.
Muerte desgraciada la del juez de Atletismo
alemán Dieter Strack, de 75 años, quien falleció en Dusseldorf tras ser
alcanzado por una jabalina. A su edad ya longeva, y presuponiendo ciertos
problemas de vista, se lanzó a una meritoria carrera para medir la distancia
del lanzamiento. Fue alcanzado en el cuello por la jabalina.
Menos meritoria resulta la muerte del famoso
destilador de whisky Jack Daniel quien, al no recordar la combinación de su
caja fuerte, se dedicó a darle de patadas. Se lastimó el dedo gordo y murió por
la infección. Muerte tan absurda como la de Allan Pinkerton, creador de la
primera agencia de detectives del mundo. Murió por morderse la lengua en una
caída.
Pero pocas muertes tan estúpidas como la de Jennifer
Strange, mujer de 28 años de Sacramento, que murió reteniéndose las ganas de
orinar en un concurso de radio. Su cuerpo no soportó el exceso de agua, y
falleció por hiperhidratación.
El premio que hubiese conseguido: una consola
Wii.
Acabamos: François Faber fue un ciclista Luxemburgués,
ganador del Tour de Francia de 1909. No murió por causa de un accidente
ciclista; su muerte tiene un algo de entrañable.
Faber se encontraba en una trinchera el 9 de mayo
de 1915 en Carency, el frente occidental de la Primera Guerra Mundial. Recibió
entonces un telegrama en el que se le informaba de que su esposa había dado a
luz a una hija.
Faber, padre primerizo, empezó a aplaudir y
gesticular entusiasmado. Con ello, le descubrió su posición a un francotirador
alemán.
Y murió. Como tantos otros. Antes o después.
Inevitablemente.
Antonio Carrillo
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