En el crisol
de los sueños, Dios creó la vida.
Se afanaba
en un equilibrio sutil; plantas, bacterias y animales se agitaban en un todo
coherente, de una belleza sobrecogedora. El artesano de la vida cerraba los
ojos y dejaba que su intuición insuflara armonía donde antes gobernaba el caos.
No era
sencillo, siquiera para Dios. La vida es traviesa, juguetea con el orden,
improvisa alegre una sinfonía de colores y sonidos ingobernables. Es difícil
mantener sujeta tanta curiosidad.
En el
crepúsculo de la jornada, tras un arduo trabajo, Dios se asomó satisfecho a
contemplar su obra. Entonces, de su frente cayó una solitaria gota de sudor.
Dios
retrocedió, apenado. En el crisol de los sueños, de su cansancio, surgió la
breve figura de un animal, desnudo de pelo, que sudaba.
Este nuevo e
inesperado ser no quiso bailar la tenue danza de la vida.
Solo,
confuso, ajeno a lo que le rodeaba, el hombre se distrajo de toda la belleza
que lo envolvía y se afanó en encontrar, allá en lo alto, la mirada de Dios.
Pero Dios ya
no estaba.
Desde muy
lejos, tan sólo llegó el rumor de su voz, apagada por el cansancio y la
tristeza:
- "Qué
he hecho".
Antonio
Carrillo
¡Que bello!
ResponderEliminarSutil......ja ja
ResponderEliminarCreo que podríamos hablar de esta condensación durante horas......
Gracias Antonio.