miércoles, 3 de abril de 2013

Cuesta creerlo...



Dedicado a mi hijo Jacobo; mi mayor fan.


... pero un humilde ciudadano de Lepe fue rey de Inglaterra.


Juan de Lepe, marinero y bufón del monarca inglés Enrique VII, le ganó en una partida de naipes el derecho a gobernar un único día. Lo aprovechó bien, se enriqueció y volvió feliz a tierras Onubenses.

Este hecho, sin dudas sorprendente, está fehacientemente documentado. En Inglaterra llaman a Juan "The little King of England". Pero no siempre se puede uno fiar de lo que le cuentan.

 

 
Por ejemplo, los guías de la sala de conciertos de la Filarmónica de Berlín, profesionales por lo demás serios y formales como corresponde a tan egregio lugar, cuentan de un día en el que el flauta titular de la orquesta enfermó bruscamente, y fue sustituido por un colega a pocas horas del concierto. Sea por la falta de ensayos, o por ver en el atril la figura epatante del director Kárajan, lo cierto es que el músico tocó de espanto. Vamos, que no acertó una nota. Y, para más inri, en la obra el flauta tenía un protagonismo inusual; el pobre hombre no podía pasar desapercibido. Finalmente, del patio de butacas llegó fuerte un grito exasperado, impropio del celebérrimo estoicismo alemán:
 
"¡flautista, hijo de puta!"

Cuentan los guías que Kárajan interrumpió bruscamente el concierto y, dándose la vuelta, se dirigió a un público expectante, rompiendo con voz y mirada fiera un silencio atronador:

"¿Se puede saber quien ha llamado flautista a este hijo de puta?"

 



Uno podría verse tentado a no creer que algo así es posible; pero, como se suele decir, a menudo la realidad supera a la ficción. Pondré un ejemplo: el tercer emperador de la dinastía Qing, de nombre Shunzi, promulgó una ley inaudita; prohibió expresamente que las mujeres chinas alimentaran a sus padres con pedazos de su propio cuerpo. Acababa con una antigua tradición según la cual las hijas, con este sacrificio atroz, lograban curarlos de las peores enfermedades. Que algo así sucediera en un país tan avanzado como la China del siglo XVII resulta difícil de entender. Mujeres que se automutilan y cocinan su propia carne, que luego sirven a sus progenitores enfermos ¿Se lo imaginan?

 


El Quijote aconsejaba al viajero hacer lo que veredes; claro que, en ocasiones, tal consejo resulta difícil de llevar a la práctica. Así, y según una vetusta Ley inglesa en vigor (no derogada), todos los varones mayores de 14 años están obligados a practicar el tiro con arco al menos dos veces por semana. Este aprendizaje, establece la norma, se somete a la supervisión del clérigo de la parroquia. Sin embargo, he vivido un año en Londres y puedo testificar que los hombres ingleses no abarrotan las explanadas de Hyde Park armados de arcos, flechas o ballestas. Tampoco he observado a los ministros de la iglesia anglicana ejercer de entrenadores de tan sano divertimiento.

No imagino a mi amigo Peter Maude, antropólogo y periodista de la BBC, mejorando la puntería en el cuidado y florido jardín de su casa. Lo he visto a menudo con un saxofón, tocando jazz, pero nunca con un arco.





Sin embargo, nunca está de más conocer la idiosincracia de los pueblos que se visitan. En Grecia, por ejemplo, se escupe tres veces ante un bebé especialmente rollizo y hermoso, como símbolo de buena suerte. Una madre desconocedora de tal hábito puede ofenderse ante gesto tan noble. Y, sin embargo, es tan habitual que, por ejemplo, durante la ceremonia del bautismo los padrinos, y el mismo sacerdote, escupen tres veces para alejar a los demonios. (Seamos justos: hacen el gesto y reproducen el sonido, pero no suelen adornar templos, calles ni rostros con salivazos).

 

Hemos citado a varios clérigos involucrados en prácticas inusuales e impropias. Un ejemplo paradigmático de desatino eclesiástico lo tenemos en los sucesos acaecidos con el Papa Formoso I. Este pontífice fue acusado de perjurio por su sucesor, Esteban VI. Claro que, para entonces, el pobre Formosio llevaba nueve meses enterrado. Esto no fue óbice ni detuvo el ansia de justicia de Esteban, que ordenó exhumar el cadáver, engalanar la momia con las vestimentas papales y juzgarla en acto público. Formosio (lo que quedaba de él), que optó por una callada defensa, fue declarado culpable. Era de esperar. Lo despojaron entonces de sus ricas vestimentas, le amputaron los esqueléticos dedos de la mano derecha (para que no pudiese dar mas bendiciones) y, con el tiempo, arrojaron su cuerpo al Tiber. Un pescador rescató su cadáver, y hoy descansa en el Vaticano.

Cuesta creer una historia así; pero es que el animal humano, en su costumbre y naturaleza, resulta, a menudo, imprevisible de tan variado. El ejemplo más extremo de naturaleza fascinante lo tenemos quizás en Adam Rainer, un austríaco nacido a inicios del siglo XX.

 


Adam fue un enano gigante.

Verán, con 21 años Rainer padecía de enanismo, y sólo alcanzaba la estatura de 1,18 metros. Pero entonces, y sin que se conozcan las causas, Adam comenzó a crecer, y 10 años después medía 2.18 metros ¡había crecido un metro en 10 años! Cuando murió, en 1950, medía 2,34.

Aparece, claro está, en el libro Guinness de los récords como la persona adulta cuya estatura más ha variado.

Cuesta creerlo, una vez más. Pero es cierto.

La vida está repleta de asombros. Sólo por eso, Jacobo, merece la pena vivirla con los ojos bien abiertos.

Porque sólo se vive una vez.

Antonio Carrillo

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