En 1932, Berthold Brecht escribió un
maravilloso poema:
"De
todos los objetos, los que más amo
son
los usados.
Las
vasijas de cobre con abolladuras y bordes aplastados,
los
cuchillos y tenedores cuyos mangos de madera
han
sido cogidos por muchas manos.
Éstas
son las formas
que
me parecen más nobles.
Esas
losas en torno a viejas casas,
desgastadas
de haber sido pisadas tantas veces,
esas
losas entre las que crece la hierba,
me
parecen objetos felices.
Impregnados
del uso de muchos,
a
menudo transformados, han ido perfeccionando sus formas
y se
han hecho preciosos
porque
han sido apreciados muchas veces.
Me
gustan incluso los fragmentos de esculturas
con
los brazos cortados. Vivieron
también
para mí. Cayeron porque fueron trasladadas;
si
las derribaron, fue porque no estaban muy altas.
Las
construcciones casi en ruinas
parecen
todavía proyectos sin acabar,
grandiosos;
sus bellas medidas
pueden
ya imaginarse, pero aún necesitan
de
nuestra comprensión. Y, además,
ya
sirvieron, ya fueron superadas incluso.
Todas
estas cosas me Hacen feliz."
Pocas cosas son más útiles que un poema.
Tergiversa inteligente la realidad, dotándola así de sentido, escudriñando
entre sus rincones aromas que creíamos olvidados.
Todo poema tiene un algo de recuerdo, un
mucho de des-velo. Como leí hace poco, en versos de Igarzábal (gracias,
Claudio):
"Empezá
fijándote
en
las cosas chiquitas
que
hay a tu alrededor,
los
detalles son deliciosos,
no te
olvides:
que
el bosque
no te
tape el árbol."
Vivimos en una realidad de hormigón armado.
A menudo percibo frío en cosas y seres, como si nosotros mismos, nuestra vida y
nuestra aldea, fuésemos producto no de los arrebatos del alma, sino de una
inmensa cadena de montaje. Siempre previsible, aséptica y segura. Albergados en
hormigón, prisioneros del mismo, no nos llegan aromas ni sonidos. Y todo
transcurre bajo la dictadura de la caducidad. Nunca fuimos tan jóvenes y, por
consiguiente, tan inseguros. Tenemos la edad que marca la matrícula de nuestro
vehículo, y todos los años sale un teléfono móvil nuevo, más grande y capaz.
Sin embargo, y al arrullo del poema...
Me gustan las cosas usadas, como a Brecht.
Me hacen sentir como soy: imperfecto, diferente e imprevisible. La artesanía es
una forma de sentir palpitar la vida a un ritmo más calmo, menos exacto. Ni
siquiera yo soy inmortal, ni seré joven siempre, aunque lo olvide a menudo.
Espero ser capaz de entenderlo antes de que sea demasiado tarde; antes de que
la vida se me escape de entre las manos.
Los gitanos, decía Lorca, escriben su
historia sobre las arenas de la playa. La marea las borra, es cierto; pero ello
les obliga a escribir todos los días en un devenir deambulante. En eso consiste
vivir: todo amanecer es distinto.
Tengo un reloj, ¿sabe? Tiene cincuenta
años. Es en apariencia muy sencillo; apenas sirve para dar la hora. El
mecanismo que se agita en su interior, sin embargo, es una máquina suiza de una
complejidad fascinante. No funciona con pila alguna; sólo debo darle cuerda
antes de dormir. Los engranajes, eslabones, joyas y espirales ocupan un mínimo
espacio en su universo circular, sujeto a mi muñeca. Decenas de piezas
diminutas ensambladas a base de imaginación e inventiva humana. Su sonido es
rotundo; como el disparador de una vetusta máquina fotográfica.
Las cosas usadas se saben, ellas mismas,
únicas e insustituibles. Están empapadas de huellas y usos, embebidas con años
y acentos. Han visto muchas lluvias, siempre distintas, y ello les confiere un
poso de sabiduría. Es algo difícil de explicar si no es con un poema. Pero
lector: sabe que tengo razón. Usted también lo ha percibido alguna vez.
Tengo un reloj, decía. Lo heredé de mi
padre. No es tan exacto como un reloj de cuarzo. Además de tomarme la molestia
de darle cuerda, una vez al mes reajusto los minutos. No me importa.
Se parece a mí. A decir verdad, yo tampoco
soy demasiado exacto. Mis ritmos vitales dependen de factores externos e
internos, como la primavera, el ánimo, la salud o el tiempo atmosférico. Como
mi reloj, a menudo necesito de un empujón para seguir en marcha; un beso del
hijo cuando me cree dormido, el agradecimiento de un lector o la mirada de un
amigo. El olor de la piel de mi esposa. Soy una maquinaria maravillosa, la más
compleja del universo; pero tampoco funciono a pilas.
Tengo un reloj suizo de los años sesenta,
insisto en ello. Mi padre me lo dio años antes de dejarme; quiso que lo
disfrutara. Lo he limpiado, y le he cambiado dos veces la correa; pero no
necesita apenas mantenimiento. Es robusto y fiable. Y elegante.
Me dirán: ¡claro; afortunado tú, que has
heredado un reloj antiguo, un Omega chapado en oro! ¡No todo el mundo tiene tal
fortuna!
Contesto: tengo un reloj vintage a cuerda, cierto, pero dos
hijos.
La semana pasada pasee por unos pasadizos
de la Calle Carretas, en el centro de Madrid. Hay
varios establecimientos de relojería. En uno de ellos encontré un reloj suizo Certina chapado en oro, con un maravilloso mecanismo Certina Kurth Fébres, calibre 28-10, que me permite datar el reloj hacia 1955. Es por consiguiente muy antiguo; no tiene segundero. Pero su maquinaria de 17 rubíes es extremadamente resistente y fiable. Funciona a la perfección, y lo seguirá haciendo durante otros cincuenta años.
Les dije que, por supuesto, no tenía prisa.
varios establecimientos de relojería. En uno de ellos encontré un reloj suizo Certina chapado en oro, con un maravilloso mecanismo Certina Kurth Fébres, calibre 28-10, que me permite datar el reloj hacia 1955. Es por consiguiente muy antiguo; no tiene segundero. Pero su maquinaria de 17 rubíes es extremadamente resistente y fiable. Funciona a la perfección, y lo seguirá haciendo durante otros cincuenta años.
El estado de la esfera no era bueno, por lo
que lo llevé a la Antigua Relojería de la cercana Calle de la Sal; un
establecimiento que lleva abierto desde 1880 y por el que suelo pasarme a
curiosear. Está situado en un lugar hecho de tiempo y piedra, junto a la Plaza
Mayor. Acordé con el relojero que lo sometería a un tratamiento de limpieza
con ácido y encerado. Con esta actuación y un cristal nuevo, el reloj estará
como para estrenarlo. Falta mucho para tenerlo listo; me han dicho que pregunte
por mi reloj dentro de un mes.
Les dije que, por supuesto, no tenía prisa.
Ahora la cuestión que se estarán
preguntando: ¿cuánto cuesta un capricho de este tipo?
El Certina antiguo me costó 70€, y la
reparación vendrá a costar unos 80€ en total, correa de piel incluida,
posiblemente menos. Esto significa que, por menos de 150€, puede llevar en la
muñeca un reloj de precisión suizo perfectamente restaurado, como nuevo. Los he
visto en joyerías por 1.200€. Es una barbaridad. En Carretas vi Omegas o
Longines ya restaurados por 200€. En internet se encuentran ofertas por menos de 100€
Cualquier reloj con movimiento de cuarzo
japonés cuesta este dinero, sino más. Un Casio, Lotus, Festina, Fossil... con
un diseño elegante y resistentes al agua rondan los 250€. Con un problema
añadido: hace unos meses cambié el cristal de un reloj de diseño Breil en la
casa oficial, y me cobraron 70€. ¿Saben cuánto cobran en la Antigua Relojería
por cambiarle el cristal a mi Omega? 10€. Los relojes de cuarzo tienen otro inconveniente: pierden la estanqueidad con el primer cambio de pilas. y las averías no suelen tener arreglo.
Omega, Longines, Certina... son máquinas
precisas y preciosas. Su tratamiento de chapado en oro es cuatro veces más
grueso del que se acostumbra a hacer hoy en día; será difícil que la caja
pierda brillo dentro de 100 años. Conviene limpiar y engrasar el mecanismo cada
cierto tiempo; fundamentalmente si el reloj pierde precisión. Pero este
servicio cuesta unos 40€.
Los hombres tenemos pocos elementos para
distinguirnos. No es cuestión de snobismo, sino de "ideología
estética". Tengo otros relojes para acudir a la piscina, y confieso un
cierto "torpe aliño indumentario".
Pero escribo (mala) poesía con una preciosa pluma, a la que debo cambiar el
cartucho de tinta y limpiar la boquilla de vez en cuando; y mi reloj es de cuerda.
Mi madre se lo compró a mi padre en Suiza cuando empezaron a ser novios.
Desde entonces, y con este sencillo gesto, el reloj no tendrá precio.
Y cuando mi hijo, dentro de muchos años, se
encuentre en la duermevela de su anochecer, escuchará el sonido de la
maquinaria suiza desde la mesita de noche. Y quizá piense en su padre.
Mi madre se lo compró a mi padre en Suiza cuando empezaron a ser novios.
A mi hijo mayor le regalaré el Certina
cuando sea un hombre y comprenda su significado. Seguramente ordene grabar en la tapa algo
así como "papá y mamá".
Desde entonces, y con este sencillo gesto, el reloj no tendrá precio.
O mejor aún, en su propio hijo.
Que heredará un reloj usado.
Antonio Carrillo.
Hola señor Antonio tengo interés de comunicarme con usted, se me acaba de perder un reloj omega con rubíes como el que comenta y me gustaría comunicarme con una persona a que sepa sobre ese reloj
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