Partamos de
lo más simple: la expresión "Inteligencia Artificial (I.A.)" es una
paradoja, un oxímoron acaso; un absurdo en sí mismo. "Inteligencia" y
"artificial" son dos palabras que no deben ir juntas. Es algo que no
tiene sentido.
Y ello
porque la inteligencia es función inefablemente orgánica, de base biológica. La
inteligencia es la expresión más sutil de ese larguísimo camino que llamamos
evolución. La naturaleza, la vida, ha necesitado 4.000 millones de años de
intentos, fracasos y acercamientos para, finalmente, crear algo tan maravilloso
¿Alguien nos
cree capaces de replicar este proceso ex
Novo? ¿En unas pocas décadas? ¿En siglos?
La respuesta
es obvia: ¡si ni tan siquiera hemos sido capaces de crear vida unicelular en un
laboratorio! Podemos recrear las condiciones de la Tierra primigenia, utilizar
aceleradores, insuflar energía al caldo resultante... y lo único que obtenemos
son aminoácidos ¿Proteínas? No. Y mucho menos ADN.
Por
consiguiente, ¿no sabemos fabricar ladrillos y pretendemos levantar un
rascacielos de hormigón y cristal? Tal empeño no tiene lógica.
Simplemente,
sabemos muy poco del cerebro. Y no es extraño: hablamos de la estructura (que
sepamos) más compleja del universo.
Dentro de su
cabeza, lector, resguardado en la oscuridad del cráneo, hay un universo entero
casi inexplorado. Un misterio, por el momento, irresoluble en su mayor parte.
Se ha avanzado mucho en los últimos 50 años, pero apenas estamos empezando a
desbrozar los contornos del problema.
La I.A. se enfrenta, pues, a un primer problema de hardware. Las redes neuronales artificiales no se acercan, ni de lejos, a la complejidad real producto de la sinapsis cerebral. En números, disponemos de cien mil millones de neuronas que establecen una red inmensa, con cien billones de conexiones. Son números inabarcables, inasumibles e imposibles de duplicar. Pero la grandeza del cerebro no está en los números, sino en su funcionamiento. Estas conexiones no permanecen inamovibles; el cerebro es muy dúctil, maleable, y constantemente rehace la red neuronal desconectando en un punto y conectando en otros. Es lo que hace un bebé durante los primeros meses de vida, cuando cambia sustancialmente su estructura cerebral.
Por consiguiente, el número de combinaciones en una red que se reconfigura por sí misma es... infinito.
Este fenómeno de la sinapsis no se puede emular de ninguna de las maneras si no es desde un proceso evolutivo de base biológica. Y sabemos tan poco... No disponemos de un método de análisis funcional directo. No podemos "ver" cómo funciona el cerebro en tiempo real, y por tanto sabemos muy poco del mismo. ¿Cómo?, se me dirá ¿Acaso no se realizan Tomografías de Positrones o Resonancias Magnéticas funcionales? Sí, pero estas pruebas sólo miden los cambios en el flujo sanguíneo del cerebro. Son, por consiguiente, métodos de diagnóstico indirecto que no son fiables respecto de la funcionalidad real del órgano. Y más teniendo en cuenta que en el cerebro las conexiones varían en cuestión de micrones. Un área (amplia) del cerebro puede recibir más sangre en previsión de que va a ser necesaria su intervención en un futuro próximo; no lo sabemos. Todo son especulaciones.
¡No tanto!,
se me discutirá. Al menos sí sabemos que el cerebro está organizado de una
determinada manera. Hay zonas dedicadas al lenguaje, otras (muchas) al sentido
de la vista, algunas a planificar el futuro... El cerebro es previsible e
inamovible al menos en su estructura ¿O no? La ductilidad cerebral es tan enorme
que depara sorpresas incluso en lo que damos por obvio. Creo que lo explicaré
con un ejemplo:
¿Qué pasaría
si le cortasen el cerebro por la mitad? Que me moriría, pensará una mayoría ¿y
si le digo que sobreviviría? Vale, pero sería un vegetal, o un discapacitado
severo. ¡Medio cerebro, todo un hemisferio!
Se denomina
hemisferectomía la operación por la que se vacía un hemisferio cerebral. Pues
bien: si esta operación (para tratar una epilepsia incurable) se realiza en una
edad temprana, con el cerebro hirviendo de agitación neuronal, con siete años
aproximadamente, el niño no sólo no muere, sino que tampoco sufre secuelas
graves. El niño con medio cerebro hablará, comerá, resolverá problemas
matemáticos y sabrá leer. Terminará sus estudios en la universidad. Será un niño (casi) normal ¿Cómo es posible?
El secreto
está en la ductilidad cerebral. Con esa edad, el cerebro utilizará todos sus
recursos para reconfigurar su forma, de tal manera que optimice el espacio y
pueda realizar todas las funciones que se le exigen. Este ejemplo nos obliga a
revisar la férrea (e inamovible) organización cerebral.
Hay otro
ejemplo. Los neurólogos descubrieron que la incidencia del Alzheimer era menor
en personas que realizaban una tarea intelectual a una edad avanzada. Había
catedráticos eméritos en activo, escritores que seguían publicando o,
simplemente, jubilados que aprendían un nuevo idioma, jugaban al ajedrez o
realizaban crucigramas. Este ejercicio cerebral diario y constante bajaba
significativamente la incidencia de la enfermedad.
Pues bien:
lo importante de este fenómeno se ha sabido hace relativamente poco. Tras
realizar autopsias a fallecidos que respondían a este perfil, hemos descubierto
que sus cerebros sí estaban afectados por la enfermedad. Sí tenían (estaban
enfermos de) Alzheimer, sólo que no mostraban síntomas ¿Cómo es posible?
La respuesta
está en lo que los neurólogos denominan "reserva cognitiva". Un
cerebro entrenado y vigoroso se caracteriza por la redundancia, por las muchas
alternativas que presenta ante cualquier reto. Esta capacidad permite
"sacrificar" ciertas áreas neuronales sin que apenas tenga
consecuencias. En definitiva, la organización cerebral es menos importante que
la flexibilidad y frescura sináptica. Los ejemplos expuestos son definitivos.
El cerebro "se mueve", está vivo. No es ni podrá ser jamás una
máquina.
Los informáticos pueden idear estructuras que imiten la forma y funcionamiento de una red neuronal, pero su plasticidad es imposible de replicar. A la naturaleza le ha llevado millones de años conseguirlo. El asunto es de tal importancia que nuestro cerebro no está hecho sólo de neuronas. Es más: hay unas células diez veces superiores en número, las llamadas células Glia. ¿Su función? Entre otras, dividir las neuronas en "grupos organizados", facilitar que esta organización se pueda reconfigurar y rellenar los huecos que genere esta actividad de cambio y exterminio. Se mueren neuronas constantemente, a miles. Es un sacrificio necesario en aras de la plasticidad.
Pero aún hay
más. El cerebro humano presenta una eficiencia energética asombrosa. Tanto es
así que, en ocasiones, no parece obedecer las mismas leyes de la termodinámica.
Una vez más, lo explicaremos con un ejemplo:
El
ajedrecista Kasparov se enfrentó en 1996 y 1997 a un superordenador diseñado
por IBM: Deep Blue, un monstruo de 12 toneladas, capaz de calcular 200 millones
de movimientos por segundo. Es decir, calculaba en un único segundo más
posibilidades que Kasparov en toda su vida. Kasparov venció en el
enfrentamiento de 1996 por 4 a 2, y perdió el de 1997 por 3,5 por 2,5, tras una
agria controversia: Kasparov acusó a los programadores de hacer trampas en la
segunda partida.
Este
enfrentamiento daría para hablar largo y tendido sobre la inteligencia humana y
la artificial, pero permítanme detenerme en un aspecto que pasó desapercibido.
Los informáticos de IBM tenían que enfrentarse al serio problema del
sobrecalentamiento de Deep Blue. Todos sus microprocesadores y chips alcanzaban
temperaturas altísimas cuando se enfrascaban en la tarea de computar 50
millones de posibles movimientos de media por turno. Hicieron falta enormes
ventiladores para disipar el calor (energía) generado.
Enfrente, un
humano. Alguien tuvo la idea de monitorizar la actividad metabólica de
Kasparov. Mientras jugaba su temperatura corporal no subió ni medio grado.
Tampoco se detectaron alteraciones en el ritmo cardíaco, presión arterial,
frecuencia respiratoria o sudoración. Nada. La "máquina Kasparov"
demostró una eficacia energética inexplicable. Desde una perspectiva entrópica es algo así como un misterio. El misterio de la vida.
Dos humanos
aportan dos microscópicos gametos, dos células haploides, y de esta nimiedad se
genera algo como Kasparov. Como usted. Francamente, es asombroso. E imposible
de replicar.
Se le llama
haploide a la célula que sólo aporta la mitad del cromosoma. la genética
también juega un papel en la inteligencia: nuestra estructura cerebral está
condicionada filogenéticamente, desde antes de nacer. Hay, por consiguiente,
una predisposición innata a desarrollar estructuras que permiten adquirir el
habla, razonar o desarrollar una consciencia. Este programa, encriptado en los
genes, es, una vez más, producto de miles de millones de años de evolución. Es
un fenómeno, de nuevo, que no podemos replicar ni tan siquiera imitar. Entre
otras razones, porque es más lo que desconocemos que lo que sabemos. Sólo ahora
estamos comenzando a estudiar la importancia de los reflejos primitivos que
heredamos de nuestros progenitores; rasgos que, si no se desarrollan
normalmente, interactúan con nuestra cognición y nuestra psique.
Pero la cosa
no acaba aquí. Hay otro factor a tener en cuenta: la mayoría del ADN que porta
su organismo no es humano. Ni tan siquiera es animal. usted está invadido en
cada célula por un ADN antiquísimo, heredado de su madre, y que resguarda en
unas protobacterias llamadas mitocondrias. ¿Para qué necesitamos este código
genético distinto (ajeno) al que guardamos en el núcleo? No estamos seguros.
Preguntas,
preguntas, preguntas... Tenemos más preguntas que respuestas. Por si todo lo
expuesto fuera poco, las últimas corrientes de investigación en neurociencia
parecen demostrar que la inteligencia (la inteligencia, la cognición, lo que
sea que nos defina como humanos) no se circunscribe al Sistema Nervioso
Central. La prueba de su carácter eminentemente orgánico la tenemos en el
sistema endocrino, el sistema nervioso periférico o en órganos que también
participan en los sentidos. La inteligencia es conciencia de un entorno (un
hábitat) en el intentamos sobrevivir y dejar descendencia, maximizando los
recursos a nuestro alcance. Pero para ello la percepción del ecosistema
(también cultural en el hombre) es primordial.
Si
informáticos e ingenieros quieren apenas llegar a rozar la inteligencia,
deberían empezar por lo más básico. ¿Qué herramienta utiliza el organismo
humano para percibir, por ejemplo, el sonido? Resulta que hay un diminuto
caracol dentro del oído llamado "cloquea" de una complejidad que
apabulla. Al final de este artículo dejaré un enlace a un artículo por si
quieren saber algo más de esta maravilla. ¿Cómo vamos a desarrollar una inteligencia
artificial si no somos capaces de alcanzar el grado de sutileza de la cloquea?
Neurólogos como Antonio Damasio postulan además que hay un continuo diálogo cuerpo/cerebro, tan intenso que ya no hablamos de una dualidad, a la manera de Descartes, sino de una misma cosa. No bastaría con diseñar un ordenador con un trasunto de redes neuronales; habría que inventar algo que hiciera la función de un sistema nervioso autónomo, con la glándula tiroides, los nervios esplácnicos, o ganglios como el celíaco o el mesentérico. Un mal funcionamiento de esos nervios o glándulas tiene efectos en riñones, corazón, sistema digestivo y, en general, en el organismo como un todo. Es bien sabido. Y todo ello cambia la estructura misma de la red neuronal a un nivel microscópico. Una enfermedad de tiroides afecta a la personalidad. ¿Cómo podemos siquiera esbozar un patrón de algo tan complejo?
Neurólogos como Antonio Damasio postulan además que hay un continuo diálogo cuerpo/cerebro, tan intenso que ya no hablamos de una dualidad, a la manera de Descartes, sino de una misma cosa. No bastaría con diseñar un ordenador con un trasunto de redes neuronales; habría que inventar algo que hiciera la función de un sistema nervioso autónomo, con la glándula tiroides, los nervios esplácnicos, o ganglios como el celíaco o el mesentérico. Un mal funcionamiento de esos nervios o glándulas tiene efectos en riñones, corazón, sistema digestivo y, en general, en el organismo como un todo. Es bien sabido. Y todo ello cambia la estructura misma de la red neuronal a un nivel microscópico. Una enfermedad de tiroides afecta a la personalidad. ¿Cómo podemos siquiera esbozar un patrón de algo tan complejo?
Al final
estamos encerrados en una paradoja: si queremos comprender el cerebro,
necesitamos que sea más simple (accesible); pero con un cerebro más sencillo no
tendríamos la capacidad intelectual para desentrañarlo.
En los años
60 y 70 pensamos que estábamos cerca de conseguir la Inteligencia Artificial.
Se me ocurre un ejemplo que lo ilustra: la ciencia ficción de finales de los
setenta tiene como protagonista absoluto la inteligencia artificial:
replicantes en Blade Runner, Hal
9.000 en 2001 una odisea en el espacio,
los robots de Star Wars, el autómata
de Alíen...
En fin, no
se han cumplido las previsiones. De hecho, la Inteligencia Artificial apenas ha
conseguido avances significativos en 20 años. Y ello a pesar de la progresión
en capacidades de procesamiento o memoria. Una nueva familia de materiales
superconductores promete importantes avances en este sentido, así como en la
conocida como Inteligencia Computacional (IC), que procura salvar la rigidez
del algoritmo heurístico utilizando mecanismos adaptativos (Véase “sistemas
difusos”, “Computación Evolutiva” o la “Inteligencia de enjambre”. La última
tiene que ver con el estudio de sistemas colectivos complejos, como los
hormigueros o las colmenas).
¿Se dan
cuenta? Por el momento, sólo hemos analizado la forma. ¿Qué pasa con el fondo,
con el software? Mucho; pero tranquilos, en lo que sigue seré breve.
El ESP de mi
vehículo podría parecer inteligente. En cuestión de microsegundos calcula
multitud de parámetros para evitar que el vehículo derrape. Un ejemplo mejor
sería el vehículo "Curiosity", que en la actualidad recorre el suelo
marciano. Este ingenio tiene un "Sistema Operativo en Tiempo Real
(SOTR)", que le permite adaptar su funcionamiento a los imprevistos que pudieran
surgir. Esta adaptabilidad, ¿no es sinónimo de inteligencia?
Una
característica de cualquier SOTR es su previsibilidad en la asignación de
tareas. El Curiosity se desviará de su ruta si es necesario y escogerá el
camino más fácil para cumplir su misión y no correr riesgos. El ESP cumplirá
también con su función de asegurar una buena trazada en la conducción bajo
determinadas circunstancias.
Yo, ser
humano, soy imprevisible. Incluso para mí mismo. Es más, puedo optar por
decisiones que pongan en riesgo mi integridad física.
Imagine: soy
un joven de 20 años y pretendo impresionar a una muchacha con mis dotes como
conductor. Para ello, ejecuto una serie de derrapes que hacen que fluya la
adrenalina por nuestras venas. Antes, he tenido que desconectar el ESP del
vehículo. ¿Por qué hago algo así? No parece un comportamiento precisamente
inteligente.
La
motivación principal para todo ente vivo es la supervivencia y la transmisión
de su carga genética (procreación). Se sorprendería si analizara cuántas de
nuestras decisiones tienen como trasfondo algo tan básico. La hembra buscará a
un macho que cuide de su progenie y aporte buenos genes; el macho se fijará en
hembras con signos de fertilidad y facilidad para el parto. Todo el sistema que
hemos analizado antes, de tanta complejidad y belleza, a cargo de un fin
simple: perpetuar la especie.
Ha habido
homíninos, inteligentes como nosotros, que no han sobrevivido. Dominaban el
fuego, tenían cultura lítica (que posiblemente copiamos) y, quizás, hablaban y
enterraban a sus muertos. Tenían un sentido trascendente de la existencia.
Tenían consciencia. Y desaparecieron. Sobrevivir no es tarea fácil, y la
inteligencia es una herramienta para adaptarnos a los imponderables que puedan
surgir y buscar alternativas a los desafíos que plantea la vida. Todo ello con
una espada de Damocles permanente: la plena conciencia de nuestra propia muerte
como seres finitos. El tiempo se vuelve, entonces, algo subjetivo, y los
sentidos que nos enlazan con lo que nos rodea ayudan a que pongamos en común
con otros cerebros, igual de complejos, un criterio de actuación que da sentido
a la vida. Empezando por unas mismas reglas de juego.
Tiempo y
compartir. Trascender ¿Recuerdan las últimas palabras del replicante Roy Batty
de Blade Runner?
“I've
seen things you people wouldn't believe.
Attack
ships on fire off the shoulder of Orion.
I
watched c-beams glitter in the dark near the Tannhäuser Gate.
All
those moments will be lost in time,
like tears in rain.
Time
to die.”
"He visto cosas que vosotros no
creeríais.
Atacar naves en llamas más allá de
Orión.
He visto brillar rayos C en la
oscuridad,
cerca de la puerta de Tannhäuser.
Todos esos momentos se perderán en el
tiempo,
Como lágrimas en la lluvia.
Es hora de morir."
¿Qué es
inteligencia? Esto es inteligencia. Y estamos a años luz de replicarla.
Por cierto;
este diálogo no aparecía en el guión original. Fue una improvisación del propio
actor, Rutger Hauger. Un humano
El problema
no es que el Curiosity sea o no capaz de sortear una roca. Lo que el Curiosity
jamás podrá hacer es mentir. Tampoco añorar, sentir curiosidad o improvisar un
texto como el de Hauger. Este vehículo no puede sacrificar su propia vida en
aras de un bien superior, porque no está vivo. No tiene (ni tendrá) conciencia
de sí mismo como individuo, insustituible y único. Tan sólo podrá computar,
responder a rutinas preestablecidas por programas insertos en su lógica
binaria.
Pero ¿por
qué las matemáticas abstractas no pueden ser programadas en un ordenador? No lo
digo yo, es Sir Roger Penrose quien lo afirma. El autor (una eminencia en
físicas y matemáticas) afirma taxativo que "la comprensión matemática no
es algo computacional, sino algo bastante diferente que depende de nuestra
capacidad de ser conocedores de cosas.”
Por
consiguiente, hay ámbitos del conocimiento inasumibles para un "cerebro
cibernético". ¿Por qué? En opinión de Penrose, porque la sinapsis humana
actúa con intensidades variables, no fijas, y se rige por leyes de la mecánica
cuántica.
El tema
entra en un bucle peligroso por su complejidad. Parece probado que hay
funciones no pueden simularse por procedimientos computacionales (véase el
"problema de la parada" en la máquina de Turing), y hay problemas
indemostrables desde la simple lógica matemática (teoremas de la incompletitud
de Gödel). Los ordenadores se basan en algoritmos para medir las
"complejidades", lo cual los sujeta a una relación de recurrencia;
son, por consiguiente, algoritmos recursivos. El problema es precisamente que
Gödel ha demostrado que una teoría formal consistente y completa o bien no es
recursiva o no es aritmética; y lo demuestra en su "teoría de la
completitud semántica", referida a la lógica cuantificacional de primer
orden. En este caso se utilizan teorías consistentes y completas, pero no
recursivas.
En
cristiano: Kurt Gödel dijo en una ocasión que los humanos disponemos de una
habilidad que trasciende la lógica formal y, por consiguiente, no es mecánica
(computacional). Lo que dijo en concreto fue que humanos tenemos una manera intuitiva de
llegar a la verdad. Ello nos permite afrontar el conocimiento de ámbitos tan
inaprensibles como las matemáticas abstractas.
Russell,
gran matemático y excelso filósofo, afirmaba que su cerebro "sabía"
si una formulación matemática era o no verdadera "por su belleza".
Antes de la demostración, que podía requerir semanas de trabajo, Russell sabía
que estaba en el buen camino porque algo
(intuición) le susurraba que así era. Que tenía armonía y sentido. Que era
bello.
La
Inteligencia Artificial es, por consiguiente, una entelequia, un imposible a
día de hoy. Y creo que lo será por siempre.
Propongo,
pues, un cambio de nomenclatura: I.A. no es Inteligencia Artificial. Es
Inteligencia Artificiosa.
Y con esto
me he ganado la animadversión de todos mis amigos informáticos. Y la de usted,
lector, que ha demostrado una paciencia infinita llegando hasta el final
¿mereció la pena?
Espero que
sí.
Enlace sobre las células Glia
Antonio
Carrillo