Yo estoy con el coyote. De
siempre.
Me parece injusto que nunca
gane, que su inventiva e insistencia nunca tengan premio. Que siempre acaben sus
flacas carnes estrelladas al fondo de un barranco.
¿Cuántos dólares no habrá
invertido tan noble animal en productos de la marca ACME? Millones. Su
perseverancia merece un premio. Su espíritu irredento es un ejemplo a seguir.
Enfrente, un sujeto de
dudosa moralidad que no hace sino burlarse de los intentos de nuestro héroe,
con una crueldad rayana en la psicopatía. Es el Correcaminos sujeto inexpresivo
y frío, algo chulesco y, sin lugar a dudas, engreído.
Por ello es hora de contar
la verdad. La cruda realidad de los hechos.
El correcaminos (Geococcyx
californianus) es una vulgar (y fea) ave, parecida a un cuco, que corre bastante, con
picos de velocidad de 32 kilómetros por hora. Es el ave voladora más veloz,
porque, sí lector ¡el correcaminos vuela! No mucho, cierto. Pero es capaz de
volar y planear.
Su larga cola le hace la
funciones de timón, y es capaz de correr dando giros vertiginosos. Pero, detrás
de un aspecto bonachón que nos han querido vender, el correcaminos es un
criminal en potencia, devorador de colibríes, pequeños mamíferos, o reptiles
tan mortíferos como la víbora de cascabel.
Con su pico machaca el
cuerpo de sus víctimas hasta convertirlos en una masa informe. Éste es el
verdadero correcaminos.
Un despiadado criminal.
Ni siquiera hace el gracioso
“Mic-mic”; su canto es un quejido herrumbroso.
El coyote, por su parte, es
animal de hermoso porte y nobleza en la mirada, respetado por los indios
norteamericanos, que admiraban su inteligencia.
Es el coyote animal hogareño
y fiel, que se empareja por vida y cuida amorosamente de su progenie. A menudo
los hermanos mayores colaboran en la tarea de alimentar a los recién nacidos,
formando así una familia feliz.
Además, en el colmo de la
infamia: el coyote es mucho más rápido que el correcaminos. Casi el doble.
Yo soy del coyote, insisto. Aunque supongo
que a nadie le importa. Me suelen atraer más los perdedores, de siempre.
Los veía de niño.
Siempre soñé con que el
coyote alcanzara al correcaminos. Pero, y esto me lo ha confirmado la vida, los
perdedores no suelen ganar.
Y la historia la escriben
los vencedores.
Tergiversando la verdad.
Antonio Carrillo
Nuevamente me he entretenido con tu creatividad y buen humor.....
ResponderEliminarAbrazo cordial.