No recuerdo dónde leí esta
gracieta:
"El paraíso es donde los cocineros son franceses,
los policías ingleses, los mecánicos alemanes, los amantes italianos y todo lo organizan los suizos.
El infierno es donde los cocineros son
ingleses, los policías alemanes, los mecánicos franceses, los amantes suizos, y todo lo organizan los
italianos".
La Biblia, en el libro del Eclesiástico, lo advierte: “alberga a un extraño, y te traerá
complicaciones, y hará de ti un extraño para tus propios parientes”.
Los extranjeros
son, en efecto,
diferentes, imprevisibles y peligrosos. A menudo, salvajes.
Infrahumanos.
Los negros, por
ejemplo. Gente extraña y sanguínea. Exploradores europeos, por supuesto blancos de piel, volvían con lúbricas historias de africanos inagotables,
desquiciados en un frenesí sexual incontenible al que en mucho conducían unas
mujeres promiscuas e insaciables. Los puritanos victorianos tenían, así, una
justificación para imponer cierto orden civilizado por medio del colonialismo.
Además, sus mujeres mostraban interés por conocer a tales salvajes.
¿Se asombran? En agosto de 1994 se
celebró en Yokohama el X Congreso internacional del SIDA. El Dr. Yuichi
Shiokawa dijo que el SIDA podría controlarse “si los africanos contenían su lujuria”.
Al respecto, Natham Clumeck,
de la Universidad Libre de Bruselas, afirmó en Le Monde que "sexo, amor
y enfermedad no significan lo mismo para los africanos que para los europeos, porque
el concepto de culpa no existe como en la cultura occidental judeo-cristiana”.
Con dos narices.
Esto viene de antiguo. Que yo
sepa, la primera
noticia que tenemos de
racismo tiene 3.900 años, cuando
un faraón Egipcio prohibió a los negros el uso de una barcaza
pública para cruzar el río Nilo.
Siglos más tarde, habría faraones
negros.
Los gitanos han sido víctimas
propiciatorias del estereotipo. Caro Baroja denomina “mitología
gitanesca” un cuerpo
dogmático que tiene su fundamento en el romancero del siglo XVIII. Los gitanos, desde entonces,
son “embaucadores, raptores de niños, antropófagos, mujeres rameras,
hechiceras, traidores,
mentirosos, polígamos, herejes y ladrones”.
Carl von Clausewitz comparaba a
franceses y alemanes. “Unos eran militaristas, y la dócil
mentalidad de su pueblo
condenaba a éste a la obediencia política; los otros, tenían mayor
inclinación por las letras, y sus hipercríticos habitantes era improbable que
algún día se inclinaran ante la tiranía”.
Por supuesto, los obedientes militaristas eran los franceses; los de inclinación
literaria y crítica, los vacunados contra toda tiranía, los alemanes.
Acertó de pleno.
Como español, me gustan los
estereotipos sobre mis compatriotas. Julio Verne nos describe en la novela Héctor Servadac: “Estos
españoles, desaprensivos andaluces, indolentes por naturaleza, holgazanes por
ambición, tan dispuestos a esgrimir la navaja como a tocar la guitarra,
labradores de profesión, tenían por jefe a cierto individuo llamado negrete,
que era el más instruido de ellos, aunque su ilustración se reducía a haber
recorrido un poco más la Tierra.”
En épocas imperiales teníamos en Europa
fama de despiadados, belicosos, crueles e intolerantes. Todavía hoy, en Bélgica
y Holanda se asusta a los niños con que vendrá “el Duque de Alba”.
No todo es malo. Para Julia Byrne, (la escritora inglesa
decimonónica, no confundir con la autora de novelas románticas) los andaluces
son “benevolentes,
hospitalarios y caritativos,
honestos, sobrios y limpios”. Además, “pertenecen a una raza inteligente y son
famosos por ser piadosos”.
Es curioso cómo se identifica España con Andalucía.
Catalanes, vascos, manchegos o murcianos se diluyen en un trazo grueso.
Gerardus Mercator, matemático, geógrafo y padre de la cartografía, hizo una
curiosa distinción de los caracteres nacionales en el XVI. Les invito al difícil reto de
adivinar su nacionalidad:
Franceses:
Sencillos, tarugos, furiosos.
Bávaros:
Suntuosos, glotones, descarados.
Suecos:
Alegres, charlatanes, jactanciosos.
Sajones:
Disimuladores, hipócritas, testarudos.
Españoles:
Desdeñosos, precavidos, voraces.
Belgas: Buenos
jinetes, cariñosos, dóciles, delicados
Los nuestros frente a los otros.
Un país que alimenta el
estereotipo y la exclusión dentro de su territorio tiene un verdadero problema.
El nacionalismo, en mi opinión, presenta una grave contraindicación: es un
hacedor de fronteras.
Y fronteras hay ya muchas.
Demasiadas.
Antonio Carrillo
La conclusiòn final es irrebatible,"el nacionalismo es un hacedor de fronteras".Pero,¿no es el nacionalismo una concepciòn a pequeña escala de lo que tu mismo aceptas en el texto:pais y territorio.?:"un pais que alimenta el estereotipo y la exclusiòn dentro de su territorio tiene un verdadero problema".De esta afirmaciòn tuya infiero,no se si equivocadamente,que si aceptas tu "pais"y tu "territorio" (conceptos tan nacionalistas como el que pretendes desacreditar) y que lo que te parece un problema es el pais y territorio que defiende el nacionalismo ajeno a ti pero que contradictoriamente si aceptas otro pais y otro territorio,diferente del anterior tan solo en una mayor extensiòn y nùmero de habitantes, que en otro momento historico no lo fuè y que por evoluciòn se convirtiò igualmente,al conformarse como estado,en otro hacedor de fronteras,distintas a las que existian,unificadas si quieres,pero fronteras.Por ello cuando hablas de hacedor de fronteras como un problema,explicame,en esencia,que distingue un nacionalismo de otro.
ResponderEliminarNada. Es lo mismo un nacionalismo español que uno catalán o vasco. Yo no soy nacionalista; tampoco nacionalista español. Creo que hay que distinguir estado de nación. Lo primero es un ente político y administrativo; lo segundo remite a una realidad cultural indudable. España es un estado plurinacional; y me parece bien que lo sea. Es muestra de riqueza y diversidad. El problema es cuando el nacionalismo abandona su ámbito cultural para adentrarse en lo político. Entonces es cuando surgen los conflictos entre extremistas de uno y otro lado, peleas que suelen tener un trasfondo económico.
ResponderEliminarLas posturas se extreman hasta llegar a la exclusión (siempre por unos y por otros, yo no me identifico con nadie), y el país lo vive como un desgarro. Porque la convivencia es imposible en estos términos.
No me siento particularmente español, ni andaluz ni madrileño. Me gusta tener una moneda común con buena parte de Europa y la libertad de tránsito. No me gustan las fronteras ni las exclusiones de ningún tipo. Me molesta el ruido de tanto grillo que canta a la Luna.
Yo prefiero derribar o diluir fronteras que levantarlas. Y respetar el sentir de todos a llamarse (y sentirse) como quieran. Pero esta permanente bronca es un absurdo en el siglo XXI.
De todos modos, no es sino una opinión. Y el texto lo que pretende es divertir. No mucho más.
Un saludo
Antonio si se te ha visto una veta de promulgar un estereotipo, ¿pobre la Duquesa qué culpa tiene de no cumplir con cánones de belleza de hoy? Tío si la dejaste mal. Igual te apreciamos y te leemos.
ResponderEliminarAlejandro
Pues no te falta razón, Alejandro. Es más, es una descortesía ante una dama.
ResponderEliminarProcedo a borrar la línea. Y gracias
Las diferencias culturales (entendiendo la cultura como el conjunto de valores conceptuales, éticos y materiales que es transmito dentro de los colectivos, ya sean estos familiares, laborales o nacionales) existen y son innegables. Los estereotipos surgen cuando se toma la parte (o la anécdota) por el todo, como siguiendo el ejemplo de Antonio: los andaluces son holgazanes, los andaluces son españoles, ergo todos los españoles son holgazanes.
ResponderEliminarTodos pertenecemos a entornos culturales que nos transmiten valores, esquemas y maneras de percibir la realidad que nos rodea. Eso es una evidencia científica. La frase "sexo, amor y enfermedad no significan lo mismo para los africanos que para los europeos, porque el concepto de culpa no existe como en la cultura occidental judeo-cristiana”, no es per se ni negativa ni condenatoria. La frase se entenderá como condenatoria si partimos de la premisa que quien la escribe, 1. Pertenece a la cultura judeo-cristiana y/o 2. Considera el acervo de esa cultura como superior al de otras, y 3. Descalifica culturalmente la no existencia de culpa y la percepción de la enfermedad, el sexo y el amor de otra manera que no sea la europea (y añado, contemporánea. Me permito recordarles que el amor es un concepto que ha ido evolucionando a lo largo de los siglos en nuestra cultura judeo-cristiana de manera muy considerable). Por lo tanto, si pertenezco a la cultura judeo-cristiana (como es mi caso, y el de una parte de los habitantes del planeta) pero soy consciente de ello y además asumo que los valores de mi cultura no son ni lo únicos, ni sobre todo los únicos válidos, percibiré el hecho que el sexo, el amor y la enfermedad y el sentimiento de culpa no significan lo mismo ni para los europeos , ni los africanos, ni para asiáticos, ni para……, como un hecho cultural objetivo.
Si en el encuentro con otros patrones culturales, somos conscientes de que lo hacemos a partir de nuestra propia escala de valores que no es la única válida, e incluso en algunas ocasiones puede ser improcedente, podremos percibir las diferencias con menos prejuicios. También nos permitirá ir seleccionando aquellos elementos de cada cultura que nos resultan más cercanos y cómodos, haciendo que nuestras relaciones sean también más abiertas, ricas y cómodas.
PD, la bronca nacionalista no es privativa del siglo XXI. El considerar que lo nuestro es único ... es también un patrón cultural y un estereotipo, jeje