Verán; yo, de adolescente, oía la radio.
De noche. A escondidas.
Le robaba horas al sueño escuchando un programa de entrevistas llamado "El loco de la colina". A las 12 de la noche, voces fascinantes desgranaban pensamientos, sentimientos y experiencias. Aprendía palabras nuevas, formas de expresar ideas complejas y simples, pero cuidando del lenguaje como si de un tesoro se tratara. En la oscuridad, una voz como la de Antonio Gala convertía la palabra en filigrana, haciendo que oliera a perfume un adverbio, un pensamiento, un sonido.
Era otra época, que no ha vuelto. Las vida transcurría imperceptiblemente más lenta, y en mi cama, a las doce, un transistor abría la puerta a un laberinto siempre distinto, tangible y denso como un beso. Me quedaba dormido, rabioso por la llegada del sueño, luchando por mantenerme vivo y despierto a la magia de la palabra. Era una batalla que siempre perdía.
De alguna manera, creo que aprendí de esas noches algo de lo que se asimila al calor de una hoguera, cuando los más viejos hablan y los jóvenes callan y escuchan. Sentía más vida en esas entrevistas que en casi todos los libros que he leído. Había pasión, saber e infinita paciencia. No en vano su director, el periodista Jesús Quintero, era famoso por sus largos silencios.
Desde antiguo los sabios han gustado de hablar, de conversar. Los primeros, como Pitágoras o Sócrates, no dejaron nada escrito. Y aún en el resto parece como si su legado escrito no fuera sino breves esbozos, apuntes diría yo, de un pensamiento más denso y profundo, que necesita de la palabra, de la oralidad y el diálogo, para cobrar forma. Recientes estudios de la escuela italiana y alemana pretenden, incluso, que el Platón que conocemos no es sino una sombra incompleta del filósofo real, vivo y apasionado, que dialogaba en los jardines de la Academia, entre olivos.
No en vano, Platón escogió el diálogo como forma de expresión escrita para dar vida a su pensamiento. En uno de sus diálogos más importantes, el Fedro, plantea la disyuntiva entre oralidad y escritura. Y lo hace con la brillantez a que nos tiene acostumbrado uno de los mejores escritores que jamás haya existido.
En el diálogo, Sócrates le cuenta a Fedro sobre el mito de Theuth, un antiguo dios egipcio descubridor del cálculo, la geometría, la astronomía o las letras. El dios se le apareció a Thamus, rey de todo Egipto, el cual le preguntó por cada una de estas artes.
Cuando llegaron a las letras, el dios Teuth se mostró encantado: «Este conocimiento, oh rey, hará más sabios a los egipcios y más memoriosos, pues se ha inventado como un fármaco de la memoria y de la sabiduría». Sin embargo, la respuesta del rey Thamus nos sorprende por su rudeza: «¡Oh artificiosísimo Theuth! A unos les es dado crear arte, a otros juzgar qué de daño o provecho aporta a los que pretenden hacer uso de él. Y ahora tú, precisamente, padre que eres de las letras, por apego a ellas, les atribuyes poderes contrarios a los que tienen. Porque es olvido lo que producirán en las almas de quienes las aprendan, al descuidar la memoria, ya que, fiándose de lo escrito, llegarán al recuerdo desde fuera, a través de caracteres ajenos, no desde dentro, desde ellos mismos y por sí mismos. No es, pues, un fármaco de la memoria lo que has hallado, sino un simple recordatorio. Apariencia de sabiduría es lo que proporcionas a tus alumnos, que no verdad. Porque habiendo oído muchas cosas sin aprenderlas, parecerá que tienen muchos conocimientos, siendo, al contrario, en la mayoría de los casos, totalmente ignorantes, y difíciles, además, de tratar porque han acabado por convertirse en sabios aparentes en lugar de sabios de verdad»
Este mito permite a Platón profundizar en esta dicotomía entre dialéctica y escritura, siendo la primera manifestación de siembra, de cultivo lento y fructífero, mientras la segunda tiene mucho de yerma y simple recordatorio "para cuando llegue la edad del olvido". La literatura, se queja Thamus, ofrecerá apariencia de sabiduría, ya que se llegará a una comprensión de la verdad desde fuera, y no como un "des-cubrimiento" - un recuerdo - que surge desde el interior del aprendiz.
"SÓCRATES
Así pues, el que piensa que ha dejado un arte por escrito, y, de la misma manera, el que lo recibe como algo que será claro y firme por el hecho de estar en letras, rebosa ingenuidad y, en realidad, desconoce la predicción de Ammón, creyendo que las palabras escritas son algo más, para el que las sabe, que un recordatorio de aquellas cosas sobre las que versa la escritura.
FEDRO
Exactamente.
SÓCRATES
Porque es que es impresionante, Fedro, lo que pasa con la escritura, y por lo que tanto se parece a la pintura. En efecto, sus vástagos están ante nosotros como si tuvieran vida; pero, si se les pregunta algo, responden con el más altivo de los silencios.
Lo mismo pasa con las palabras escritas. Podrías llegar a creer que lo que dicen fueran como pensándolo; pero si alguien pregunta, queriendo aprender de lo dicho, apuntan siempre y únicamente a una y la misma cosa. Pero, eso sí, con que una vez algo haya sido puesto por escrito, las palabras ruedan por doquier, igual entre los entendidos que como entre aquellos a los que no les importa en absoluto, sin saber distinguir a quiénes conviene hablar y a quiénes no. Y si son maltratadas o vituperadas injustamente, necesitan siempre la ayuda del padre, ya que ellas solas no son capaces de defenderse ni de ayudarse a sí mismas.
FEDRO
Muy exacto es todo lo que has dicho.
SÓCRATES
Entonces, ¿qué? ¿Podemos dirigir los ojos hacia otro tipo de discurso, hermano legítimo de este, y ver cómo nace y cuánto mejor y más fuertemente se desarrolla?
FEDRO
¿A cuál te refieres y cómo dices que nace?
SÓCRATES
Es ese que se escribe con fundamento en el alma del que aprende; capaz de defenderse a sí mismo, y sabiendo con quiénes hablar y ante quiénes callarse.
FEDRO
¿Te refieres al discurso lleno de vida y de alma, que tiene el que sabe y del que el escrito se podría justamente decir que es el reflejo?
SÓCRATES
Sin duda. Pero dime ahora esto. ¿Un labrador sensato que cuidase de sus semillas y quisiera que fructificasen, las llevaría, en serio, a plantar en verano, a un jardín de Adonis, y gozaría al verlas ponerse hermosas en ocho días, o solamente haría una cosa así por juego o por una fiesta, si es que lo hacía? ¿No sembraría, más bien, aquellas que le interesasen en el lugar adecuado de acuerdo con lo que manda el arte de la agricultura, y no se pondría contento cuando, en el octavo mes, llegue a su plenitud todo lo que sembró?
FEDRO
Así es, Sócrates. Tal como acabas de expresarte; en un caso obraría en serio, en otro de manera muy diferente.
SÓCRATES
¿Y el que posee el conocimiento de las cosas justas, bellas y buenas, diremos que tiene menos inteligencia que el labrador con respecto a sus propias simientes?
FEDRO
De ningún modo.
SÓCRATES
Por consiguiente, no se tomará en serio el escribirlas en agua, negra por cierto, sembrándolas por medio del cálamo, con discursos que no pueden prestarse ayuda a sí mismos, a través de las palabras que los constituyen, e incapaces también de enseñar adecuadamente la verdad.
FEDRO
Al menos, no es probable.
SÓCRATES
No lo es, en efecto. Más bien, los jardines de las letras, según parece, los sembrará y escribirá como por entretenimiento; atesorando, al escribirlos, recordatorios para cuando llegue la edad del olvido, que le servirán a él y a cuantos hayan seguido sus mismas huellas. Y disfrutará viendo madurar tan tiernas plantas, y cuando otros se dan a otras diversiones y se hartan de comer y beber y todo cuanto con esto se hermana, él, en cambio, pasará, como es de esperar, su tiempo distrayéndose con las cosas que te estoy diciendo.
FEDRO
Uno extraordinariamente hermoso, al lado de tanto entretenimiento baladí, es el que dices, Sócrates, y que permite entretenerse con las palabras, componiendo historias sobre la justicia y todas las otras cosas a las que te refieres.
SÓCRATES
Así es, en efecto, querido Fedro. Pero mucho más hermoso, pienso yo, es ocuparse con seriedad de estas cosas, cuando alguien, haciendo uso de la dialéctica y eligiendo un alma adecuada, planta y siembra palabras con fundamento, capaces de ayudarse a sí mismas y a quienes las planta ..."
En definitiva, una persona culta es el resultado de un cultivo lento, de una siembra de años manifiestamente viva y que, bajo la paciente guía del maestro, se hace a sí misma. Platón no concibe una sabiduría de "ratón de bibliotecas", en la que agotamos nuestro diálogo en un soliloquio con voces ya muertas, que nos dejaron un breve retazo de su saber por escrito. La sabiduría se adquiere, parece que se transmite, "Inter vivos": se contagia, como el entusiasmo o la risa. Por eso Platón dice, en boca de su maestro, que:
"Pero supóngase un hombre que piensa que en todo discurso escrito, no importa sobre qué objeto, hay mucho superfluo; que ningún discurso escrito o pronunciado, sea en verso, sea en prosa, debe mirársele como un asunto serio, (a la manera de aquellos trozos que se recitan sin discernimiento y sin animo de instruir y con el solo objeto de agradar), y que, en efecto, los mejores discursos escritos no son más que una ocasión de reminiscencia, para los hombres que ya saben; supóngase que también cree que los discursos destinados a instruir, escritos verdaderamente en el alma, que tienen por objeto lo justo, lo bello, lo bueno, son los únicos donde se encuentran reunidas claridad, perfección y seriedad, y que tales discursos son hijos legítimos de su autor; primero, los que él mismo produce, y luego los hijos o hermanos de los primeros, que nacen en otras almas sin desmentir su origen; y supóngase, en fin, que tal hombre no reconoce más que estos y desecha con desprecio todos los demás; este hombre podrá ser tal, que Fedro y yo desearíamos ser como él."
La sabiduría no muere con el maestro, porque ha sembrado nuevos brotes en sus discípulos, que a su vez tendrán descendencia. Todos ellos sembrarán en el alma de otros jóvenes la "Anamnesis" (del griego αναμνησις, anámnesis = traer a la memoria); es decir, traerán al presente los recuerdos del pasado, recuperarán juntos el saber que, de alguna manera, el joven ya tenía, si bien dormido.
La anamnesis es un término que se utiliza en medicina: hace referencia a la información proporcionada por el paciente durante una entrevista clínica, fundamental, junto con los resultados analíticos, para poder establecer un diagnóstico. El médico pregunta y el paciente responde. Es un diálogo. El médico está atento a cualquier detalle que al paciente le pueda parecer baladí. Él sabe entender el porqué de unos síntomas, de una herencia.
La dialéctica es necesaria. Para ambos. El maestro alcanza su madurez cuando puede sembrar la duda en otros. Y los jóvenes necesitan que se encaucen y afiancen sus frágiles tallos para que crezcan rectos y firmes. La literatura es una herramienta fabulosa, pero nada puede compararse a la experiencia de una charla, a menudo intrascendente, con un hombre o mujer sabios.
El tiempo se detiene. Ha habido una respuesta que ha provocado un fogonazo breve y que se ha olvidado. Ya volverá. El joven, por una vez, calla. Disfruta escuchando.
Y un rito milenario, un instante de plenitud, vuelve a cobrar vida. Y nada, ni la más completa enciclopedia, ni la red virtual más compleja se le puede comparar.
Un sabio habla y un joven pregunta. Y es el planeta entero el que se detiene.
A escuchar.
Antonio Carrillo