El rifle de repetición Winchester,
el arma que conquistó el oeste, hizo
inmensamente rico a su inventor, Oliver Winchester, presidente de la
celebérrima Winchester Repeating Arms
Company.
Su hijo y heredero William
Wirt Winchester contrajo matrimonio en 1862 con
una joven de 23 años llamada
Sarah Pardee, mujer de baja estatura (no alcanzaba 1,50 m.), bella e
inteligente. Tocaba instrumentos con virtuosismo, hablaba varios idiomas y era
animosa y encantadora.
El futuro se adivina feliz
para la pareja tras su boda en New Haven. Esto se confirma el 15 de julio de
1866, fecha en la que Sarah da a luz a la pequeña Annie Pardee Winchester. Pero algo extraño sucede con la niña. No coge
peso, a pesar de comer con normalidad. Se consume rápidamente. Está afectada de un
raro trastorno que le impide metabolizar y asimilar los nutrientes. A los pocos
meses la pequeña Annie
fallece. Es una paradoja terrible: la única hija del matrimonio, inmensamente
rico, muere de inanición.
El golpe para Sarah es
demoledor; durante 10 años parece al
borde de la locura. No tendrá más hijos. Y 15 años más tarde, en
1881, su esposo muere víctima de la
tuberculosis.
Sarah hereda más de 20 millones de dólares (de la época), casi el 50% de la compañía y un ingreso extra de 1.000 $ diarios. Es multimillonaria, pero su razón está definitivamente
trastornada.
Acude a espiritistas y médiums,
algo por lo demás muy común a finales
del siglo XIX. Alguien le advierte: sufre las consecuencias de una terrible
maldición que tiene por fundamento el
origen de su fortuna. Las miles de muertes provocadas por los rifles
Winchester.
En efecto; unos rifles de
repetición, fiables y
certeros, inclinaron la balanza definitivamente a favor de los colonos durante
el enfrentamiento con los indios; pero la acción mortífera de los
Winchester y otras armas similares se extendió a muchos otros
conflictos y lugares. Quisiera en este sentido hacer memoria de uno de los
hechos más repugnantes
de nuestro pasado reciente: la matanza del pueblo Ona en Tierra de Fuego, al
sur de Argentina. El conocido como "genocidio Selkman". Toda una
cultura amerindia fue exterminada por motivos crematísticos; los Ona no se mostraban dispuestos a
abandonar la tierra de sus ancestros. Las compañías ovejeras, argentinas, chilenas o inglesas, pagaban una libra esterlina
por cada indio muerto. Para cobrar se presentaban sus manos u orejas. Mujeres,
ancianos o niños. En muchos
barcos que pasaban por la zona del Estrecho de Magallanes era costumbre
realizar prácticas de tiro
con los Winchester contra mujeres o niños que se encontraban cerca del mar. Era como matar bisontes desde los
trenes en las llanuras de los EEUU.
Sarah quiere librarse de
la maldición. Le proponen
una única salida: debe construir una
casa, pero nunca terminarla. De esta manera, los espíritus atormentados que le persiguen no podrán encontrar fácil refugio en ella.
En 1884 Sarah compra una
finca en San José, California,
y comienza a construir una casa en una tarea hercúlea que no tendrá fin sino hasta
su muerte en septiembre de 1922. Se trabajan las 24 horas del día, los 365 días del año.
El trasiego de materiales
era de tal calibre que se hizo necesario construir una línea propia de ferrocarril para transportarlos
hasta la casa. Decenas de profesionales trabajaban sin descanso, en turnos de
24 horas.
Sarah se reunía por la mañana con el capataz, y estudiaban el trabajo con planos esbozados a mano por
la propia viuda. El resultado pronto fue caótico, sin un orden ni sentido claro. A menudo se encontraban con una
habitación para la que
no había salida posible; en estos
casos, se construía alrededor, o
se cegaba y abandonaba. Con el paso de los años, las escaleras en ocasiones no conducían a ninguna parte, las puertas se abrían a un muro o al vacío. Había ventanas en el suelo o aberturas en las que no
podía caber un adulto. Había baños falsos, sin obra de fontanería, chimeneas sin tiro y sólo dos espejos
en toda la casa. Sarah opinaba que los fantasmas temían a su propio reflejo. Además, Sarah ideó laberintos
para que los propios fantasmas se perdieran.
En poco tiempo no hubo
planos de la casa. Era fácil perderse en ella.
En la mansión hay paredes que ocultan entradas secretas,
pasadizos ocultos que Sarah utilizaba para espiar a los trabajadores y
asegurarse de que no se detenía el trabajo.
Los vecinos cuentan que se podía escuchar a
Sarah tocando un piano algo desafinado al amanecer, con un sonido que les
obligaba a detenerse, de tan hermoso. Vivía sola, con sus sirvientes y los obreros. Sin salir de casa.
En 1906 la casa es
inmensa, con torres de siete pisos de altura y un número indeterminado de estancias. Hay maderas
nobles, hermosos trabajos de marroquinería y fabulosas vidrieras hechas en Tiffanys. Y un jardín enorme y cuidadosamente trabajado.
Pero entonces sucede lo
inesperado: el terremoto de Los Ángeles de
1906. Derriba tres pisos de la casa y la torre de siete plantas. Sarah se
encuentra durmiendo en ese momento y la chimenea de su dormitorio se derrumba.
La dueña queda atrapada, y los
sirvientes tardaron horas en poder llegar a ella.
Para Sarah, que era de la
Costa Este de los EEUU y
poco sabía de
terremotos, la catástrofe resultó
ser un claro mensaje de los espíritus,
molestos porque se había detenido un
tanto el ritmo de construcción. Sarah
decide entonces dejar derruidas las alas afectadas por el terremoto, porque
pensaba que algunos espíritus habrían quedado atrapados en ellas. Se reanudó el trabajo con nuevos bríos. Sarah tomaba
decisiones un tanto peculiares; en una ocasión encontró una mancha
extraña en la pared de la inmensa
bodega de la casa, y decidió tapiarla de
tal manera que no fuese posible encontrarla.
Todavía hoy hay quién intenta encontrar los tesoros que de seguro encierra.
Finalmente, en 1922, Sarah
fallece en la casa y se detienen los trabajos. Su heredera y sobrina, Frances
Mariot, se encuentra ante el vértigo de una
casa con unos 24.000m² construidos.
Se calculan 160 habitaciones, de las cuales 30 están tapiadas. Los números marean: 47 chimeneas, 480 puertas, muchas inútiles, 10.000 ventanas, escaleras incontables,
muchas de las cuales no llevan en ninguna parte, pasillos que conducen a
pasillos o habitaciones que conducen a habitaciones, 6 cocinas, ascensores (un
lujo para la época) o 52
tragaluces.
Francés se llevó muebles,
enseres y materiales decorativos, y vendió la estructura
a unos inversores interesados en hacer una atracción turística. Hubo un problema con el recuento: la primera vez se contaron 148
estancias, pero la estructura era tan confusa que en cada recuento salía un número distinto. Se dice que los trabajadores tardaban semanas en conseguir
sacar los muebles. El número de 160
habitaciones sigue siendo una estimación.
No he hablado de los
jardines, con cuatro fuentes y muchas estatuas: Sarah contrató a ocho jardineros que cuidaban de plantas
importadas de todas las partes del mundo. Es curioso destacar la existencia de
una estatua que representa al Jefe indio Little Fawn, que murió por el disparo de un Winchester.
Hoy, en la casa, un
importante reclamo turístico para la
zona, se encuentra el museo del rifle de repetición Winchester. Exhibe también artículos de los años 20.
Hay una advertencia cuando
visitas la casa: no se puede salir del itinerario establecido ni intentar hacer
un recorrido por cuenta propia. Si te pierdes, no te aseguran que sean capaces
de encontrarte. Es una casa en la que muchos han oído portazos y ruidos, en la que aparecen extrañas manchas. Algunas personas muy intuitivas han
percibido presencias extrañas.
Por terminar, las
escaleras suelen tener 13 escalones, en el armario de Sarah hay 13 ganchos, la
casa tiene13 cuartos de baño, las
ventanas tienen 13 hojas de vidrio, muchas habitaciones 13 ventanas y el
invernadero 13 cúpulas. El
testamento de Sarah estaba dividido en 13 partes y los candelabros portaban 13
velas.
Todos los viernes 13 se
tocan las campanas 13 veces a las 13:00 horas.
Yo no creo en fantasmas ni
en espíritus. Creo en almas atormentadas y en la locura que provoca el dolor.
Es por eso que respeto la casa Winchester, no como la mayor casa encantada del
mundo, sino como símbolo de la inmensa, desgarradora pena que puede causar la
muerte de una hija.
Es, en todo caso, una curiosa
historia que quería compartirles.
Antonio Carrillo.