"Estimado sr juez
Le ruego disculpe si tono o tratamiento no es el
adecuado. Es mi primera nota de suicidio. Y la última.
Eximo de toda responsabilidad a persona o institución
alguna por el acto que estoy a punto de cometer. La desesperación no me deja
otra salida. No veo futuro ni redención posible.
He fallado. A todos y a mí mismo.
Todo comenzó hace meses, cuando recibí el encargo de
componer una obra sacra para conmemorar el milenio de la fundación de la orden
mendicante de los Felixteos.
Enseguida surgieron los problemas. La música, que de
normal me llega tras arduas jornadas de trabajo intelectivo, en esta ocasión
provenía de lugares oscuros y recónditos, de eso que los cursis y antiguos
llaman inspiración.
Y no es tanto el problema la procedencia como la
naturaleza del sonido. ¡Era música tonal! Por más que me esforzaba en apaciguar
la afluencia de sonidos armoniosos, el orden se imponía en una estructura
amable, compleja pero agradable al oído y al espíritu.
Yo, que tan grandes aportaciones he hecho a la música contemporánea,
utilizando cacerolas, cencerros o ventosidades, me veía compelido a cifrar sonidos
para fagots, violas o flautines. Todos hermanados en un contrapunto que elevaba
la armonía hasta la altura de una melodía definida.
Pero lo peor estaba por venir: el día del estreno vi
reflejos de mi horror en las pupilas de críticos y musicólogos; y al público, a
la gente común, le gustó mi obra, algo inaudito ¡Incluso se atrevieron a
aplaudir, estruendo al que no estaba acostumbrado! ¡Jamás me habían aplaudido!
Generalmente, el oyente nunca sabe cuándo acaban mis obras.
Es el fin, señor juez. Ya no soy compositor. Me he
convertido en músico. Ayer me retiraron mi condición de socio de la ONG D.S.F
(Dodecafónicos sin fronteras), y mis antiguos colegas me desprecian como el
traidor que soy.
La música me ha atrapado en un abrazo cálido del que no
puedo escapar. Del que no quiero escapar.
Tengo miedo."
Antonio es una carta muy triste
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