1.
La Ley del Mar
La mar se rige por normas severas
y tan antiguas, casi, como el hombre. Porque la humanidad vive cerca del mar,
se ha aventurado pronto a la llamada de sus amplios horizontes, azules y
limpios.
Somos una especie terrestre que,
sin embargo, navega.
En caso de naufragio, las mujeres
y niños abandonan primero la embarcación; el capitán será el último (casi
siempre). Se puede cobrar por rescatar un navío abandonado, pero no por salvar una
vida. El buque es territorio nacional y se rige por las leyes de su pabellón.
El capitán tiene un poder casi absoluto; en la antigüedad decidían sobre la
vida y la muerte de los tripulantes. Por cierto, una curiosa norma establecía
que el único lugar del navío que salvaguardaba al tripulante de la ira de su
capitán era el espacio entre la borda y la cadena del ancla. Mientras se
mantuviese allí, estaba a salvo.
Pero hay más: una tradición
ancestral dicta que, en caso de naufragio, los supervivientes que flotan en
balsas a la deriva echarán a suertes quién de entre ellos será sacrificado para
servir de alimento al resto. Es algo que ha sucedido en múltiples ocasiones;
siete marineros supervivientes del ballenero Essex fueron devorados por sus
compañeros. De los 150 marineros de la balsa de la fragata francesa La Meduse,
sólo sobrevivieron 15.
¿Se lo imaginan? Sobrevivieron en alta mar durante 95 días.
2.
Las Cruzadas
Durante la Primera cruzada, los
ejércitos procedentes de occidente provocaron todo tipo de masacres y actos de
ignominia. Las crónicas nos hablan, por ejemplo, del horror sufrido en la
ciudad siria de Marrat an-Numan.
El líder normando Bohemundo de
Tarento sitió la ciudad durante un mes. Finalmente llegó a un acuerdo; la
ciudad se rendía a cambio de respetar la vida de sus habitantes. El 12 de
diciembre del 1098 los cruzados entraron en la ciudadela.
En una muestra de infamia, a pesar
del acuerdo, durante tres días los invasores mataron indiscriminadamente a
hombres, mujeres y niños. Más de 20.000 personas fueron acuchilladas. Fuentes
árabes y cristianas dan testimonio de una violencia inusitada; Alberto de
Aquisgrán, Raoul de Caen o Fulquerio de Chartres llegan a dar detalles
escabrosos: no sólo mataban a los musulmanes. Además se los comían. Tenían
preferencia por la carne de los niños; especialmente por sus nalgas.
Más tarde, en Jerusalén,
masacraron a decenas de miles de personas en el interior sagrado de sinagogas o
mezquitas, judíos o musulmanes. La sangre derramada llegaba a las rodillas.
Un horror tan enorme quedó
grabado en el inconsciente colectivo del pueblo musulmán, que se conjuró contra
la barbarie cristiana. Con el tiempo recuperaron Jerusalén y se volvieron impermeables
durante siglos a la influencia de occidente. El economista y sociólogo libanés
Amin Maalouf, premio Príncipe de Asturias 2010, afirma en su ensayo “Las
cruzadas vistas por los árabes” que los excesos de los cruzados provocaron el
alejamiento entre ambas culturas, postergando a la civilización musulmana a un
retraimiento casi medieval, del que no ha salido. En estos días de zozobra y
preocupación, con el Presidente Trump trasladando la embajada de los EE.UU. a la
ciudad santa de Jerusalén, convendría repasar someramente la historia y tener
amplitud de miras.
O, simplemente, una pizca de sentido común.
3.
La Ley
Las Siete Partidas, o libro de
las Leyes, es el cuerpo jurídico que se redactó durante el reinado de Alfonso X
durante el siglo XIII. Estas normas, por mor del descubrimiento de América, se
convirtieron en el cuerpo jurídico vigente en Hispanoamérica hasta el siglo
XIX.
En ellas, entre muchas otras
facetas de la vida, se detallan las condiciones por las que un padre necesitado
puede vender a su hijo para saldar sus deudas. También se dice que, en caso de
necesidad, ante un asedio, está justificado que el señor del castillo se coma a
su hijo antes que rendir la plaza.
Ya lo avisaba la Biblia, en
Deuteronomio 28:57, con la más terrible de las maldiciones:
“En medio del asedio y de la
angustia a la que te habrá reducido el enemigo, tú comerás el fruto de tus
entrañas, la carne de tus hijos y tus hijas, que el Señor tu Dios te haya dado.
El hombre más delicado y refinado entre vosotros mirará con malos ojos a su
hermano, a la esposa de su corazón y a los hijos que todavía le quedan, al no
querer compartir con ellos la carne de sus hijos, que se comerá él solo, por no
quedarle otra cosa en medio del asedio y de la angustia a que te habrá reducido
tu enemigo en todas tus ciudades.
La mujer más delicada y refinada
entre vosotros, que por su delicadeza apenas se atrevía a pisar la tierra con
la planta de sus pies, mirará con malos ojos al marido de su corazón y a sus
hijos, y se alejará de ellos para comer a escondidas la placenta que saldrá de
su seno y al hijo que acabará de dar a luz en medio de tanta privación, a causa
del asedio y de la angustia a que te habrá reducido tu enemigo en todas tus
ciudades”
Más allá de su carácter de libro
sagrado, la Biblia es un texto con pasajes de una fuerza extraordinaria.
4.
Hambre en el 1315
Si me preguntan ¿què época no me
hubiese gustado vivir? Es una pregunta difícil; muchas. La mayoría. Los periodos de paz y prosperidad han sido escasos; y siempre al alcance de unos pocos.
Pero lo que los Europeos tuvieron
que pasar en el año 1315 y siguientes apenas tiene parangón. Europa venía de unos
siglos XI, XII y XII con un clima apacible, que permitió incluso plantar viñedos en
Inglaterra o afianzar asentamientos en Groenlandia por los vikingos. La población aumentó. Pero a principios del siglo XIV sobrevino la
catástrofe. Durante la primavera de 1315
no paró de llover, incesantemente. Las lluvias no tenían fin, y continuaron
durante el verano. Hacía frío, y en los campos encharcados se echó a perder la
cosecha.
El año anterior la cosecha había
sido mala; los campesinos siempre vivían con penurias; pero todo empeoró. La paja
y el heno con el que se alimentaba al ganado durante los meses de invierno se
pudrieron en una temporada estival húmeda y fría. Los precios de los alimentos
alcanzaron unos niveles inauditos, con una inflación que superaba el 300%
Este horror continuó durante los
dos años siguientes. En muchos lugares
el hambre mató al 25% de la población. Desesperados, los campesinos se comían
las semillas para la siembra del año siguiente; sacrificaban a sus animales de
tiro, sin los cuales no podían labrar la tierra. La gente buscaba alimento en
raíces o frutos silvestres. Se abandonaron decenas de miles de niños en los
bosques, y los ancianos renunciaron a seguir comiendo para intentar salvar a hijos
y nietos.
Los caminos se volvieron más
peligrosos que nunca; continuamente se asaltaba, violaba y asesinaba. Los
cronistas nos dicen que los asaltantes buscaban víctimas humanas como fuente de
proteínas. Unos carniceros franceses fueron condenados a la hoguera cuando se
descubrió que la carne que despachaban era carne humana.
Dos décadas más tarde, la
terrible peste negra golpeó inmisericorde sobre un población debilitada.
La Europa que renació de tanta
miseria buscó refugio en las ciudades, y desconfió de una clase eclesiástica
que no daba explicación ni consuelo a tanta miseria. El individuo se libró del
yugo feudal y germinó una idea del hombre nueva, renacida, olvidada desde
épocas clásicas.
La Europa que se moría de hambre
en el 1315 acabó despertando del letargo de la Edad Media.
Y comenzó el
renacimiento.
Doy por terminado este artículo.
Cuatro breves pinceladas sobre un tema escabroso.
Antonio Carrillo
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