Hay
lugares que no son muy conocidos. Algunos, la mayoría, fascinantes. Y todos
ellos de una belleza que provoca el asombro.
Encerrado
entre montañas, una enorme superficie curvada hecha de aluminio, con 300 metros de diámetro,
hace que las señales provenientes del espacio converjan hacia una antena
suspendida grácil en el aire, a 138 metros de altura y con un peso total de
1.000 toneladas. Tan solo sustentada por unos cables de acero.
Asomarse
al enorme observatorio de Arecibo, en Puerto Rico, es una experiencia
inolvidable.
Más
grande incluso es el CERN, que incluye un acelerador de partículas subterráneo de 27 kilómetros de diámetro, el mayor del mundo.
En
su interior, a una temperatura de −273,15 °C (menos de 2 grados por encima
del cero absoluto), las partículas viajan casi a la velocidad de la luz y
acaban chocando frente a unos inmensos detectores. Se alcanzan temperaturas de billones de grados, que
se acercan a las del inicio del universo.
Y el
mayor de todos los detectores es el Atlas.
Este
detector de partículas mide 40 metros de largo y 25 metros de alto. Pesa lo mismo
que la torre Eiffel. Normalmente no se puede ver, pero si su visita al CERN
coincide con un periodo de mantenimiento y el acelerador se encuentra apagado, puede
asomarse a uno de los espectáculos más impresionantes del planeta.
De
todos modos, y en todo caso, a las afueras del CERN puede ver iluminada la
enorme esfera de madera de 27 metros de altura y un diámetro de 40 metros: El
llamado “Globo de la Ciencia y de la Innovación”. En su interior hay 18 grandes
arcos redondos cubiertos por planchas. Todo de madera. Es una cúpula mágica,
algo así como la catedral de la ciencia. Acoge una exposición permanente.
Ahora
bien; si me preguntan por el lugar más impresionante, por el templo definitivo
de la ciencia, no me cabe duda: elegiría el interior del Super-Kamiokande,
el detector de neutrinos japonés.
A
1.000 metros de profundidad, en lo más recóndito de una mina abandonada, se ha fabricado
una estructura cilíndrica de acero inoxidable que mide 42 metros de alto y 39
de ancho. En su interior de han instalado 11.000 tubos fotomultiplicadores y se
lo ha rellenado de 50.000 toneladas del agua más pura.
El
resultado: la estructura tecnológica – en mi opinión - más alucinante fabricada
por los humanos. Las imágenes hablan por sí mismas.
Tampoco
está nada mal la conocida como “máquina Z” (Instalación de Potencia Pulsada Z),
el generador de ondas electromagnéticas de alta frecuencia más grande del mundo,
situado en el Laboratorio Nacional Sandia en Albuquerque, Nuevo México.
El
equipo de alimentación de la máquina Z está sumergido en cámaras que contienen 2.000
m³ de aceite para transformador y 2.300 m³ de agua desionizada. Esto se debe a
que el voltaje inmenso que provoca su funcionamiento necesita de un entorno
aislante. A pesar de ello, el pulso electromagnético provoca un impresionante
relámpago. Es lo que pueden ver en la imagen superior.
Por
cierto, este dispositivo ha conseguido alcanzar una temperatura de 3.700 millones
de grados kelvins; la tercera temperatura más alta provocada por el hombre. Y lo
cierto es que no se sabe a ciencia cierta la razón de este hito. Pero se
especula con que pueda ser una puerta al descubrimiento de una energía
poderosísima y barata.
Lo
sé ¿Se han quedado con ganas de ver un lugar tan bonito como el Super-Kamiokande?
Tenemos
otro laboratorio encargado de estudiar neutrinos de bajas energías, el
Borexino, situado en los Laboratorios Nacionales del Gran Sasso, Italia,
Es
más pequeño, con “sólo” 14 metros de diámetro 2.200 fotomultiplicadores.
Pero
es precioso.
Por
último, tenemos el Observatorio de Neutrinos de Sudbury (SNOLAB) en Ontario,
Canadá. Es el más profundo, a 2.000 metros de profundidad. Se trata de una esfera geodésica de acero
inoxidable de 18 metros de diámetro.
En
su interior una cápsula de 6 metros está llena de 1.000 toneladas de agua
pesada con 9.522 sensores de luz.
Lugares,
todos ellos, que nos abren ventanas al saber, a los secretos que encierra el
universo.
Pero,
además, son templos dotados de una belleza innegable.
Antonio
Carrillo
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