España está pasando por serias dificultades.
Lo sé, esta afirmación no sorprende a nadie. Pero
lo que no está tan claro son las causas de tanto desaliento, de tal derrumbe
anímico. Un país que no hace mucho ocupaba el octavo lugar del mundo en
términos de P.I.B, que crecía a unos ritmos muy superiores a los de su entorno,
que había conseguido modernizarse a una velocidad tan impresionante que se
llegó a hablar del "milagro español"... ¿cómo ha podido venirse
abajo con tal brusquedad, como si de una frágil torre de naipes agitada por una
brisa leve se tratara? ¿Acaso los cimientos sobre los que se apuntalaba tal
crecimiento, tanta riqueza, no eran lo suficientemente firmes? ¿Es posible que
sólo hayamos construido fachadas hermosas?
Digámoslo con crudeza: pasamos de un extremo
(atar los perros con longaniza) a otro (comernos a los perros) porque hay
razones estructurales, y muy profundas, detrás de esta auténtica debacle. Un
25% de paro es síntoma de una enfermedad extremadamente grave. Un 40% de paro
juvenil es, sin ambages, una tragedia absoluta.
En definitiva, ¿qué es esto que llamamos España?
¿Cuál es su lugar (importancia) real en el mundo? ¿Qué futuro se le adivina?
Antes de seguir, permítanme una apreciación: se
me podrá acusar de pesimista. Lo asumo. Lo soy, y mucho. En el fondo, es un
problema de valores; lo que yo considero importante puede resultar menos
trascendente para otros. No me creo en posesión de la verdad, ni creo
traicionar a mi país manifestando mi rabia, mi frustración. Simplemente, siento
que hemos perdido una oportunidad de ser, por una vez en nuestra historia,
distintos; de poner en orden nuestras prioridades y crear un tejido social y
productivo más sólido. Como español me creo en el derecho de gritarlo como
antaño se dijo: "me duele España". Es bien cierto.
Intentaré explicar por qué.
Para ello, me voy a centrar en tres ámbitos que
considero cruciales ya bien iniciado el siglo XXI: educación, competitividad y
desarrollo tecnológico. Aportaré, además, una breve anécdota personal en cada
uno de los casos. Espero con ello enmarcar las frías cifras en un contexto
entendible.
En todo caso, todo lo que voy a contar es cierto:
les doy mi palabra.
Insisto: no esperen que sea optimista ni pretendan
un final feliz a este relato. No tengo intención de poner paños calientes. Lo
que pretendo relatar es, simple y llanamente, la realidad tal y como yo la veo.
¿Que puedo equivocarme? Por supuesto. Lo que sigue no es un dogma.
Es, ¿cómo decirlo?, una rabieta.
1.
Educación.
Estoy harto de escuchar que tenemos la generación
mejor preparada de la historia. En ocasiones me pregunto si no estamos
confundiendo cantidad con calidad.
Mi padre, por ejemplo, como muchos otros, tuvo
que aprobar un plan de estudios muy exigente, que incluía exámenes llamados
"de reválida", consistentes a menudo en pruebas orales. El carácter
oral del examen es un detalle de gran importancia: enfrentarte a un tribunal te
exige "aprehender" la lección; memorizarla, hacerla tuya. Es un
esfuerzo que deja una huella imborrable en la mente. No es un ejercicio de
memoria a corto plazo; estudio para el examen de mañana unos pocos conceptos
generales, y en apenas una semana ya no retengo nada de lo supuestamente
aprendido ¿Les suena?. En la época de nuestros padres (años 40 y 50) el temario
era exigente, el sistema inmisericorde con la pereza, y sólo unos pocos tenían
la capacidad de llegar al final del trayecto. Nuestros mayores recuerdan
afluentes de ríos, poemas imprescindibles o fechas significativas. Nosotros,
¿qué sabemos?
Cuando (afortunadamente) se universalizó la
enseñanza, progresivamente se bajaron los niveles de exigencia. Y no hablo de
que mi generación no tuviera que memorizar la lista de reyes visigodos; hago
mención a aspectos más esenciales tales como, sorpréndase, la caligrafía.
La letra de nuestros mayores es el resultado de
un trabajo exigente desde la infancia, y manifiesta un orden mental adquirido
gracias muchas horas de práctica desde pequeños. No se nace con una letra así.
Una caligrafía clara, legible y uniforme denota una mente ordenada. Habrá quien
no esté de acuerdo con lo que digo. Lo respeto. Insisto una vez más; no intento
convencer a nadie. Sólo doy mi opinión.
Francamente, me encantaría tener la letra de mi padre
o de mi abuelo. ¿A usted no? Y no lo considero un tema baladí. Lo considero
algo más que una anécdota.
En los años 70 los colegios se masificaron con la
afluencia de decenas de miles de niños producto del llamado
"baby-boom", aunque una franca mayoría no mostraban (o mostrábamos)
predisposición alguna hacia el estudio. Acudíamos al colegio porque nos
obligaban ¿Qué deciden las autoridades ante un reto de esta envergadura? En vez
de afrontar el problema crucial de la motivación, optan por lo más fácil: bajan
el nivel de exigencia curricular. Cuando afirmo algo así, no quiero que se me
malinterprete; ¿acaso defiendo la tesis de que era preferible seguir con un
sistema que fomentaba la formación de una élite intelectual, mientras una
mayoría apenas si estaba alfabetizada? Está claro que no. Los padres que no
pudieron hacer el bachillerato, una mayoría, querían que sus hijos sí
estudiaran. Pensaban que recibir una educación era el mejor regalo que podían
darle a sus hijos.
Y, ¿saben?, tenían razón. El mejor sitio para un
niño es la escuela.
Pero, ¿cómo abrir el milagro del conocimiento a
una mayoría si no hay una cultura del esfuerzo tan acendrada como en años
anteriores? ¿Cómo educar relajando la disciplina, rechazando la imposición y
denostando, cada vez más, la autoridad del maestro? Este problema ha ocupado a
mentes tan brillantes como la del catedrático y rector Alfredo Fierro, durante
un tiempo Subdirector General de Ordenación Académica, y se han instaurado
múltiples planes de estudio, en la búsqueda de una piedra filosofal: lograr que
el niño aprenda (adquiera conocimientos y destrezas) sin esfuerzo. Sin tener
apenas que memorizar; como en mi caso, un alumno de los planes de la EGB y del
BUP.
Afirmo categóricamente que en esta tarea
(utópica) hemos fracasado estrepitosamente. Así de claro. Tenemos, es cierto,
un mercado de trabajo saturado por decenas de miles de licenciados, una
alfabetización de casi el 100% y, sin embargo, me atrevo a hablar de desastre a
nivel educativo. ¿Acaso me he vuelto loco?
Permitan que me explique con un ejemplo básico
pero de enorme importancia: todos sabemos leer. ¿Cierto? Sin embargo, resulta
que según datos del gremio de libreros de España un 50% de la población
española jamás abre un libro. Hay millones de hogares sin bibliotecas, cuyos
ocupantes son "analfabetos funcionales". Ejercitan este privilegio de
la alfabetización cuando leen un menú, descifran mensajes de SMS o vislumbran
distraídos los anuncios que "engalanan" nuestras carreteras. Pero lo
cierto es que en España un 50% de la población no se asoma al universo
fascinante que ofrece la literatura, ni escudriña la prensa buceando entre
artículos que explican el por qué de una noticia. No se forman con la voz
escrita de los que son, o han sido, sabios.
En definitiva, saben leer, pero no leen. Más
exactamente, no tienen adquirido el hábito de lectura. Les da pereza. Y no me
extraña: leer implica esfuerzo, dedicación, compromiso. No es una actividad
pasiva, como ver la televisión. La lectura es un ejercicio mental
impresionante, que mantiene una parte importante del cerebro engrasada y en
buena forma.
Los colegios ¿fomentan la lectura? Tengo mis
dudas. Hay unos requisitos curriculares mínimos que se exigen para pasar de
curso, pero cometemos el error de hacer de lo accesorio (el aprobar) lo
fundamental. Un niño no debería acudir al colegio con el único fin de aprobar
el curso; lo importante es que adquiera conocimientos, que se le fomente desde
pequeño algo tan imprescindible e intangible como la curiosidad. El ansia de la
búsqueda.
Pero tengo la impresión de que no hemos sido
capaces de atraer a los niños (los adultos de hoy) hacia el asombro. ¿Quieren
una prueba? En España el índice de fracaso escolar (de niños que ni tan
siquiera supera la enseñanza básica obligatoria) supera el 30%. De todas las
cifras que voy a dar en este artículo, ésta es la más preocupante. Un país con
esta terrible tasa de fracaso no tiene futuro. Así de claro.
Y este dato penoso es un fracaso de todos. Es un
fracaso de la tribu. De padres y maestros, del sistema educativo y de los
valores que damos todos a nuestros hijos, en la escuela y en el hogar. Como no
se lee, observamos un empobrecimiento del lenguaje en ocasiones insoportable.
En cualquier ámbito. ¿Cuántas veces se escucha en la radio a un político la
expresión (inexistente) "de motu
propio", en vez de "motu
proprio"? Le propongo unas pocas frases de uso muy común, sacadas de
ejemplos reales:
·
"En contra tuyo". La locución
(en este caso sustantivo) "contra", cuando va acompañada de un
posesivo, obliga a que éste concuerde con el género del sustantivo, en este
caso femenino. Lo correcto sería "en
contra tuya".
·
"Dentro mío".
"Dentro" es un adverbio, y no es correcto el uso del posesivo. Lo
correcto sería "dentro de mí".
·
"Para nada" no existe; se debe
decir "en absoluto".
·
"Lo cree haber dicho". No se
deben anteponer clíticos en el caso de verbos que expresan, por ejemplo,
creencia. Por tanto, lo correcto sería "cree haberlo dicho"
·
"Status quo" se suele emplear en
plural, y pronunciando "quo" como llana: [estátus-kúo]. Es raro
escucharlo en su forma correcta: statu quo [estátu-kuó],
siempre singular y acento agudo en la última palabra.
·
"Este alma" Aunque sea "el
alma", es voz femenina; por tanto lo correcto sería "esta alma".
·
"Observamos que diezma la cantidad de
alumnos". El verbo diezmar no puede usarse (es impropio) como
sinónimo de merma o disminución.
·
"Guardia y custodia" no existe;
es "guarda y custodia".
Tampoco existe la expresión "a excepción hecha de", ni "en
pos mío" o "aquellos viajeros quienes tengan que hacer
transbordo...".
Podemos aportar, claro está, multitud de
ejemplos; tampoco es significativo: todos cometemos errores (basta con echar un
vistazo a este blog). No se trata de hacer un uso inmaculado de la lengua. Lo
que me extraña, en lo que incido, es en el descuido que observo entre los
profesionales de la palabra, personas que se expresan en público, que publican
en prensa y que deberían cuidar su lenguaje. No es sólo que errores (horrores
diría) como "la dije" sean muy comunes; hablo de una pobre
cultura general. Si voy a escribir un artículo en prensa, por ejemplo, la frase
"el coche explotó" es formalmente correcta, pero hasta hace poco la
Real Academia de la Lengua definía como barbarismo
el uso del verbo "explotar" en el sentido de hacer explosión o
deflagrar. ¿No sería mejor escribir el "coche explosionó"? ¿No
merecen los lectores u oyentes esa deferencia? Piensen: existen los sustantivos
deflagración y explosión, pero explotación es algo distinto.
No leemos, insisto en ello, y nuestra expresión
oral y escrita se resiente. Se reduce el léxico al mínimo y, en consecuencia,
nos acostumbramos a vivir (escuchar) un universo simbólico desprovisto de
matices. Una realidad de titulares y mensajes diminutos, como los de un
teléfono móvil. Nuestra capacidad cognitiva se adapta al tamaño de Twitter.
Hemos pasado de los exámenes orales a los de tipo test.
Los maestros pueden dar fe de esto que digo.
Pero, además, contamos con elementos de valoración objetivos, como el informe
PISA elaborado por la OCDE. En el informe de 2009 se destaca la baja
comprensión lectora de los estudiantes españoles, con unos índices de lectura
muy bajos. Es interesante el dato de que hay un nivel extremadamente bajo entre
los adolescentes de lo que denominan "lectura por placer", un aspecto
en el que vamos a peor año tras año. Si a un joven de apenas 14 años se le
obliga a leer unos pocos capítulos del Quijote, cumpliendo con lo que
establecen unos planes de estudio, para luego hacer un breve resumen, lo más
probable es que no vuelva a esta novela en su edad adulta ¿Acaso me equivoco?
Las humanidades no lo son todo, se me dirá. Es
cierto. Observamos enfermedades en las ramas de las ciencias igual de
preocupantes. Lo veremos más adelante. Pero creo que la comprensión lectora es
el instrumento fundamental por el que se adquiere cultura, se forma el espíritu
crítico y se cultiva la mente. Fallamos en lo básico, y los efectos se notan en
la misma universidad, con alumnos incapaces de asimilar textos y cuya expresión
escrita es, a menudo, paupérrima. Mientras tanto, los departamentos
universitarios se pueblan de entes oscuros (ayudantes, profesores suplentes,
titulares o catedráticos) que acaban desistiendo desencantados de todo esfuerzo
que no redunde en su favor, preocupados por su promoción dentro de la jungla
(competencia) universitaria. Si quieren ver zancadillas, no acudan a un campo
de fútbol; las más alevosas se producen en el seno de los departamentos
universitarios.
La falta de motivación llega, así, a los últimos
estamentos del sistema educativo, y los profesores universitarios se convierten
en engranajes de una chirriante cadena podrida de herrumbre. Por supuesto, esto
es una generalización; hay profesores magníficos y comprometidos con su tarea
formativa. Sólo afirmo que nuestro sistema educativo adolece de defectos
importantes en todos sus niveles, y que poco o nada se hace por subsanar esta
triste realidad. Y hacer recaer toda la culpa en un profesorado desmotivado
sería injusto. Muchos docentes arrojan la toalla cuando no son los niños los
que suponen un problema. A menudo el verdadero problema radica en la actitud de
los padres, en un estamento político sólo preocupado por cuestiones
presupuestarias y en un abandono general de todos, que no vemos en la educación
la principal inversión que se hace por la prosperidad futura. No tenemos
perspectiva ni rumbo.
Si quiere saber algo de cualquier sociedad,
pregunte por cómo trata a sus maestros. Ese dato le dará la medida de su
grandeza.
(Anécdota
personal: hace muchos años (unos 14), el departamento de Derecho Procesal de
una universidad pública contactó conmigo. Querían que colaborara en una
investigación en el ámbito jurisdiccional que tenía que ver, en lo que me
concernía, con la comunicación no verbal, asunto al que me dedicaba por
entonces. Durante meses participé en un ambicioso proyecto, hasta un día que
recibí una llamada telefónica del catedrático involucrado. No sabía cómo
disculparse, pero se habían quedado sin financiación para el proyecto ¿Cómo era
posible?
Tuvo
que confesarme avergonzado que buena parte del dinero se había desviado a
gastos tanto del rectorado como del decanto; en concreto, facturas en
marisquerías, viajes a ciudades costeras y gastos similares. Una investigación
prometedora sobre los factores psicológicos que intervienen en la toma de
decisiones por parte de los órganos jurisdiccionales a lo largo de todo el
camino procesal, gastada en langostinos y percebes.)
Competitividad.
A menudo los políticos justifican las subidas de
precios en los servicios públicos escudándose en que son más baratos que en
Alemania, Inglaterra o Francia. Es una política de marketing muy peligrosa,
porque enseguida tiene respuesta: los alemanes o ingleses ganan mucho más que
nosotros por hacer lo mismo. La equiparación de precios es un absurdo evidente
¿Cómo vamos a pagar lo mismo si ganamos la mitad?
Ahora bien, hay una pregunta interesante; ¿por
qué un alemán gana más dinero que su homólogo español?
La respuesta es simple: los alemanes ganan más
porque son más competitivos. Esto quiere decir que en Alemania el trabajador
rinde más y mejor, genera más riqueza con su actividad y, por consiguiente,
está mejor pagado.
¿Quiero decir con esto que en España somos más
vagos? ¿Es cierto el tópico del español perezoso, que se pasa el año de festejo
en festejo, trabajando menos horas que nadie y disfrutando del maravilloso
clima del Mediterráneo?
Para contestar a esto, nada mejor que los fríos
datos. El World Economic Forum (WEF) publica un informe denominado el “Global
Competitiveness Index” (GCI), que es el dato más fiable para medir la
competitividad real de un país. Pues bien, la economía española, (la 12 del
mundo en términos de P.I.B. a día de hoy) ocupa el puesto 42 en competitividad.
¿Saben por qué?
En términos de calidad de educación primaria (la
fase inicial en la que se aprende a leer, contar y escribir) ocupamos ¡el
puesto 93! Todavía es peor cuando se evalúa la calidad general de nuestro
sistema educativo; a pesar de que la universidad no obtiene malos resultados,
ocupamos el puesto 107. ¿No les parece significativo?
Pero el asombro es mayor cuando sale a la luz un
estudio de la OCDE del año pasado, en el que se demuestra que los españoles son
los europeos que dedican más horas al trabajo. El mito de la siesta y la fiesta
se derrumba. Los alemanes trabajan menos horas que los españoles y, además,
disfrutan de una media de 40 días de vacaciones al año frente a los 36 de los
españoles. Los tres países con más días libres en Europa son Finlandia,
Alemania y Francia. Si en España dedicamos una media de 4,6 horas diarias al
trabajo remunerado, en Alemania dedican 3,75 horas. Trabajamos más que los
noruegos, ingleses, belgas o daneses. ¿Por qué, entonces, cobramos mucho menos?
Creo que, finalmente, sí voy a tirar de tópico.
La ocasión lo merece, y me ofrece la oportunidad de dar voz a un español
(cordobés) de hace 2.000 años, el estoico Séneca. Preguntado por su país de
origen, se refirió supuestamente al mismo con la frase "quot capita tot sententia"; es
decir, hay tantas cabezas como pareceres. Con ello quería dar a entender que
los hispanos somos gentes propensas a la disparidad de criterios.
(Seré riguroso:
en honor a la verdad, la frase que mi profesor de latín atribuyó en su día a
Séneca parece ser que la pronunció, en realidad, Quinto Horacio Flaco, y su
literalidad es "quot cápita, tot sensus" (cuantas cabezas tantas
opiniones). También se le atribuye a Terencio la expresión "quot homines,
tot sententiae" (cuantos hombres, tantos pareceres). En ambos casos no se
hacía referencia a la Hispania romana. Dicho queda.)
Sea como fuere, parece claro que los españoles
rendimos menos que los alemanes trabajando más horas porque nos centramos peor
en la tarea. Perdemos demasiado tiempo en cuestiones de procedimiento, la toma
de decisiones es más lenta y nuestra capacidad de liderazgo presenta claras
lagunas en aspectos tales como la delegación de tareas.
En una labor de investigación que realicé hace un
tiempo, comprobé empíricamente que los directivos españoles dedican un 30% de
su tiempo a cuestiones de procedimiento que debían estar previamente regladas y
asumidas. Además, observé que perdían mucho tiempo en discusiones banales, que
no afrontaban la naturaleza del problema ni aportaban soluciones al mismo. Las
reuniones de trabajo representaban en muchos casos una pérdida de tiempo
inaceptable. Los dirigentes tenían una preparación escasa en dinámica de
grupos, y no había quien encauzara las discusiones de manera adecuada. Cuando les pasaba a los directivos una
grabación de su reunión, con un desglose del tiempo por tipo de actuación, se
echaban las manos a la cabeza. No tenían ni idea de estar malgastando su
precioso tiempo hasta esos extremos.
Por cierto; en la tarea de formación de dirigentes,
lo primero que hacía era enseñar a escuchar. No a oír, que es cosa distinta.
No nos falta inventiva, pero nuestra
perseverancia es deficiente. A esto se suma un nivel bajo de identidad con la
organización en la que trabajamos, una conciencia corporativa deficiente. Si ni
tan siquiera somos capaces de ponernos de acuerdo con el tipo de país que
queremos, mucho menos nos involucramos íntimamente con el desarrollo de nuestra
empresa.
Los fundamentos de una ética del trabajo se
construyen desde la base, desde la infancia. No puede ser casualidad que
fracasemos en la educación primaria; desde niños relajamos la concienciación
cívica, que implica una identidad no sólo como individuos, también como
ciudadanos. Weber afirmó que el capitalismo hunde sus raíces en la psicología
protestante, en tanto el individuo producto de la reforma se responsabiliza de
su propia vida (de su salvación) en mayor medida que un católico. Creo que algo
de cierto hay en este análisis.
(Anécdota
personal: hace años, el profesor de un Máster de negocio y derecho marítimo nos
contó un suceso acaecido hacía poco tiempo en un astillero español. Según nos
dijo, un buque de carga japonés sufrió una avería importante, y fue remolcado a
los astilleros españoles para su reparación. En el ambiente se respiraba una
fuerte tensión: los costes que suponen tener un buque paralizado son enormes.
Los
operarios españoles se introdujeron en las entrañas del monstruo. Transcurrió
una hora, dos, tres. Finalmente, fueron saliendo. Habían aprovechado la pausa
estipulada para echar un pitillo y comentaron que el asunto pintaba mal. Que al
menos unos días iba a estar el buque en dique seco. El capitán japonés,
frenético, comunicó de inmediato con su armador. Recibió la orden de que no se
trabajara en la nave. 19 horas más tarde un curioso grupo de unos veinte
japoneses, todos embutidos en un uniforme similar de color naranja, llegaron
portando herramientas y en silencio se introdujeron en la bestia de acero.
Pasaron las horas y los operarios españoles, que asistían curiosos desde el
muelle, empezaron a preocuparse ¿Y si les había pasado algo?
Menos
de 24 horas más tarde la procesión naranja de pequeños individuos con casco
apareció por una escotilla y abandonó el buque. Dos horas más tarde la nave
abandonaba el puerto.)
Investigación
y desarrollo
Los países pueden optar por dos estrategias:
ofrecer una mano de obra barata u optar por un trabajo altamente especializado
e invertir en innovación. La riqueza de los EEUU radica en la cantidad de
patentes que genera gracias a que disponen de centros de investigación de alto
rendimiento y unos departamentos empresariales que invierten en I+D una parte
considerable de sus beneficios.
EEUU, Francia o Inglaterra han afrontado la grave
crisis en la que estamos inmersos aumentando entre un 8 y un 6 % la cantidad
que dedican a investigación. El mensaje es claro: la única salida posible a la
crisis pasa por un esfuerzo extraordinario en generar ideas, inventos, en
mejorar la productividad mejorando el rendimiento de la maquinaria.
Pues bien: España ha decidido no aumentar su
gasto en I+D. Tampoco lo ha congelado. Lo que hemos hecho ha sido disminuir la
inversión ¡un 25%!. Para que se me entienda: hemos pasado de invertir en
investigación un 0,40 del PIB (en 2009) al 0,25 (en 2012). En unos pocos años
nuestro nivel tecnológico llegará a niveles de 1985.
Es éste un problema endémico. España está a la
cola en investigación y el número de patentes por millón de habitantes es
ridículo: 25.
Reflexionemos: ¿cuántos premios Nobel tenemos en
apartados científicos, como en física, matemáticas o química? Sólo Severo Ochoa
(que realizó casi la totalidad de su trabajo en el exilio) y Ramón y Cajal,
ambos premios Nobel de medicina. Es un bagaje paupérrimo para un país que pretende
estar en el grupo de cabeza. Italia supera la decena de científicos
galardonados. Francia tiene a más de 40. Dinamarca, un país tan pequeño, tiene
9 premiados. Bélgica, 5. ¿No les parece significativo?
En España, la triste realidad es que los
investigadores premiados internacionalmente dedican el dinero de estos premios
para pagar a los becarios que colaboran con ellos. Y esto no es una
exageración. De todos modos, ¿contamos con algún dato estadístico que nos ayude
a comprender la magnitud del problema?
La Fundación BBVA realizó hace un mes un estudio
en once países, 10 europeos y Estados Unidos, con la intención de evaluar tanto
la vinculación de la población con la ciencia como su nivel objetivo de
conocimientos. Los datos son los siguientes:
·
Sólo un 22% de los españoles encuestados muestran
un nivel alto de conocimiento científico, frente al 50% de Dinamarca o Países
Bajos.
·
El 46% de los españoles no es capaz de citar a un
solo científico, frente a un 27% en la media de los países europeos. Ni siquiera
conocen a Einstein o Newton.
·
En lo que respecta al nivel objetivo de
conocimientos científicos, lo españoles obtienen un promedio de 11,2 respuestas
correctas sobre 22 preguntas sencillas. Obtenemos el nivel más bajo de toda
Europa.
Por si sirve de ejemplo, un 10% de los españoles
creen que el Sol gira alrededor de la Tierra. ¿Qué porcentaje creerá que la
Tierra es plana?
Una población con tan grave merma en su
conocimiento de la ciencia navega en una vida ciega a todo rumbo y destino, y
es fácilmente manipulable ¿Cómo distinguir lo verdadero de lo falsario sin
elementos de juicio? La superstición y la vacuidad se apoderan de lo cotidiano,
y un país que deja de recibir respuestas se olvida de hacer las preguntas. La
forma del universo, los avances en biomedicina o los experimentos que nos abren
una ventana a las partículas elementales son asuntos de tal importancia que no
se los puede dejar en manos sólo de los científicos. En ellos se define lo que
soy, el lugar en el que vivo o el destino que nos aguarda como especie ¿Qué
puede haber más importante?
Los políticos tienen una clara responsabilidad en
todo esto. Ellos son los que diseñan los planes de estudio, los que definen la
programación de la televisión pública y los que financian proyectos de divulgación
científica. Aunque los datos de este estudio nos deben hacer sonrojar a todos,
creo que los dirigentes políticos deberían tomar nota. Por desgracia, la clase
política no solo no apoya con fuerza la investigación y desarrollo, sino que a
menudo supone una traba para nuestros empresarios más vanguardistas. Lo veremos
enseguida.
Pero antes, no quería dejar de decir esto: a
España no le faltan ingenieros. Unas recientes investigaciones demuestran que
el número de patentes que registra un país guarda relación directa con el
número de trabajadores de escala media en temas técnicos. Es decir, de lo que
llamamos formación profesional. Como es norma en otros órdenes de la vida, la
respuesta no está en la élite, sino en la clase media; en un sustrato amplio de
profesionales que tienen ideas y deciden llevarlas a la práctica, de jóvenes
con una titulación media que realizan experimentos en los garajes de sus
padres. Sin embargo, en España la formación profesional está mal vista.
Así nos va.
(Anécdota
personal: un ingeniero de telecomunicaciones, que trabaja en una importante
empresa de tecnología aerospacial, me contó hace pocos años que acababa de
llegar de la principal feria mundial de ingeniería del espacio. La experiencia,
me confesó, había sido terrible.
A
pesar de lo dicho anteriormente, España es un país que es competitivo en
determinadas actividades de índole industrial: procesado de alimentos, energías
alternativas, componentes de automoción, diseño y tecnología de la
construcción, agricultura ecológica o tecnología aeroespacial. Por ejemplo,
cuando vea por televisión a los atletas competir en los próximos juegos
olímpicos de Londres, sepa que la pista de atletismo ha sido diseñada y
construida por españoles. Y son españolas las empresas que van a construir el
próximo tren de alta velocidad a la Meca. Sin embargo, incluso en aquellos
ámbitos en los que somos competitivos, nos enfrentamos con problemas de orden
estructural y/o político. Y lo que sucedió en la feria a la que hago referencia
es buena prueba de ello.
En
un encuentro de esta envergadura los empresarios cuentan con el respaldo del
gobierno, que apoya con su presencia la fiabilidad y viabilidad técnica y
administrativa de cualquier proyecto que se plantee. En estos casos, lo
importante es que el ejecutivo transmita coherencia y seguridad jurídica, éste
último un elemento esencial a la hora de hacer negocios. Sin embargo, en el
caso de España, hubo un problema; había dos ministerios involucrados: industria
e innovación, y ambos enviaron delegados.
Los
posibles compradores extranjeros se mostraban confundidos. ¿Cuál era el
interlocutor? Porque, para más inri, había una disputa abierta entre la cúpula
de ambos ministerios, y en ocasiones las opiniones eran divergentes.
Ambos
ministros se llevaban mal y, en consecuencia, la imagen de España resultó
dañada. Frente al grupo homogéneo y firme de franceses o alemanes, los
españoles parecía que íbamos de feria de abril, con varias casetas abiertas).
Antonio Carrillo
Gracias Antonio. Sin paños calientes. También yo veo así la realidad española.
ResponderEliminarI totally agree with you. English education is much better than Spanish, with more work placements and less focus on facts.
ResponderEliminarCertero y frontal.Ojalá te sigan y logres abrir cabezas. Gracias Antonio
ResponderEliminarNo podría estar más de acuerdo, si solo la mitad de esa gente que dice que dirige nuestro país pensara así....
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo. Y una vez realizado el análisis de las causas, ¿Qué podemos hacer cada uno de nosotros por modificar esta necia realidad? Yo propongo un ingrediente a la receta: el concepto sobre la utopía que comparte, con quien quiera escucharle, Eduardo Galeano: "La utopía sirve para caminar".
ResponderEliminarTengo 47 años, he trabajado desde los 18, he dado biberones al tiempo que estudiaba y trabajaba, llevo 15 meses sin trabajo, mi última posición profesional como emprendedora, y ahora más que nunca: La utopía me sirve para caminar.
Hemos roto el juguete, pero debemos seguir luchando para repararlo o fabricar uno nuevo. Los niños siguen necesitando jugar. Los hombres y mujeres que serán mañana necesitan tener un horizonte por el que ilusionarse y con el que soñar.
Gracias Antonio, como siempre leerte nos alimenta el espíritu.
todo el mundo va a sentir este äpretao" economico.la culpa es de Rothschild y los Bildebergers.palabras no arreglan esto.
ResponderEliminarEstimado Antonio, has puesto el dedo en la llaga. Ahora bien, ¿cómo vamos a solucionarlo entre todos?
ResponderEliminarMuy, muy interesante! Y cuánta razón tienes! Ojalá sirva para abrir los ojos a los que todavía creen que "España va bien".
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