En la película Senderos de
gloria, de Stanley Kubrick, el general interpretado por Adolphe Manjou le
explica al coronel (Kirk Douglas), desde la mullida comodidad de su sillón, las
razones por las que tiene la intención de ejecutar a tres soldados al azar del
batallón.
-
"Las
ejecuciones serán un tónico para la división. Hay pocas cosas más alentadoras y
estimulantes que ver morir a un ser humano.
-
Nunca
pensé en ello, señor.
-
Verá. Los
soldados son como niños. Los niños quieren un padre estricto y los soldados
quieren disciplina.
-
Entiendo.
-
Y una
buena forma de mantenerla es fusilar a un hombre de vez en cuando."
Por un lado, los
barracones enfangados en los que se hacinan los soldados; por otro, los cómodos
salones en los se entibia el plácido aroma de un puro bañado en coñac. Es una
frontera infranqueable, tan sólida como la alambrada de la trinchera. Oficiales
a un lado, soldados rasos al otro.
Dos senderos que son
bifurcaciones. Que siempre han tomado distintos derroteros.
Una historia mil veces
repetida.
Por cierto. Es una
película del año 1957. No se pudo estrenar en Francia hasta 1975. Suiza
prohibió su estreno.
En España se estrenó en
1986
El 1 de agosto de 1752 una
compañía italiana representa en la primera sala del Palacio Real de París, sede
de la muy formal Académie Royale de Musique, una breve ópera bufa del
(ya fallecido) compositor italiano Pergolesi: La Serva Padrona.
Se trata de apenas 45
minutos de música y chanza, un intermedio que aligera el tiempo de espera entre
dos actos de una plúmbea obra del arribista, cortesano y pomposo Jean Baptiste
Lully, quién moriría más tarde al golpearse el pie con el bastón que utilizaba
a modo de batuta.
No llega a una hora, digo.
Pero el escándalo es monumental ¿Cómo se permite que algo tan chabacano y
pueblerino se interprete entre tan sacrosantos muros? Bastante tenía la nobleza
con aguantar los disparates de ese tal Moliere, que fustigaba con sus obras la
riqueza, la iglesia o el honor.
Se produce un escándalo
mayúsculo. A un lado de la sala, en el conocido como "rincón del
rey", la nobleza silba y protesta mientras, justo enfrente, en el llamado
"rincón de la reina", los intelectuales e ilustrados aplauden la
espontaneidad y frescura de la obra. Se inicia este día una guerra incruenta
conocida como "la guerra de los bufones". Es una contienda en la que
se cambian espadas por plumas, cañones por panfletos. A un lado, Rameau o
Lully; al otro, Rousseau o Diderot, que un año antes había publicado el primer
volumen de la "Enciclopedia".
Dos años más tarde los
cantantes italianos acaban siendo expulsados de Francia y en 1959 la
"Enciclopedia", que ensalza la tolerancia religiosa, se incluye en la
lista de libros prohibidos por la iglesia.
De nuevo, dos maneras de
asumir la realidad. Dos filosofías de la naturaleza misma de la vida. Algo más
que dos corrientes ideológicas.
Dos maneras de entender la
esencia misma de lo humano.
A veces toca tomar
partido. Ser de los que fusilan o de los fusilados. Abuchear o aplaudir.
En ocasiones las mareas de
la historia confluyen y te piden una respuesta.
Y no siempre es fácil. En
un poema León Felipe escribió:
Cuando estaba solo y recostado
al borde del camino,
unos hombres,
con trazas de mendigos
me han dicho:
"Ven con nosotros, peregrino".
Y otros hombres,
con portes de patricios,
que llevaban sus galas intranquilos
me han hablado lo mismo:
"Ven con nosotros, peregrino".
Yo a todos los he visto perderse
allá a lo lejos del camino.
Y me he quedado solo,
sin despegar los labios,
en mi sitio.
Pero a veces esta opción,
la del silencio, que sería la nuestra, resulta imposible.
Fusilado o de los que
fusilan.
Por un sendero de inciensos
o de bufones.
Muestra de qué color es tu
corazón.
Porque toca despegar los labios y gritar.
Hasta romper la garganta.
Hasta romper la garganta.
Antonio Carrillo.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarPor supuesto fusilan todos, mendigos o nobles. Por eso, ante el vocinglero, preferimos la opción de no despegar los labios.
ResponderEliminarEste artículo pretende ser un alegato contra la intolerancia. Nada más. Nada menos.