El homo sapiens es un animal con
una curiosidad infinita, muy osado. Desde niño se asoma al vértigo del desafío
que resulta de vivir bajo el yugo de la consciencia.
Además, es una especie con una
pésima memoria grupal a largo plazo.
De tamaña osadía e inconsciencia
resulta una combinación fatal, que nos hace temerarios e irresponsables.
Lo que sigue es un ejemplo.
La especie humana sobrevive en un
planeta rocoso e inquieto, con una intensa actividad magmática. El dios Hefestos,
feo y deforme, agita las entrañas de la corteza terrestre, martilleando su fragua
con la ayuda de cíclopes, los enigmáticos Cabirios y mujeres robot hechas de
oro, en un ejercicio de fuerza y destrucción inconmensurable. Siempre
malhumorado, supongo que por las constantes infidelidades de su bellísima
esposa Afrodita.
El suelo bajo nuestros pies no es
en absoluto firme. Terremotos y volcanes nos recuerdan que navegamos embarcados
en finísimas placas de piedra sobre un océano profundo e incandescente de roca
fundida que llamamos manto.
Hay lugares especialmente
peligrosos; aquéllos en los que las placas tectónicas, en constante movimiento,
chocan unas con otras. En ocasiones una placa se introduce bajo la otra casi
verticalmente, creando con ello inmensos abismos. A este tipo de subducción se
la denomina “subducción Mariana”, y provoca poca actividad sísmica. Pero si
ambas placas chocan casi horizontalmente, generan a su vez un roce enorme que
provoca una energía impresionante; es la “subducción chilena”. El 90% de los
terremotos suceden en estos lugares, por lo que no resultan en absoluto seguros
ni recomendables como asentamientos humanos permanentes.
Hay un gigantesco anillo que
circunda el Océano Pacífico; el denominado “cinturón de fuego”, que concentra
casi toda la actividad tectónica; y en el cinturón de fuego hay un punto en
concreto en donde confluyen no dos, sino tres placas. Es un lugar en donde la
Placa de Filipinas empuja desde el sur a la placa de Eurasia, y se desliza por
debajo. Al mismo tiempo, la placa del Pacífico empuja desde el este,
ocultándose (subduciendo) por debajo de las dos anteriores. Son subducciones
del tipo chileno.
Toda tierra firme a kilómetros a
la redonda de este choque de titanes acumula una cantidad inimaginable de
energía, y cualquier falla es un indicio de peligro que debe tenerse en
consideración. En concreto, a 300 kilómetros del punto de encuentro se ha
descubierto hace 10 años una falla que, en algunos tramos, se acerca apenas a 4
kilómetros de la superficie.
Este lugar es peligrosísimo, porque
es un probable hipocentro, el lugar donde se origina un terremoto. El
epicentro, del que siempre hablan los noticiarios, es sólo el punto de la
superficie terrestre situado en la vertical del hipocentro. Pues bien, cuanto
menor es la distancia entre el hipocentro y el epicentro, más devastador será
el terremoto. Un terremoto de escala 6,5 cerca de la superficie puede resultar
más dañino y provocar más muertos que uno de 8 a muchos kilómetros de
profundidad.
En resumen; hay un lugar en
nuestro planeta, que forma parte del cinturón de fuego, en el que confluyen
tres placas muy activas, en una subducción tipo chileno y con fallas (posibles
hipocentros) apenas a 5 kilómetros de profundidad. En teoría, el sentido común
presupone que sobre tal espanto no habrá sino una presencia humana testimonial.
Pues no. En la vertical de este
leviatán, y como ejemplo clamoroso de la estulticia humana, encontramos el área
metropolitana más poblada del planeta: el Gran Tokio, con 38 millones de
personas y una densidad de población de 14.000 personas por kilómetro cuadrado.
Para que se hagan una idea, esta densidad duplica la de Nueva York.
Los datos son tozudos y claros: se
sabe que con una periodicidad de unos 70 años la zona de Tokio sufre la
sacudida de un gran terremoto ¿Cómo de grande y destructivo puede ser el
terremoto? Depende de varios factores.
El dato más significativo es el
tiempo transcurrido desde el último terremoto. Las placas no se detienen en su
avance, y acumulan tensión y energía hasta que se acaban rompiendo. En este
brusco y repentino encaje desplazan una inimaginable porción de material
sólido, lo cual genera energía en forma de ondas sísmicas capaces de destruir
todo lo que haya en la superficie. Antes comenté que en Tokio los terremotos se
suelen dar cada 70 años. Pues bien, el último terremoto se produjo en 1923, el
terremoto de Kantó, con 143.000 muertos.
Hace 92 años. 22 años sobre la
media de 70 años.
La falla de Tokio, por
consiguiente, ha acumulado una tensión catastrófica en todo este tiempo, porque
no ha habido un gran terremoto que liberase parte de la presión acumulada. No
es especulación, son hechos y evidencias.
En marzo de 2011 hubo un
terremoto inmenso al norte del país, con una intensidad que se calcula en 9,1
en la escala de Magnitud de Momento. Uno de los mayores terremotos jamás
registrados en la historia de la humanidad.
Un breve inciso: he hablado de
Escala de Magnitud de Momento y no de 9,1° en la Escala de Richter, como es
norma en la prensa. Es curioso saber que la escala de Richter sólo mide
terremotos con una magnitud entre 2,0 y 6,9. Por consiguiente, un terremoto con
una magnitud de 7,8, por ejemplo, no se puede medir por la escala de Richter.
Recuérdenlo la próxima vez que lo escuchen por la radio o la televisión. Es un
error incomprensible; como hablar de “coeficiente de inteligencia” en vez de
“cociente de inteligencia”.
El terremoto de 2011 movió el eje
del planeta 10 centímetros, y el tsunami alcanzó la otra orilla del Pacífico.
Para que se hagan una idea, en unos segundos se generó una cantidad de energía
equivalente a 600 millones de bombas atómicas.
Sí, han leído bien.
El terremoto acabó con la vida de
16.000 personas, y a día de hoy 250.000 personas viven desplazadas lejos de sus
hogares.
El problema es que el terremoto
del 2011 no sólo no ha liberado de tensión la zona de Tokio, sino que parece
haber aumentado la presión en la capital nipona a niveles preocupantes.
No se trata de preguntarse si
puede haber un gran terremoto en Tokio. La pregunta es cuándo se producirá el
desastre, y cuáles podrían ser las consecuencias.
Con tales niveles de tensión, y
teniendo en cuenta que el hipocentro en Tokio se encuentra en un rango que
oscila entre 25 y 5 kilómetros, podemos especular con la idea de que se pueda
producir un temblor que supere una magnitud de 9 y pueda acercarse al nivel 10
e incluso 11 de la escala de Marcoli; es decir, podemos hablar de un seísmo
catastrófico.
El tipo de construcción tradicional
en Japón, con casas de madera muy flexible y de una sola planta, resiste muy
bien los terremotos. Sin embargo, el Tokio de hoy en día es una ciudad con
edificios altos, vulnerables a los temblores fuertes. Por muchas medidas
preventivas que se sumen al proyecto de construcción de un edificio, la fuerza
de la naturaleza, cuando se expresa en toda su crudeza, es incontenible. Nada
resiste a un terremoto como el que describo.
El posible colapso de Tokio
afectaría a empresas de la importancia de Sony, Yamaha, Panasonic, Honda,
Toyota, Kawasaki, Nintendo, Toshiba o Hitachi, entre muchas otras. No tanto a
la producción como al descabezamiento de la cúpula directiva y los órganos de
decisiones. Recordemos, además, que Tokio es el centro financiero de Asia. Un
corte prolongado de comunicaciones en la capital de Japón tendría efectos
inmediatos sobre la economía mundial. Además, la capital de Japón es un emporio
que genera un producto interior bruto de 1.315 billones de dólares; el mayor
del mundo en un solo núcleo urbano.
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Tanto y tan importante, todo ello
situado sobre una zona de altísimo riesgo. Resulta incomprensible.
Hay un dato que llama
poderosamente la atención. La vivienda en Tokio es extremadamente cara. Pues
bien, las compañías de seguros no aseguran las viviendas contra los terremotos.
Tan sólo existe una cobertura que alcanza al 30% del valor de la vivienda y que
se incluye como una extensión del seguro de incendios. ¿No les parece
significativo?
Se me dirá: son japoneses, lo
tendrá previsto. Estarán preparados.
Todos sabemos (o creemos saber) lo que sucedió en el
terremoto del 11 de marzo del 2011 en la central nuclear de Fukushima. A pesar
de encontrarse en una zona de alto riesgo sísmico y cerca del océano, en donde
podían darse tsunamis de 40 metros, la central estaba protegida por un muro de
contención de apenas 6 metros. Una ola de 20 metros arrasó con todos los
sistemas de apoyo crítico, que sustentaban los mecanismos de seguridad de la
central. Al cabo de unas semanas de desinformación y medias verdades, la
Agencia de Seguridad Nuclear reconoció que el accidente había alcanzado el
nivel 7, con la fusión del núcleo de tres reactores. Tan sólo se ha alcanzado
el nivel 7 en otra catástrofe, la de Chernóbil.
Por cierto, el 27 de abril se
detectó radiación en la atmósfera en España, procedente del accidente en Japón.
El terremoto del 2011 provocó al
menos dos incidentes nucleares más: un incendio en el edificio de turbinas de
la central nuclear de Onagawa, y un fallo en un sistema de refrigeración de la
central nuclear de Tokai. 11 centrales nucleares se pararon.
¿Qué riesgo de fuga radioactiva
supone un gran terremoto en Japón? En la década de los 60, a instancias de
empresas de los Estados Unidos, Japón apostó fuertemente por la energía
nuclear, y el gigante asiático se convirtió en el tercer mayor productor
mundial. En la actualidad hay 52 reactores nucleares en Japón.
Son muchos.
Insisto; son todos datos.
¿Estoy diciendo que es inminente
un terremoto apocalíptico en Tokio? No. Sí tengo la certeza de que la ciudad
sufrirá una gran sacudida, pero es posible que alcance unos niveles para los
que está preparada. Es posible que haya varias sacudidas menores que liberen la
tensión acumulada. En mayo del año pasado, por ejemplo, hubo una sacudida que
alcanzó un nivel 6 y que no provocó ninguna muerte.
Si mañana me invitaran a visitar
Tokio, acudiría sin pensármelo. Es más probable que sufra un accidente de
tráfico que resulte herido por un terremoto estando de visita en Tokio. Los
datos se deben analizar desde la sensatez y no desde el catastrofismo.
Pero bajo el suelo de Tokio se
están generando unas fuerzas que podrían ser incontenibles. Recordemos el
huracán Katrina en los EEUU, el mayor desastre de la ingeniería civil de la
historia de Norteamérica. El país más avanzado del mundo hincó sus rodillas
ante el embate de una naturaleza incontrolable e incontenible. Fue una cura de
humildad de la que deberíamos aprender si tuviéramos memoria.
Sigo sin entender cómo hemos
levantado el mayor núcleo urbano del planeta sobre una zona sísmica de altísimo
riesgo, acaso la más peligrosa del mundo. También San Francisco vive con una
permanente espada de Damocles. Y una sucesión de catástrofes nucleares tendrían
gravísimas consecuencias medioambientales a un nivel global. Y si se desmorona
Tokio peligra la tercera economía del planeta, lo que pondría en peligro la
estabilidad financiera y mercantil en todo el mundo.
Y podría haber cientos de miles
de muertos, infraestructuras destrozadas, gravísimos incendios y pérdidas de
billones de dólares que repercutirían en un mercado globalizado.
¿Va a suceder?
Es posible.
Y la simple posibilidad de que suceda, el que los datos resulten tan preocupantes, me aterra.
Antonio Carrillo