lunes, 21 de marzo de 2011

Libro recomendado: "El fin de una época"



 El Periodismo según Iñaki Gabilondo






Titulo
El fin de una época
Autor
Iñaki Gabilondo
Editorial
Barril Barral
ISBN
978-84-937707-4-7






El año 2010 asistimos al cierre de CNN+, una cadena de televisión que dedicaba las 24 horas al análisis de la actualidad. Justo Instantes después de que dejara de emitir sus informaciones, sus reportajes o sus entrevistas, el país entero perdió un poco de libertad. Cuando un periódico, una radio, un espacio informativo en internet o una cadena de televisión calla, se silencia a un periodista, y todos nos volvemos un poco más sordos sumidos en el estruendo de la basura.

Sobre todo, si lo que sustituye al periodismo, a la información y la opinión, es la imagen repetida de un joven que dormita a las 11 de la mañana, o la charla intrascendente de unos ciudadanos que concursan en un programa intrascendente. Es un insulto a todos, una vergüenza de la que somos responsables todos, una tragedia para todos que todos nos hemos buscado.

Unos meses después, el periodista más conocido de CNN+, y posiblemente de España, publica un libro con el título "El fin de una época". Y uno espera que abra la caja de los truenos.

Pero Iñaki Gabilondo viene a poner cordura y templanza donde otros ponemos encono, y analiza desapasionadamente el estado actual de la profesión periodística. No descalifica, sino desbroza razones que expliquen la situación que vivimos. Periodista hasta que muera, Gabilondo propone una reflexión en el plano axiológico sobre lo que supone informar, sobre la industria del periodismo y los criterios economicistas que han monopolizado todo, hasta ahogar al mismo aire.

Los periodistas, nos dice Gabilondo, vigilan mas el numero de oyentes o lectores que la verdad de lo que cuentan. Al fin y al cabo, las empresas periodísticas tienen que ganar dinero, porque tener beneficios es la finalidad última de una empresa privada; y el número de oyentes o lectores tiene un reflejo inmediato en los ingresos publicitarios.

El problema es que la información en sí, el oficio periodístico, está sujeto a unos principios básicos que, si no se cumplen, desvirtúan su cometido. Un periodista trabaja para un empresario, pero él no es empresario. A menudo es lo contrario a un empresario. Donde uno busca beneficios, el otro busca la verdad.

Gabilondo se muestra tajante: si eliges esta profesión es porque te importan los demás, porque tienes la intención de servir a la sociedad. No se comienza la carrera de periodismo pensando en hacerse rico. Al menos no en su época.

Te tiene que interesar el ser humano, las distintas realidades que nos conforman y los distintos puntos de vista. Un periodista tiene que tener una visión holística, no parcial, y debe formarse durante toda su vida viajando, leyendo, acudiendo a conciertos o escuchando a los demás con auténtico interés. Con los únicos con los que conviene poner algo de distancia es con los que ostentan el poder. El periodista no trabaja para ellos, sino para informar de lo que ellos hacen. Sobre todo si lo hacen mal.

El periodismo no es el primer poder. No legisla, juzga ni gobierna. En una de las pocas referencias personales que Gabilondo hace en el libro, afirma que Pedro j Ramírez podría haber sido el mejor periodista del país si se hubiera dedicado a este oficio, pero se ha dedicado a otro: al oficio de querer mandar sin presentarse a las elecciones. Hay periodistas endiosados que creen conocer lo que el pueblo necesita mejor que el propio pueblo, en la izquierda y en la derecha. Se los distingue enseguida: son los que más gritan.

Es importante diferenciar la opinión de la información, y es inadmisible que un periodista contamine los datos objetivos con prejuicios ideológicos. Es el ciudadano el que se forma su propia opinión; el periodista sólo es un cauce que permite que la información llegue a su destino lo más veraz y contrastada posible.

En otra breve mención personal, Gabilondo se refiere a la conocida anécdota de Jiménez Losantos con el Loco de la Colina. Han proliferado vociferantes provocadores cuya intención última es la de ganar dinero, a costa de perder algún que otro juicio por infamias o atentar contra el honor ajeno. Para ellos es un precio barato. Y lo que afirmo no se circunscribe a una ideología de derechas: también la izquierda tiene a sus profetas de la intransigencia. Es un mal que nos acorrala por todos lados.

Y por si todo esto fuera poco, existe otro enemigo inexorable: la sociedad de la inmediatez, de las prisas y titulares, en la que la información se suministra con pequeñas píldoras, fáciles de tragar. Es una realidad de teletipos que envejecen nada más salir, de guerras en directo. No hay tiempo ni paciencia para el análisis, para escudriñar el porqué de las cosas. Se nos tiene que dar todo mascadito, como si fuéramos bebés con su primer puré. Si no interrumpes no se te escucha. El Loco de la Colina ¡qué recuerdos! está más solo que nunca con sus silencios.

Y, sin embargo, estamos en crisis, cierto, pero perduraran los valores. Gabilondo afirma que la profesión de periodista exige tiempo, objetividad, empatía y desinterés económico; y será siempre así. No hay alternativa posible. Pasaran estos vientos de miedo y urgencias y volverá el periodismo. Con otra cara, otros formatos.... pero será periodismo. Incómodo para el poder y el dinero.

Para entonces se habrá asentado una realidad con matices importantes, como lo que ha supuesto el fenómeno de Wikileaks. El poder no podrá disponer del secreto como arma de desinformación masiva.

Será el momento de otro Gabilondo, de otro Luis del Olmo, de otro Carlos Mendo. Del periodismo.

Ojalá llegue pronto.

Antonio Carrillo Tundidor.

 

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